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“CRIMEN SIN DELITO”. Por Walter Elías Álvarez Bocanegra, de Pallasca, Ancash, Perú.

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CRIMEN SIN DELITO.

 

Regresó como se fue, caminando, tres días de caminata desde la otra provincia, y se subió al bus en la salida del pueblo arriba del río Tablachaca, iba a entregarse voluntariamente a la justicia en el mismo Penal de Cambio Puente, en el litoral, Timoteo terminaba de cometer, muy a gusto, dos asesinatos más, había logrado lo que quería. Se sentó muy contento en la penúltima fila libre de la derecha del bus, y cuando el vehículo descendía en convergencia con el río su mirada se perdió en la triangulada ladera muy sumido en sus recuerdos.

Por la calcinada ladera las piedrecillas rodaban y las chamanas se estrujaban mientras presurosas se desplazaban las dispersas cabras a reunirse con la manada, el sol se disponía a penetrar en la montaña occidental y por abajo, por el ancho vado del río Tablachaca, apareció un hombre con el pantalón remangado hasta los muslos, Timoteo lo seguía con la mirada fija, sorprendido por aquella humana aparición, esa tarde mientras preparara su merienda por fin podría conversar con aquel hombre, por fin podría alegrarse departiendo con él, así lo deseaba y haría todo lo posible y hasta lo imposible para retenerlo. Rara vez llegaba por ahí humano viviente, rara, muy rara, salvo la dueña cuando tenía que vender alguna partida de ganado, Timoteo pastoreaba las cabras de un una mujer que vivía más arriba, como a quince kilómetros, en un pequeño pueblo andino de antigüedad incalculable.
–¡Hola, amiguito! –saludó Timoteo a la distancia y a todo pulmón a su potencial visitante– por allá amiguito, por esas pitajayas, por ahí viene el camino.
–¡Ahhhhhh! –exclamó el gordiflón en señal de agradecida respuesta.
Mientras lo esperaba, Timoteo recordó aquel día que pasó por ahí por esa cabaña que entonces la habitaba, y pasó hasta la rivera y más abajo aún siguiendo el curso de las aguas con dos compañeros novatos para lavar el oro yaciente en el cauce del río, los experimentados buscadores de oro tenían otro camino, más corto y más inmediato a la carretera, pero los novatos se inquietaron por su brillo en el pueblo de arriba mientras bebían aguardiente en una pulpería, los dos pueblerinos le hablaron de la faena y del precio del metal “Te sacas un gramo diario, cinco veces más de lo que te pagan aquí como peón”, así, convencido del suculento negocio, bajó con sus dos socios rumbo a la rivera con una enorme mochila cada uno, con los molidos, la sal y el azúcar para alimentarse y encima de la mochila la barreta y la lampa, y un pellejo de chivo maduro para retener las minúsculas partículas del metal, bajar por la escarpada pendiente con tremendo cargamento para quince días le produjo vómitos, tantas arcadas que por fin optó por exclamar “¡Me llama el divino!” y se tiró al suelo de largo en largo que sus compañeros tuvieron que compartir su cargamento para poder llegar a la misma rivera mientras Timoteo les contaba una historia de su pacto sostenido con Dios para entretenerlos “El Taitito me ha pedido que no cargue mucho peso y si me descubre cargando como ahora me llamará a su lado para vivir sin hacer nada, y yo todavía no quiero ir porque tengo que hacer algo”. Y apenas llegaron, sobre la marcha empezaron a improvisar el campamento pircando piedras hasta una altura de ochenta centímetros, de ancho hasta las rodillas y de largo lo suficiente para que pudiesen entrar los tres con mochilas y todo, tendieron un plástico como techo y, ¡vivienda arreglada!. Le resultaba muy desagradable recordar todo aquello de esa vez en que sacaron medio gramo por día entre los tres, ahora, como pastor, tenía una pequeña cabaña arriba de la rivera con tarima y fogón incluidos y un perro de compañía, una cabaña que había albergado a muchas generaciones de pastores, tenía la cabaña y la comida aseguradas, molidos, papas y maíz que le entregaba su patrona y que el mismo subía para bajarlos desde el pueblo, aunque ya llevaba meses sin comer carne, no había muerto cabra alguna, y él, tan honrado como era, no sacrificaría una por propia iniciativa .
El caminante salía por el escabroso camino entre cactus y chamanas, de aquí para allá de allá para acá, se aproximaba a la cabaña mientras el perro lo ladraba, Timoteo no quiso recordar más esos días ni esas noches que pasó en la rivera para lavar oro y se concentró en la figura de su potencial visitante que, de dónde vendrá este pequeño amiguito tan gordito como está que difícil le resulta caminar, lo convenceré para que se quede, le daré de comer y se quedará, si pero no, ¿y si es uno de esos terrucos?, ¡me jodí!, ¡hoy me mata!, ¡ay Diosito!, no permitas que así sea, y viene con zapatos, y yo con estos zurcidos y estos llanques desde que llegué, seis meses ya, ¿que traerá envuelto en su poncho como quipe?.
Timoteo llevaba unos llanques tan desgastados que el talón besaba el suelo, el pantalón y chaqueta de lana de carnero artesanales y zurcidos pedían ser cambiados a gritos, sólo había cambiado la camisa de lana por una vieja camisa de dril que su entonces patrona le regaló y que ajustaba dentro del pantalón con una faja de lana de tres metros de largo.
Llegó y Timoteo le extendió la mano presentándole a su perro sin apartar los ojos del quipe, en seguida lo invitó a sentarse en un piedra cerca al fogón.
–¡Anay! –exclamó el visitante mientras se quitaba el quipe para ponerlo a su costado y agregó –con tremendo peso casi que no llego, ¡jajajaja!.
Timoteo, intrigado por lo que había dicho el recién llegado, atizó el fuego y la pequeña olla de barro empezó a cloclear una sopa de molidos con unas papitas peladas a cuchillo y cortadas en pedacitos. El crepúsculo se apagaba y el fuego iluminaba, Timoteo aproximó un tronco de molle hasta el fogón y se sentó, su mirada se dirigió al quipe del forastero mientras éste lo desenvolvía para liberar su poncho dejando al descubierto un paquete envuelto en un costalillo blanco, estirándose manoteó en el bolsillo interno de su chaqueta y extrajo una taleguita de coca cortada y bien compactada para ofrecerle un bolo a Timoteo en muestra de agradecimiento y amistad, Timoteo aceptó muy de buena gana, y luego que el forastero se chantó el poncho empezaron una charla respecto a la coca, que dónde era mejor, que si del Marañón o de Usquil, ¡del Marañón!, del Marañón es la mejor sólo que a veces te venden lavada, ¡después de haber sacao la pasta!, pero se conoce, cuando está lavada la hoja pierde su color y sabor, en cambio cuando no está lavada es verdecita media amarillita, qué rica, bien rica, amiguito, ¡sí, mi amigo!, así es pue sino dígame cómo está la que ley invitao, ¡buena amiguito!, muy buena, paque es pue.
–A propósito amiguito, yo me llamo Timoteo Masa, Timoteo Masa Rueda, ¿y usted?, amiguito.
–Yo Pablo, Pablo Centurión, pero de apellido no de cintura.
Y Pablo y Timoteo siguieron charlando de la coca, de la cal, de las catipadas para adivinar la suerte, pero a Timoteo no se le iban los ojos de encima del quipe de Pablo.
–¿Qué llevas en el quipe, amiguito?.
–Más coca, ¡jajajajajaja!.
–A ver, quiero mirala.
–Mañana, ahora ya está de noche.
Y claro que se estaba haciendo noche, las cabras madres se acomodaban en el redil llamando a sus crías, mientras los machos se disputaban los emplazamientos más atractivos, y el perro Motoso ahí, afuera del redil, no cesaba de darle vueltas mientras ladraba, y de cuando en cuando se posaba sobre sus ancas para aullar.
Timoteo colgó la geta en muestra de descontento sin dejar de ser solidario.
–A comer algo, amiguito –dijo Timoteo, casi ordenando y bajando los platos desde un pendiente tabladillo de delgados maderos atrincados con cabuyas.
Meneó la olla con el negruzco cucharón de palo y empezó a servir el primer plato para Pablo, el segundo para el perro y el tercero para él. Pablo lo recibió de muy buena gana.
–Gracias, amigo, pero no te molestes, ¿qué he dicho que no te ha gustao?.
–Nada, sólo que no me quieres enseñar lo que tienes en tu quipe.
–¡Coca!, ya te dije, mañana te daré un poco, ahora sólo quiero dormir en este corredorcito.
Timoteo, se puso triste y rabioso a la vez, su curiosidad por saber lo que había en el quipe quedó frustrada, la posibilidad de que fuera coca lo que contenía el quipe le llenaba de felicidad y sonreía al imaginarla porque la ración se le agrandaría y no tendría que mezclar lo poco que le quedaba con hojas de chamana, pero, y qué si no era coca, sólo de pensarlo su rostro se degradaba. Esa noche no dormiría, se conocía demasiado, tuvo miedo de aquel pequeño gordiflón chacotero, tuvo miedo, claro que sí, y ahora ¿dónde dormiría su visitante?, ni modo que en la tarima junto a él, ¿dónde tendería la gruesa carona para el amigo?, en el suelo, claro, dónde más, no había otra tarima sólo una en la que él dormía sobre dos gruesas caronas apuntaladas, ahora prescindiría de una para ofrecerla a Pablo, en el suelo, pero, ¿dentro o fuera de la cabaña?, afuera mejor y yo me tranco muy bien con la barreta, y si empuja la puerta, ¡me jodí!, mejor que se duerma el en suelo y junto a mi tarima, mejor en el suelo y lejos de mí. Timoteo estaba super confundido que no había captado el deseo de su visitante por quedarse en el corredorcito, y terminó tendiendo la carona afuera, bajo el pequeño techo saliente de barro de la cabaña y aturdidamente la terminó de tender a eso de las nueve de la noche cuando la luna aparecía por el oriente e ingresaba su luminosidad por la ventanita hasta la cabecera de la tarima. Tendió la carona afuera y le entregó una frazada raída, le dio las buenas noches y después de trancarse con la barreta se acostó, y le asaltaron los recuerdos del primer día en el pueblo de arriba, zozobrado, escondiéndose de los policías, buscando trabajo a cambio de comida, llegó desde allá, desde las alturas de Chingalpo en la otra provincia arriba del río Marañón, tres días después que le dio una tremenda pateadura a su mujer dejándola semimuerta, muerta para él, ¡eso creía!, en la chocita de la puna donde vivía, donde sobrevivía pastoreando el ganado del mejor comerciante del pueblo, así fue, pues, su mujer era joven y hermosa y por eso con rabia la pegó hasta matarla, pero no la mató, la dejó tirada, abandonó la choza y se quedó en la choza abandonada de más arriba para vigilarla desde ahí hasta que llegara el comerciante con las vituallas para la quincena, y sucedió que el comerciante llegó aquel día con su mujer y sus dos hijos y encontró a la mujer de Timoteo recuperándose de la pateadura, la sacaron caminando de la choza y la subieron sobre la mula del comerciante ante la incrédula mirada de Timoteo que no le quedó otra salida que huir, y a su mujer la llevaron hasta el precario hospital del pueblo donde rápidamente se recuperó y declaró que los terrucos se llevaron a Timoteo porque era de ellos y a ella lo masacraron mientras la culpaban de traicionar a su marido con el dueño del ganado, cuento que todos los que la escucharon se lo tragaron completito.
Acostado sobre la tarima se quedó recordando el incidente de la puna hasta la madrugada, tan concentrado en sus recuerdos que los desesperados ladridos de Motoso a eso de la media noche pasaron desapercibidos por él, entonces ya de madrugada lo asaltó la idea de que el hombre que dormía afuera podría estar tramando ingresar a la cabaña para matarlo, no podía permitirse morir entonces, tenía que vivir, aún tenía que vivir porque aún no había logrado su objetivo, no aceptaba eso de morir para que otros vivieran, quería su parte en este mundo, y lo lograría, esa noche quería estar seguro de que el visitante no era un terruco que lo mataría, él sabía que los terrucos mataban y asunto arreglado, no le preocupaba el porqué ni el para qué, sólo le preocupaba el qué hacer y el porqué en caso de que quisieran matarlo. Y como tenía que seguir viviendo salió cuchillo en mano para asegurarse de que así sería, abrió la puerta sigilosamente, el visitante roncaba plácido, completamente dormido por el cansancio, con el misterioso quipe de cabecera, Timoteo se inclinó para jalar el quipe en el que posiblemente se encontraría el arma homicida, y al jalarlo ¡el durmiente se puso de pie de un salto para sujetar su paquete!, Timoteo le clavó una estocada en el abdomen y con ambas manos en el cuello dio cuenta de aquel hombre que terminó cayendo pesadamente en el suelo y Timoteo encima de él. Se aseguró de que su indefenso contrincante estuviera bien muerdo y lo arrastró hasta un rincón de la cabaña, volvió por el quipe y lo colocó junto al cadáver, trancó la puerta con la barreta y se quedó regocijadamente dormido.
Las cabras abandonaron el redil a eso de las nueve de la mañana y Timoteo empezó a estirase y a dar gracias a Dios por el nuevo día. Dirigió la mirada al cadáver, y
–¡Buenos días amiguito!, eso te pasa por querer matarme.
Se levantó y lo primero que izo fue examinar el quipe del difunto, lo encontró, efectivamente con coca y dentro de ella un fajo con muchos billetes de todas las denominaciones, pero, además un paquete de un kilo de pasta básica de cocaína. No sabía cuántos ni de cuánto, pero sí sabía que eran billetes, sus ojos se desorbitaron al contemplarlos y su mente empezó a cautelarlos, y los ató en viejas bolsas plásticas para enterrarlos en una esquina exterior de la cabaña. Cogió el cuchillo y en una de las piedras del fogón lo frotó repetidas veces hasta entregarle un buen filo cortante e inmediatamente empezó a quitarle las ropas al difunto para seccionarlo, y un crucifijo de oro en cadena del mismo metal asido al cuello del infortunado llamó su atención y se detuvo en su empeño examinándolo minuciosamente, no había visto uno semejante, qué lo iba a ver si nunca conoció una esvástica, sin embargo ahí se quedó petrificado y luego se persignó para continuar con su tarea, delicadamente quitó el crucifijo y se colocó al cuello. El bolsillo derecho de la chaqueta llamó su atención por lo pesado del contenido, manoteó dentro de él y extrajo un revólver 38 de rutilante cacha en la que se enmarcaba en alto relieve una S en forma de ángel cruzada sobre otra en forma de serpiente, sin duda una esvástica ¿oro?, Timoteo quedó paralizado, jamás había visto oro semejante, y cuando volvió en sí siguió buscando en los bolsillos de la chaqueta, en el izquierdo encontró una potente linterna de mano, y en el interno un estuche de cuerdo con documentos personales que él ignoraba por no saber leer. Escondió el revolver envuelto con el crucifijo en una abertura de la pared externa de la cabaña y lo tapó con barro y piedra, entonces se justificó de razón, ese hombre tenía el arma y quería matarlo, ese muerto que no era tan gordo ni tan pequeño como cuando estaba vivo porque lo desinfló con el cuchillo y se estiró mientras moría. Y no obstante haberse justificado de razón se armó la confusión dentro de sí. Pero qué importaba eso, él estaba vivo y el otro muerto eso era lo importante, y lo más importante para él, entonces, era desaparecer el cuerpo del delito, que si lo encontraban los otros terrucos lo destrozarían a balazos, y procedió a descuartizar al difunto. Extrajo las vísceras y las cargó en un saco juntamente con la pasta básica y el estuche de documentos hasta el río, dónde tranquilamente las lavó y arrojó el kilo de pasta y el estuche en la parte más estrecha y alejada del torrente, regresó y extendió las vísceras en un cordel de cabuya instalado afuera de la cabaña. Luego fue sacando uno a uno los miembros hasta el batan donde hábilmente los fileteaba para secarlos en el tendedero, finalmente, la cabeza entera la colocó en una gran olla de barro para cocinarla, a eso de las dos de la tarde se desayunaba junto con su perro con el suculento caldo de cabeza humana, luego puso la cabeza sobre el batán y de ella extrajo los ojos y la lengua y se los comió, cogió el machete y de un certero golpe abrió la cabeza en dos y lo entregó al perro para que se lo comiera, el perro devoró los sesos y se llevó el cráneo abriéndose paso entre los matorrales. En seguida llenó en la misma olla las manos y pies del cadáver y atizó el fuego con unos leños de molle, a eso de las seis de la tarde y después de echar de menos las cabras en el redil cogió la coca del difunto y se puso a rumiarlas hasta la media noche, hora en la que tomó su caldo de manos y pies y se acostó. Al siguiente día, después de entregar un gran hueso a Motoso, mientras se echaba la armada cocinaba los filetes más apetecibles del muerto, y cuando la olla empezó a hervir se desnudó por completo, cogió con la mano derecha el cucharón de palo y con la otra el cuchillo y empezó a interpretar su propia danza de agradecimiento por lo vivido emitiendo guturales sonidos infernales, de cuando en cuando se dirigía a la olla e introducía el cuchillo para probar la cocción de la carne y como el difunto no pasaba de los cuarenta no tuvo que esperar mucho para saborear completamente aquello, y se engulló los hervidos músculos voraz y desesperadamente como si fuera la última vez que lo hacía, y barriga llena se tendió panza arriba bajo la sombra de un molle y se quedó dormido hasta el crepúsculo.
Una semana después, cuando el sol calentaba desde el mismo centro del cielo, llegó Serafín Puntiagudo, el eterno policía del pueblo, hasta la cabaña, y al ver unas provocativas cecinas en el tendedero le pidió a Timoteo que le asara esas carnes precocidas por el sereno y el sol, y las degustó.
–¿Tienes plata que me prestes? –preguntó el policía.
–Dionde pue taitito, ¡dionde! –respondió Timoteo.
–Se ha perdido un comerciante –comentó el policía mientras saboreaba la carne azada.
–Yo he comido amiguito.
–JAJAJAJA! –carcajeó el policía– sólo un loco comería carne humana.
–Enton, somos dos.
El policía respondió con otra carcajada y se encaminó a buscar venados, mató uno en aquel atardecer, y cuando cayó el venado Timoteo llegó corriendo hasta el animal, lo tomó por el cuello, lo abrazó y lloró desconsoladamente, mientras el policía festejaba su presa entre risas y anécdotas de cacería, Timoteo lloró hasta la última lágrima y de un brinco se paró y clavó su mirada en el orgulloso policía para decirle:
–Yo, Timoteo Masa Rueda, te condeno al fuego eterno por matar a este pobre amigo que nada te ha pedido, hoy dime, ¿qué tea quitao este pobre animal, mal nacido?.
El policía encañonó a Timoteo y Timoteo se arrodillo ante él.
–¡No me mates por favor! –clamó el humillado.
–No te mato si cargas el animal hasta el pueblo.
–Así será, patroncito, mandiste nomá.
Esa noche, el policía, después de esposar a Timoteo por miedo a ser atacado, se quedó junto a su presa en la tarima de Timoteo y éste afuera de la cabaña, y al siguiente día llegó hasta el pueblo de arriba con Timoteo venado al hombro, y mientras tanto llegaban por la cabaña dos familiares del desaparecido y al encontrar la linterna de mano en la ventanita de la vivienda rompieron el endeble candado y buscaron dentro del cuartito, en un rincón encontraron los zapatos y la ropa del difunto y con la evidencia se encaminaron hasta el pueblo, Timoteo ya bajaba de regreso y tropezó con ellos, y después de charlas y preguntas Timoteo aseguró haber comido al dueño de esas prendas de vestir. Al siguiente día los dos familiares más dos policías llegaron hasta la cabaña y apresaron a Timoteo, le pusieron esposas y lo ataron y encima lo arriaron a golpes. Y luego del atestado policial lo cargaron en el asiento posterior de la camioneta para ponerlo a disposición del Juez, era la primera vez que subía a un vehículo , apenas avanzaron un kilómetro y empezó a vomitar, asqueados por el incidente los policías esposaron a Timoteo en la barandilla de la tolva de la camioneta, y llegó hasta el Penal envuelto en su propia bazofia sin contemplación alguna. El caso se ventiló en la Corte Superior y el Fiscal se dirigió al reo.
–Este hombre que ven aquí, aparentemente inocente, mató con premeditación ventaja y alevosía al comerciante Antonio Aguilar Sarmiento y se ensaño fileteando el cadáver para luego comérselo.
–No soy inocente, ¡yo lo maté pero con un cuchillo, no con lo que usted dice!, además no se llamaba Antonio Aguilar, se llamaba Pablo Centurión.
–¿Cómo era Pablo Centurión?.
–Vivo era bromista, pequeño y gordiflón. Muerto, era serio, estirao y desinflao.
–¿Porqué lo mataste?.
–Porque me iba a matar.
–¿Porqué te iba a matar?.
–¿Porque tanto me pregunta si ya dije que lo maté o quiere que diga que no lo maté?.
–Lo mataste y luego lo comiste, ¿porqué?.
–Lo maté y lo comimos porque teníamos hambre, los tres, yo, el perro y el policía.
–¿porqué crees que te iba a matar?.
–Porque tenía el arma como esas que andan los policías en su cintura, sólo que ésta era de oro, yo escondí el arma en un hueco de la casita.

Penal de Cambio de Puente

Qué difícil resultó resolver aquel caso. El homicida confesó el crimen con lujo de detalles, se hizo la reconstrucción, tal y como, Timoteo quitó la piedra para extraer el revolver y crucifijo, pero habían desaparecido, el caso se tuvo que archivar por falta de pruebas. Timoteo salió libre por exceso de carcelería después de muchas sesiones, preguntas y repreguntas, durante siete años. Lo que parecía un caso simple se complicó, las investigaciones pusieron al descubierto que el desaparecido era un comerciante intermediario de pasta básica de cocaína que recién había salido del Penal de Cambio Puente con libertad condicional, que había tomado el bus en el terminal terrestre del litoral rumbo a la sierra para comprar ganado, y que se había bajado en una estación en las estribaciones de la sierra, justamente en una casita al borde de la carretera arriba del río Tablachaca y a eso de las nueve de la noche del martes 13 de diciembre, por lo tanto tenía que haber descendido hasta la cabaña de Timoteo en horas de la noche, contradictoriamente Timoteo afirmaba que el hombre que mató había ascendido hasta su cabaña después de cruzar el río en horas de la tarde de un día que no sabía reconocer que día era, y lo había matado a la luz de la luna y en la madrugada del siguiente día “era de madrugada porque Motoso temblaba de frío”. Se concluyó que el desaparecido había planeado su propia desaparición para huir de la justicia cambiando de identidad y posiblemente de nacionalidad, resultando acusados de asociación ilícita para delinquir los dos familiares del desaparecido, ¿y cómo no así, si el muerto había desaparecido por completo salvo sus prendas de vestir?. Perro y amo tuvieron una semana de comilona a todo dar, las últimas cecinas se las había comido el policía, y el perro enterró los huesos por allá, por donde ningún humano se atrevía a llegar por temor a ser sepultado, allá en el terreno mullido, atormentado y deleznable del borde de la quebrada, para roerlos después, cuando el hambre lo exigía, y después ni el mismo los encontró. No había modo de tipificar el delito del espeluznante crimen confesado por Timoteo como tampoco había modo de justificar el delito de asociación para delinquir.
Para Timoteo la vida en el penal era más atractiva que todos los días de su anterior existencia, no saldría de ahí ni por san puta, volvería a matar ahí mismo y delante de muchos testigos para quedarse, ahí dejó los llanques por los zapatos, el sombrero por la cachucha, los pantalones y chaquetas de lana por los de estilo vaquero, la faja por el cinturón y la nada por el calzoncillo, ahí pudo diferenciar billetes naciones y extranjeros, auténticos y falsos, ahí por primera vez la radio y televisión, la luz eléctrica y el agua en cañería, pero tenía algo más importante que hacer, más importante que la buena vida que llevaba en el penal y se perfeccionó en el uso del puñal. La buena conducta que observó en el Penal le venía por naturaleza, seguía siendo simplemente el hombre que no sabía que era bueno ni que era malo para los demás, pero sí sabía que era bueno para él, y para él lo mejor que tuvo fue su hijo, su hijo de ocho años.
Así que por el hijo quería regresar hasta la puna dónde había quedado su mujer, y regresó, pasó por la rivera del Tablachaca y en un descuido del nuevo pastor desenterró el dinero y lo camufló entre sus ropas, se encaminó hasta la puna, tomó todas las precauciones y empezó a vigilarla mientras el viento silbaba entre las pajillas, esta vez no fallaría, los sorprendería, esperó pacientemente y llegó el comerciante, pasó hasta la choza con la remeza y las golosinas de la hembra, Timoteo se fue acercando, los quejidos de la hembra traspasaban la muralla tejida con piedras y champas, ¡irrumpió el vengador!, le clavó una puñalada en la espalda al jadeante y a ella una en el pecho, y el se echó encima de los dos con las manos apretando el cuello de la mujer, cuando los cuerpos empezaron a enfriarse se sentó sobre el cuyero y se echó la armada, miró hacia arriba a las enmarañadas pajillas del techo, escarbó con su mano derecha y extrajo la pequeña botella de cocacola, la bebida preferida de su hijo de ocho años, el comerciante siempre le llevaba una de regalo para que atisbara circundando la laguna y volviera con la noticia de que si había o no truchas y en que parte, mientras Timoteo pastoreaba el ganado a medio kilómetro arriba de la choza, tan pronto el niño volvía hasta la choza con la noticia tan pronto regresaba en compañía del comerciante hasta la laguna y los dos se ponían a pescar en los lugares que el niño indicaba, y así se pasaban un gran día sellándolo con unas truchas fritas a eso de las cuatro de la tarde, y había truchas por montones. Un día el pequeño hizo el recorrido en menor tiempo que el previsto, y al regresar a la choza encontró a su madre quejándose debajo del comerciante, el niño pateó los tobillos del jadeante y lo amenazó con hacerlo saber a su padre, y la madre sentenció.
–Si lo haces el patrón no te traerá más cocacolas.
El niño calló, y agregó.
–Pero no vuelvas a pegarle a mi mama.
–El patrón dice que te traerá dos cocacolas –agregó la madre
–Eso –dijo el patrón– una la tomas mientras caminas por el entorno de la laguna, no vayas corriendo porque las truchas se pueden asustar, y la otra la tomas después, cuando tu quieras.
Y así fue, la siguiente quincena el patrón llegó con dos cocacolas más una bolsa de caramelos que el niño festejó con incesantes elogios al patrón.
–Esta botella te la tomas hoy –dijo el patrón– y esta otra con los caramelos guárdalos para después.
El comerciante repitió su jarana amorosa y se marchó sin esperar al niño para salir de pesca.
El niño se puso muy triste, esa tarde no compartiría con el patrón los chocolates rellenos mientras pescaban, esa tarde no habría truchas fritas, pero, luego sonrío porque tenía otra cocacola y una bolsa de caramelos para disfrutarlos, y sin pensarlo dos veces el niño empezó chupando los caramelos y luego rumiándolos, y antes que llegara Timoteo, su padre, destapó la pequeña cocacola y se tomó buena parte de ella para luego esconderla bajo su cama, y tan pronto la escondió empezó a gritar como loco, que sus gritos estremecían las montañas, la madre se quedó petrificada, Timoteo llegó para atender al pequeño, pero entonces espumaba y tenía el cutis morado, ¡y se moría!. Al siguiente día Timoteo encontró la botella bajo la cama del niño junto a media bolsa de caramelos, la olfateó, era repugnante, tenía el olor del insecticida que usaban para combatir las garrapatas de las ovejas, cautelosamente escondió la botella entre el enmarañado de pajas del techo, y ahora la sujetaba, la destapó, abrió la boca de la mujer y la llenó con el líquido, luego se dirigió a la cama que antes era de su hijo y ahora de otro niño, y extrajo otra cocacola, la destapó, la olió, y, ¡estaba envenenada!, la vació completamente en la boca de la mujer y salió corriendo al encuentro del niño aquel otro hijo de la mujer, lo encontró volteando la laguna, le entregó siete cocacolas que llevaba en su mochila y se encaminó rumbo a la tumba de su hijo sin prisas ni nada, después se entregaría a la justicia en el mismo Penal, llevándose con él las caricias de su hijo que eran como la suave y limpia brisa de la puna susurrándole al oído. Quitó una a una las piedras de la camuflada entrada a la cueva y destapó la tumba de su hijo, cuidadosamente fue quitando la cal, capa por capa, separando y sacudiendo las ropitas y los ponchos, por fin había terminado, ahí la momia sonriente, ahí la cabeza y patas de la oveja completamente secas, con mucho cuidado levantó entre sus brazos a la momia y la apretó en su pechó con la cabeza pegada a su oído, lloró mientras la tenía y con ella en abrazos se acostó junto a la tumba y se quedó dormido hasta el siguiente día. Cuando las guachuas surcaban la laguna y los cielos las avecillas festejando los primeros rayos de sol, vistió al deshidratado cuerpo de su hijo con las ropillas para luego envolverlo con los ponchos y finalmente apretujarlos con la faja, sacudió el pellejo y retiró la base de cal, esparció hojas de coca en la base de la tumba y sobre ellas extendió el pellejo, sobre el pellejo colocó con sutileza la pequeña momia, a su costado derecho colocó la cabeza y patas secas de la oveja. De su mochila extrajo chocolates, una cocacola y otras golosinas, y las colocó a la izquierda de la momia, habló entre sus narices por media hora y comenzó a sellar la tumba, cuando terminó de sellarla tapó camufladamente la entrada de la cueva y se marchó rumbo al Penal de cambio Puente, sonreía porque el penal le había dado una vida mucho mejor que aquella que llevaba en la puna, mucho mejor que aquella que llevaba en la rivera del Tablachaca, y lloraba, sonreía y lloraba, lloraba porque se alejaba de su hijo, quién podría entenderlo, era un hombre tan distinto, tan diferente a todos, tan sabio como idiota, tan loco como cuerdo, era todo y era nada, y no obstante preferir las fáciles migajas de la esclavitud al difícil pan de la libertad, era él.
Durante el trayecto en el bus, Timoteo seguía sumergido en sus recuerdos, sintió mucha rabia en aquel momento en que descubrió la pequeña cocacola envenenada que dio cuenta de la vida de su inocente hijo, entonces cogió el cuchillo para victimar a su mujer, pero, ahí estaba su hijo, y aunque ya muerto, ¿porqué tendría que presenciar aquella venganza?. Cubrió cuidadosamente al pequeño y esperó el nuevo día, con el cuchillo aquél degolló a la mejor oveja de la manada, era la primera vez que por iniciativa propia degollaba una oveja del patrón, la pishtó y en el pellejo fresco cuidadosamente extendido depositó una pierna de la oveja, y junto a ella la cabeza y las cuatro patitas del animal, las envolvió y, ¡y acomodó su quipe personal!, con el talego de coca bien compacto, el más grande, el de las largas caminatas, y al costado de todo acomodó al pequeño niño envuelto, muy cuidadosamente, con una colorida faja de lana de tres metros. Cargó el burro del patrón con la barreta y la lampa, la olla y los molidos, un par de ponchos muy raídos y encima de todo, lo envuelto en el pellejo, y marchó hacia arriba con el viento silbando entre los ichos, hasta lo más alto de la caliza montaña y se hospedó en una cueva. Al siguiente día bajó algunos metros hasta una depresión por la que fluía un hilo de agua y con la lampa construyó un pequeño pozo, al costado de éste amontonó muchas piedras caliza para construir con ellas un cono truncado con una pequeña abertura pegada al suelo, y lo rellenó con carcas de vaca, tantas como el relleno lo pedía, que tuvo que recorrer centenares de metros a la redonda para conseguirlas, las prendió fuego cuando el sol se ocultaba y se sentó para echarse un bolo mientras cocinaba su única comida del día con la pierna de la oveja, después de comer al calor de la hoguera se quedó dormido. Los primeros rayos de sol abrigaban las faldas orientales del cerro y curiosas viscachas retornaban a sus madrigueras, la tarea de Timoteo aún no concluía, se incorporó estirándose, miró las calcinadas y blanquecinas piedras y después de evacuar las cenizas por la pequeña abertura de la base, cogió la olla, la llenó con agua y la esparció sobre las piedras, y repitió la acción hasta quedar complacido . Subió hasta la cueva y en ella excavó una tumba, la encofró con selectas piedras, en la base depositó una capa de cal que cargó desde su improvisado horno, sobre ella colocó el pellejo de oveja y al costado la cabeza y las cuatro patas y en seguida extendió otra capa de cal, esparció hojas de coca sobre aquella capa, extendió uno de los ponchos sobre ella, y sobre él depositó el cuerpo desnudo de su pequeño hijo, sobre el cuerpo sus ropitas y la faja, y sobre todo extendió el otro poncho, se echó la armada y a manera de conversación reprodujo la vida del pequeño, desde que nació, ¡qué, desde que nació!, desde antes, desde que tu mama resultó preñada, tenía muchos antojos, pedía muchas golosinas, muchas cocacolas, y por eso te gustaban tanto, yo no tenía para comprarlas pero ahí estaba el patrón, tenía una gran tienda en el pueblo, llegaba quincenalmente a la choza y le contamos de esos antojos, ¡él nos traía, pue!, religiosamente como buen cristiano, ¡y naciste!, gracias a él en el hospital del pueblo entre camas muy blancas que olían a patrón, así poco a poco se fue adueñando de tu mama y de ti, yo nunca tuve dinero, un día te cogí en mis brazos y a ella le pedí que me siguiera, pero no, no me siguió se fue hasta el pueblo y me denunció, aquí pasé una semana contigo hasta que llegó tu mama con el patrón y dos policías, a mi me llevaron para encerrarme, me dijeron que de ese cuarto no me sacarían nunca. Quiero estar junto a mí hijo, les dije, entonces machucaron mi dedo sobre un papel y me dijeron: “Regresa con tu mujer y tu hijo y no vuelvas a escaparte con el niño porque si lo haces te matamos”.
Timoteo empezó a llorar al evocar aquello, en ahogado llanto, quería gritar pero no podía, empezó a lanzar maldiciones entrecortadas, esa quincena, después del funeral se vengaría, se nutrió con esa idea y continuó con el funeral depositando una última y gruesa capa de cal, selló la tumba con anchas piedras, sobre ellas echó tierra, y piedras, y tierra hasta anular la pequeña cueva, y entonces ya, y ahora listo para vengarse, primero ella y después él, pero él llegó acompañado por su familia, y ella no murió aquella vez, pero ahora sí, ¡y los dos!. Su rostro sonrío mientras el chofer del bus accionaba la bocina. Los dejó bien muertos sobre la cama, pero otro niño tenía la sinvergüenza y otro marido para cuidar las ovejas del patrón, ¿será del nuevo pastor o del comerciante ese?, no importa, lo importante es que el niño vive, tiene que vivir porque es niño, los que podrían matarlo ya están bien muertos, ya sé, culparán al nuevo pastor la muerte de los sinvergüenzas, pero para eso estoy vivo, confesaré todo, y ese infortunado hombre que ocupó mi lugar podrá ser feliz junto a ese alegre niño tan alegre y conversador como mi Timotito, corriendo por la vuelta de la laguna con esa cocacola en la mano, hubiera sido el último día de su vida si yo no llegaba, pobre niño, le di las siete botellas de las ocho que llevaba para la tumba de mi hijo, una por cada añito que tenía. Y le dio al pequeño las siete botellas mientras el hombre que pastoreaba el ganado estaba arriba, observando todo, con un cuchillo en la mano y detrás de esa misma piedra que antes observaba Timoteo, sudando frío y lleno de rabia por la impotencia de su pobreza. El bus se detuvo bruscamente luego de la bocina y con el motor en neutro el chofer aceleró escandalosamente, conforme acostumbraba hacerlo frente a esa casita al filo de la carretera donde siempre se estacionaba un momento, la casita aquella en la que una agraciada mujer expendía lo más indispensable para comer y apagar la sed. Timoteo habló protestando por aquella maniobra:
–¡La putasumadre! –así dijo, por primera vez, se lo había aprendido en el penal.
–¡Mí tío cocacolas! –se escuchó a todo pulmón la voz de un niño.
Timoteo tropezó con la mirada de ese niño tan alegre y conversador como su Timotito, iba en el mismo bus junto a su padre, el pastor aquel que ocupó el lugar de Timoteo y ahora se marchaba a la costa en busca de un nuevo empleo, y como si previamente se hubiesen puesto de acuerdo los tres bajaron del bus por un momento. ¡Y ahí estaba él con el celular pegado a la oreja!, con la camisa deliberadamente desabotonada para que se notara el imponente y peculiar crucifijo de oro, y además el rutilante revólver en su cintura con las SS del clan, claro que era él, ¡es Pablo!, pensó Timoteo, ¡no puede ser!, ¿estoy o estuve soñando?, pero, no era sueño, era Pablo Centurión el chacotero gordiflón, ahora elegantemente vestido, que había estacionado su tremenda camioneta en aquella estación para depositar un paquete, y luego que lo hizo reconoció a Timoteo y nerviosamente eludió su mirada para subir a su camioneta y arrancar.
– ¡Mujer venga la muerte de su hijo seduciendo a su victimario patrón! –exclamó el escandaloso chofer del bus leyendo en muy alta voz un diario que le acababa de entregar la mujer de esa casita –le clava el puñal por la espalda mientras lo tiene encima, luego ella se clava otro y para asegurase traga veneno con cocacola, la heroína venga de esta manera la muerte de su pequeño hijo que ocho años atrás fue envenenado por su patrón. A una semana del incidente las madres de todo el país se han convocado en la Plaza Mayor de Lima para pedir al Gobierno se declare madre heroica de todas las madres a Timorata Ponte Piccho y se erija un monumento en su memoria….

El bus reinició el descenso y Timoteo, muy ensimismado, tratando de ignorar esa noticia y con la mirada perdida en la triangulada ladera, recordaba su primer crimen, el paquete con la pasta y los billetes, el revólver, el crucifijo y la potente linterna, y aquel hombre que maté no era tan pequeño ni tan gordo como éste, era estirado y desinflado, pero con buena ropa como éste, y éste llevaba entonces ropa de pobre, ¿pero qué pudo haber pasado aquella noche si yo no estaba dormido y él sí?.


EL COLIBRÍ NOCTURNO, por Walter Elías Álvarez Bocanegra.

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El colibrí nocturno


Walter Elías Álvarez Bocanegra

Después de casi un siglo de espera, por dos generaciones, he podido comprobar que existe el colibrí nocturno, fue a eso de las ocho de la noche del seis de enero de este año dos mil doce que lo pude ver, me quedé inmóvil y maravillado contemplando aquella aparición, mientras revoloteaba picó con tranquilidad las tres flores del cactus que se ubica a dos metros y medio frente a mi ventana y cuando hubo cumplido su objetivo continuó su vuelo surcando los aires de la noche, era noche de invierno, noche oscura y nublada, y llegaba hasta mi la penumbra de la bombilla de alumbrado público que se ubica a veintiún metros de mi ventana, entre la bombilla y mi ventana se encuentra el orgulloso cactus que por fin me entregó la maravillosa aparición, era, es el más grande de los colibríes que he visto en toda mi vida y el único que he visto revoloteando y picando flores por la noche, es del tamaño de un zorzal y a juzgar por el tamaño y forma de la flor de su preferencia su pico puede medir entre diez y quince centímetros de largo, tiene el plumaje opaco, pero ¿quién podría distinguir el color de un plumaje en una noche oscura a través de la penumbra de una bombilla distante de alumbrado público?, claro que, por ahí, más distantes, hay otras bombillas que iluminan las calles del pueblo, pero ni aún así se podría distinguir el color de un pajarillo.

Era noche oscura, como esta noche veinticinco de enero en que por fin me animo a narrar lo visto después de averiguar sobre la existencia del picaflor nocturno, ¡y no hay nada sobre esto!, y por lo mismo nadie creerá lo que escribo, felizmente estamos en el siglo veintiuno, la tecnología ha puesto modernos equipos al servicio de los investigadores y, si alguien se interesa, pronto se hará galardonado descubridor del colibrí nocturno porque podrá documentar la evidencia con filmaciones sonidos y fotografías y hasta un ejemplar vivito y volando de esta especie, como aquel recompensado que descubrió lo que los aborígenes ya conocían sólo que no se permitían saquear, mejor dicho como aquel de quién decían y dicen que dijo que descubrió Machu Picchu.

Pero ¿qué importancia tiene un picaflor nocturno para que se ocupen de él?, son más importantes los chupa cabras porque destruyen, como importante es el abominable hombre de las nieves porque se parece a nosotros, aunque también son sumamente importantes los extra terrestres porque tenemos miedo de ser invadidos por ellos, ¿porqué tendrían que invadirnos si hace mucho tiempo ya que nos apartaron de su camino?, es por esta razón que se montan fotografías, películas y sonidos para hacerlos evidentes a la popular imaginación humana, pero, particularmente, a mí me place sobre manera ocuparme de un sencillo picaflor por cuya aparición esperé mucho tiempo.

Esto no es producto de la casualidad, no es una de esas diabólicas o celestiales apariciones, abrigué la esperanza que sucedería y por eso planté el cactus de siete venas frente a mi ventana en el año mil novecientos noventa y dos, hice mía la esperanza de mi padre después de su muerte, hasta puedo afirmar que soy la continuación de sus inquietudes y frustraciones, mi padre plantó un cactus en mil novecientos setenta y cuatro pegado al cerco limítrofe de nuestra casa, ahí mismo, justo tras del poste que sostiene la bombilla de alumbrado público que hice referencia y ahí está ahora ostentando hermosas flores; lo que me corroe la conciencia es que el pobre viejo me confió su inquietud por descubrir el color del plumaje del picaflor nocturno que de antaño lo conocía, pero yo sonreí incrédulo y con grotesca ironía ante aquella inquietud. 
Y a pesar de mi desinterés por lo que se proponía me contó que cuando niño y durante las vacaciones de escuela iba con su madre y abuela materna a vivir abajo en la chacra, en unas pequeñas parcelas que madre e hija supieron atesorar y que él bautizó como Emaús , y como era hijo de un padre que se casó con otra mujer el hermano de la madre de mi padre le tenía un maldito odio al pequeñín por haber venido de tal manera y más odio por estar económicamente desprotegido por el padre, y claro que ésta sÍ era la causa del infernal odio porque mi padre significaba una hambrienta boca más en la familia, así que cuando el iracundo tío llegaba hasta la chacra para quedarse mi padre desaparecía de su vista y tenía que pernoctar en la pequeña cueva al pie de la casa campestre, una cueva de la época de la abuela de mi padre que servía de hospedaje antes de que construyeran la casa y después, ya abandonada, nació frente a la cueva y antes que mi padre naciera un cactus de siete venas, uno de esos cactus conocido como San Pedro que llegan a medir hasta cinco metros de altura y usan los brujos del norte del País para preparar una bebida que hace delirar a los infortunados embrujados. Y esto del cactus frente a la cueva y las noches solitarias de mi padre en ella, esto sí fue una casualidad, porque en una de esas noches de enero vio por primera vez al picaflor nocturno “Es tan especial el animalito que sólo busca las flores vírgenes”, me dijo al final de su relato mientras plantaba pegado al cerco de la casa el cactus de siete venas. Desde el seis de enero hasta ahora he vigilado el cactus frente a mi ventana que ya tiene nuevas flores y no he vuelto a ver al misterioso picaflor, ¿qué señal dejan estas avecillas en las flores de cactus para que no sean visitadas por otras de su especie? ¿son, acaso, tan escasas que nadie las conoce?, ¿quién podría buscarlas por dos generaciones para confirmar lo que he visto?.


Conscientemente yo ya me había olvidado del colibrí nocturno, pero mi mirada no se había olvidado y cada noche mientras paseaba meditabundo por mi habitación, tratando de descubrirme a mí mismo, de enero a mayo mi mirada chocaba con las bellas flores del cactus frente a mi ventana. 
¿Pero que importancia podría tener un colibrí nocturno sin importar el color de su plumaje?, miro a través de mi ventana y observo las dos plantas de cactus, la que sembró mi padre y la mía, la curiosidad me domina, tomo la linterna de mano y me dirijo a ellas, las observo por largo rato, ambas lucen espléndidas flores blancas, completamente abiertas con el sexo desnudo y desafiante a los apetitos reproductivos de la noche, quizá en espera de algún colibrí nocturno que hábilmente se desplaza en la oscuridad y que no tiene un pico de diez a quince centímetros conforme yo lo había supuesto al contemplar de día las flores semiabiertas. Me imagino la cantidad de cactus silvestres que hay en Emaús y en otros lugares de similar ecología y que florecen de enero a mayo con la humedad de la lluvia y conforme voy imaginando voy concluyendo que hay muchos colibríes nocturnos por ahí que prefieren la flor del cactus que se abre completamente por la noche, pero, ¿qué importancia puede tener la flor del cactus?.

Es catorce de febrero, día de sol como el día de ayer, no obstante el tiempo cambia desordenadamente, no es el invierno tradicional, hay días sorprendentemente nublados y de llovizna como sorprendentemente soleados, y también, dos a cuatro días seguidos de lluvia como tres a seis días seguidos de sol, noches parciales de neblina y noches cubiertas de neblina, puedo decir que en este invierno hay más sol que lluvia, pero las lluvias se producen tan intensas como extensas y ¡he aquí el peligro!. El cactus frente a mi ventana tiene nuevas y espléndidas flores y otras en botón, lluvia y sol, humedad y fotosíntesis. La noche llega, se apaga el día publicitado del amor, la pichuchanca en el pino del patio anuncia las siete de la noche, minutos después prendo la tele, inconscientemente, únicamente por el burdo hábito de prenderla, aburrido apago la bombilla de mi habitación, me desplazo inconscientemente por ella y luego mi mirada se dirige a la ventana sur, y ahí está el colibrí picando la flor oriental del cactus, es un colibrí más pequeño que el del otro día, apago la tele y me pego al cristal de la ventana, contemplo la aparición y luego salgo al balcón para escuchar el revoloteo, el colibrí pasa por sobre mi cabeza recorriendo el ala del tejado para luego posarse en el pino del patio, ingreso apresuradamente a mi habitación en busca de la linterna de mano, tan pronto la encuentro mi mirada cruza el cristal de la ventana, y ahí está, nuevamente, esta vez picando la flor occidental del cactus, con la linterna de mano descubro que se trata de una rutilante avecilla cual antracita recién exfoliada y más pequeña que la del otro día, ahí flor y picaflor en extasiado idilio, ¿quién se resiste al delicioso aroma de tal flor?, finalmente él se va acariciando el ala del tejado y ella, quizá, ¡no quiere que se vaya porque todavía son las ocho y media de la noche de su primera y única entrega!.

SHUGUL, por Walter Elías Álvarez Bocanegra., de Pallasca, Ancash, Perú.

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Walter Elías Álvarez Bocanegra

SHUGUL

 

Allá en la Corte Superior de Trujillo, mientras se ventilaba un caso de violación, el fiscal preguntó al reo.
–¿Cómo la violaste?.
–Ha la gandola –respondió el reo, tartamudeando, deletreando, mientras miraba una inscripción hecha en el dorso de su mano izquierda.
Silencio en la Corte, la frase “a la gandola” no la digerían los magistrados, todos se quedaron perplejos, repentinamente a un vocal de mucha apariencia serranil se le ocurrió preguntar al reo.
–¿De dónde eres?
–De Shullugay.
–¿Dónde queda eso, en que pueblo en qué provincia?.
–En el pueblo de Shullugay, en la provincia de Pallasca –respondió con evidente nostalgia.
Alivio en la Sala, los magistrados cruzaron miradas y hablaron al unísono: ¡El Doctor Murphy!.
….

Algunos lo conocían como Shugul, otros como Shugúll, los lugareños que habían pasado mucho tiempo en el litoral peruano lo llamaban Chugul y los más acriollados Chuguy, tan acriollados que al pollo lo llamaban poyo, y al contemplar el poyo de barro en la rústica cocina del hogar primigenio, antes de sentarse a comer, ya no sabían que decir, porque hasta entonces lo único que se habían aprendido como serranos acriollados en el litoral era el reemplazo de la “elle” por la “ye” en la pronunciación de las palabras. De piedrecillas irregulares que si alguien las pisaba rodaba por el camino rompiéndose la crisma, piedrecillas desintegradas provenientes de grandes pizarras mezcladas ahí con tierra del color del crepúsculo vespertino y de consistencia arenosa, así era el lugar, extremadamente accidentado y con espinosos arbustos por doquier, así sigue siendo Shugul, un paraje en el pueblo de Pallasca.

“Creí que no volvería por ahí, por esas tierras donde mi madre, en condominio con sus hermanos, las conducía, claro que los hermanos no vivían en el lugar ni mucho menos en el cercano pueblo, ellos se establecieron por el litoral, donde el dinero producto de la pesca abundaba por entonces, era mi madre la que las administraba y compartía los productos agropecuarios con sus hermanos, y yo me preocupaba por capitalizarlas con cultivos permanentes además de la conservación de cercos y acequias de regadío. Ahí, al pie del condominio, vivía el Chaspao, un cuarentón, agricultor, él, en unos retazos de esas tierras…”.

Abajo en el chorro pena el alma de don Ricardo, comentaban los chacareros después del asesinato del anciano. Don Ricardo vivía en la comarca del frente luego de la profunda quebrada, tan lejos que don Ricardo demoraba medio día en llegar hasta la casa del Chaspao y tan cerca que de una vivienda a otra tío y sobrino a gritos charlaban amenamente. Don Ricardo era tío en enésimo grado del Chaspao, sólo que don Ricardo pudo atesorar durante toda su vida el precio de una yunta de bueyes, mientras el Chaspao se quemaba de sol a sol en unos sembradíos de pan llevar que matizaba cultivando algunas cebollas de rabo para poder venderlas y comprar la sal para el cushal y para de vez en cuando sazonar un apetitoso cuy que su mujer criaba en su corredor y dentro de la cavidad inferior del fogón. El apelativo “Chaspao” le vino de aquella vez que prendió una fogata al costado de la era después de la trilla de cebada para llamar al viento, y luego que la prendió el viento sopló tan fuerte que propagó el fuego abrazando a la parva y al infortunado chacarero que después de la convalecencia tuvo que soportar la terrible sensación de aparecer ante sus conocidos con el rostro parcialmente deformado por las quemaduras, muchos apelativos se ganó luego del terrible incidente y finalmente quedó como “Chaspao” que equivale a decir quemado por la parte exterior. Así que, sabedor del apetecible botín con cariñosas tretas se dirigió a don Ricardo para que lo prestara a una tasa de interés que estimuló la codicia de don Ricardo y accedió al préstamo. Cada mes recibía religiosamente los intereses y al llegar el cuarto mes el Chaspao se negó a pagar lo convenido, don Ricardo se acaloró en el reclamo y el Chaspao sacó un machete y a machetazo limpio dio cuenta de la vida del pobre anciano, no se inmutó y llenó el sangrante cadáver en un saco de lana y lo llevó doscientos metros allá, hasta el despeñadero, aflojó el saco y tiró el cadáver que de tumbo en tumbo fue a dar a la quebrada. Don Ricardo fue buscado al siguiente día por sus familiares y lo encontraron bien muerto en el fondo de la quebrada, para poder levantar el cuerpo tuvieron que dar cuenta al Juez de Primera Instancia que sin pérdida de tiempo ordenó al Juez de Paz del lugar el levantamiento del cadáver, pero al Juez de Primera Instancia no se le cocinaba que fuera un accidente natural el que dio cuenta de la vida de don Ricardo, así que mientras hicieron llegar al occiso al pueblo el Juez de Primera Instancia ya venía en camino, y cuando estuvo frente al cadáver pudo notar profundos cortes en el rostro del infortunado que motivaron su atención y sin pérdida de tiempo hizo llamar al Chaspao y le preguntó a quemarropa cuántas noches ha escuchado al alma del difunto penando en la quebrada, y él le dijo que tres, sin darse cuenta el criminal habló por su boca, y entonces el Juez siguió preguntando hasta acorralar al preguntado que finalmente terminó confesando su culpa. “¡Oígaste!, habiasido que las almas penan”.

El crimen sucedió cuando el que quería contar esta historia y no lo hizo porque no podía, aún era niño, ahora, Eulalio, que así no se llama pero así debería llamarse porque lo establecía el almanaque, ya pasó para cincuentón hace buen rato, y cuando era niño los corrales del condominio cercano a la casita del Chaspao los administraba un hermano de su madre, que por esas ironías del destino resultó enredado en amores con la hija del Chaspao que aún era menor de edad y Eulalio ya entraba a la pubertad. El enredo fue de película, sucedió que un ocasional pretendiente de la mozuela, nacido en el pueblo y acriollado en Lima y entonces de visita en el lugar, la encontró en dulce coloquio con el tío de Eulalio en el condominio de éste y los amenazó con vengarse, fue hasta abajo a la casa del Chaspao que purgaba condena en el penal, pero ahí estaba su esposa, doña Griselda, de cuarentonas rabias dentro de tres amplias polleras de lana de carnero, y como testigo presencial el pretendiente le contó una historia de entrega sexual, urdida por él, entre el tío de Eulalio y la hija de Griselda; Griselda y sus dos hijos mayores se constituyeron hasta la casita que habitaba el tío de Eulalio, un hombre poco tolerante de mediana estatura y de tez blanca de nombre Melquíades que así sí se llamaba por sobre todos los nombres del almanaque porque su padre casi liberal que estudió en el Colegio san Nicolás de Huamachuco así quiso que se llamara. Así, pues, que, con la rabia a chorros desde la nuca hasta los talones y esputando polvo, basurillas y piedrecillas, Griselda y sus dos hijos llegaron a la vivienda de Melquíades que haciendo gala de buen jinete abordó de un brinco a su azabache y los eludió a todo galope aumentando la rabia de sus perseguidores.
Griselda y su corte familiar regresaron hasta su casita con la venganza reventando en sus cabezas, se ubicaron el la cocinita del corredor y se sentaron en los troncos de maguey.
–China, tray tu tunto y siéntate a mi lado –ordenó la matriarca de la familia a la hija mientras sus dos hermanos la miraban con potente menosprecio–, ¡abre las piernas!.
La madre auscultó.
–¡No tiene nada esta puta e mierda! –agregó.
Pero, no titubeó ni un mísero momento y atrapó un cuy que se desplazaba por bajo sus amplias polleras, como impulsada por un brío sobrenatural cogió del poyo un cuchillo y dio cuenta del roedor sobre la sonrosada flor cartucho en eclosión de la muchacha, chisguetearon las malogradas arterias ahí mismo, en las piernas y en la ropa de la virginal, e inmediatamente la iracunda madre preguntó:
–¿China, dónde has dejao tu calzón sucio?, ¡eso si no has de saber so puta de mierda!.
La misma madre se apresuró a buscar el único calzón de la muchacha, lo extendió sobre el estrado del fogón y se arrastró por debajo de él, atrapó otro cuy, salió de retroceso, se paró, lo mató y dejó que cayera en la rosasucia prenda toda la sangre del animal, y, en el acto se marcharon al pueblo “¡A la autoridad a la autoridad! ”.
Así que con el fabricado cuerpo del delito el Comisario armó un atestado de la GP y ordenó la captura de Melquíades, mientras tanto Griselda marchó hasta la capital de la provincia y se presentó ante el Juez de Primera Instancia para reforzar la denuncia entre sollozos y maldiciones que bien le arderían las orejas a Melquíades, el Juez, que ella muy bien conocía porque era el mismo que encausó a su marido hasta el Penal de Huaraz, lo escuchaba incrédulo mirándola por sobre sus anteojos.
Melquíades llegó hasta la capital con fuerte resguardo policial, entre rubores y náuseas cruzó la plaza eludiendo las miradas de sus conocidos, el cortejo se paro en plena Plaza frente a lo que se llamaba La Cárcel, el tiempo que Melquíades demoró en desmontar y pasar las rejas fue para él el tiempo más amargo de su existencia.
Durante el comparendo el Juez preguntó a la ultrajada.
–¿Cómo ha sido?.
–Me ha tucushido con su aparato –dijo ella mientras miraba a su madre ahí presente.
–¿Y cómo ha sido? –preguntó el Juez a Melquíades.
–Estuve ¡HALAGÁNDOLA!.
El único médico de la capital de la provincia andina, el único médico del lugar en toda su vida no se encontraba para que certificara la violación, gozaba de sus vacaciones en la capital, así que el Juez habló con el supuesto violador.
–A falta de médico aquí, tendré que elevar el caso inmediatamente a la instancia superior, ahí hay muchos médicos, mientras tanto tú seguirás detenido, eso sí, tenlo muy presente que allá en el Penal los violadores son violados. Pero, te propongo una salida, ¡cásate y ya!.
–Me caso –dijo Melquides, le aterraba la idea de ser violado por reos macerados en penetrante lejía ávidos de descargarla en el orificio del violador con el pretexto de hacerse solidaria la justicia ajena, y, y le glorificaba la idea de ser el primer hombre de aquella muchacha con olor a tierra mojada, así que prefirió aceptar matrimonio y quedó impregnado en las mentes de las los pueblerinos más sencillos que una violación conforme lo había confesado Melquíades llevaba al matrimonio y no a la cárcel.

Melquíades se casó con Anastasia y se fueron a vivir al condominio que conducía Melquíades, luego su temprana mujer resultó embarazada. Anastasia no tenía día que no visitara a su madre, doña Griselda, que vivía como a medio kilómetro abajo de la casa de campo que habitaba el nuevo matrimonio, por camino zigzageante, sólo una propiedad, la propiedad de doña Petrona que vivía por Lima, separaba la casa de Griselda del condominio con la vivienda en la cabecera. Y uno de esos días.
–Hoy no irás a visitar a tu mamá hay mucho trabajo –Sentenció Melquíades a su mujer.
Fue suficiente para que la bronca en el naciente matrimonio empezara , con el dime que te diré y el pégame que te pegaré, y por fin, sin permiso ni nada, ni más ni menos, Anastasia se largó a la casa de su mama. Pasó uno, dos, tres, seis días, y no regresaba. Melquíades fue a buscarla, y cuando llegó Griselda meneaba de pie el tostador dentro del tiesto de barro y mientras lo hacía sus amplias polleras abanicaban los excrementos de los cuyes en el piso de tierra, miró a Melquíades disimuladamente de costado, escupió sobre el costado del fogón, lo invitó a pasar al corredor y le ofreció el asiento de tunto, y en seguida empezó a llamar a sus hijos. Los guapos llegaron más rápido que inmediato con la hermana tras de ellos, cogieron los garrotes del montón de leña y le propinaron a Melquíades tremenda paliza que lo dejaron tirado panza abajo. Cuando pudo recuperarse de la masacre caminando como borracho llegó hasta el pueblo, meses estuvo en la casa de su madre sin poder aliviarse completamente, viajó a la costa, su madre tras él, la madre enfermó y murió, a él lo internaron en un sanatorio y murió.
Luego de la muerte de Melquíades fue doña Asunción, hermana de Melquíades y madre de Eulalio, la que se ocupó de administrar el condominio.
Eulalio amaba a esas tierras, las amaba tanto como a su madre, que cada centímetro de ellas tenían el olor de su sudor, que de tanto amor moriría por defenderlas, y las defendió aquel día que descubrió a Santiago tirando las piedras de la cerca limítrofe de ambas propiedades.
Y por defenderlas aquel día estuvo a punto de hacerse criminal, Santiago era del pueblo, un poco mayor que Melquíades, sin propiedades ni nada pero añoraba tenerlas porque le encantaba la idea de ser algún día un pequeño criador de vacunos, ¡eso sí!, por lo mismo un día marchó treinta kilómetros a pie para trabajar en la minas de tungsteno con el único fin de ahorrar dinero para adquirir una propiedad, y lo hizo para comprar la parcelitas de doña Petrona en Shugul, entre el Chaspao y el condominio que regentaba el infortunado Melquíades, y en ese afán de esforzado trabajo para ahorrar dinero se accidentó dentro del socavón, desde entonces quedó deforme con el espinazo desviado, por eso lo llamaban “El Güecro”, “El Torcido” “Jarro Chancao” “Golpéao de Aguila”, y tantos apelativos más que de sobra compensaban las limitaciones espirituales de los apodadores. De chacra, de sol a sol, de vivir en Shugul bajo diez metros cuadrados de rústico techo, de comer chiclayo a diario y no sufrir de la próstata, ¡era Santigo!, y en esos menesteres veinte veces más productivo que Eulalio que vivía en el pueblo junto a su madre y acariciaba aquel condominio nada más que como un hermoso legado de sus antepasados, Eulalio no tenía ambiciones productivas, era un hombre que se pasaba horas y horas haciendo poesías que las echaba al viento para que se encargara de diseminarlas y en tal afán se ausentaba del pueblo. Bueno, aquel día Eulalio regaba esa parcela limítrofe, Santiago, físicamente insignificante pero decidido a conseguir lo que se propuso arrojó las piedras del muro y en actitud desafiante marchó hacia la “toma” del agua de riego y la encausó hacia su propiedad, Eulalio se olvidó de lo hermosas que le resultaban las poesías y marchó a enfrentarse con su ocasional retador, Santiago blandió un machete que llevaba con él y lo descargó sobre Eulalio, éste esquivó el tajo y sometió a su adversario que cayó de largo en lardo en la acequia, Eulalio le pisó la cara para mantenerlo dentro del agua hasta ahogarlo, en ese momento le llegaron a su mente los gritos de auxilio de don Ricardo y Eulalio se apartó de su contrincante.
Mucho tiempo pasó sin que Eulalio y Santiago cruzaran palabra alguna, mucho…, Eulalio tuvo que abandonar el pueblo con su anciana y enferma madre, mucho tiempo pasó sin que Eulalio y Santiago cruzaran palabra alguna, hasta aquel día que después de muchos meses de ausencia Eulalio regresó al pueblo sin la anciana madre, llegó a la propiedad y la encontró invadida por los hermanos de ella, con tristeza contempló como los árboles que él y su madre habían plantado eran talados por los usurpadores sin que pudiera hacer nada para evitarlo. Eulalio fue en busca de Santiago y sin mediar palabra los dos se abrazaron.
“Creí que no volvería por ahí, por esas tierras donde mi madre, en condominio con sus hermanos las conducía, claro que los hermanos no vivían en el lugar ni mucho menos en el cercano pueblo…”
Pero volvió por ahí, por esas tierras, y tan pronto quiso contar lo que sintió al contemplarlas las palabras se le atragantaron, dos lágrimas rodaron entre tumbo y tumbo por los pliegues de su curtido rostro.

¡El Doctor Murphy!, hablaron al unísono los del jurado, él es de esa provincia y fue Juez de Primera Instancia ahí.
El jurado suspendió la cesión y mientras tanto se constituyó hasta la Presidencia de la Corte Superior de Justicia de la Libertad, allá en Trujillo.
–¡Doctor! –dijo un magistrado– ¿Usted que es Pallasquino sabe que significa “A LA GANDOLA”?.
El alto magistrado dejó de leer, giró sesenta grados a su derecha sobre el sillón a la par que se quitaba los lentes de lectura y un abultado vientre apareció, luego volteó la mirada a la izquierda para dirigirla a sus interlocutores, y de aquella boca con sonrisa franca en el marco de visible rostro sonriente de amplia frente y nariz aguileña, salió una sola palabra.
–¡HALAGÁNDOLA! .

SUERTE DE CABALLO, por Walter Elías Álvarez Bocanegra., de Pallasca, Ancash, Perú.

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Walter Elías Alvarez Bocanegra



 

Suerte de Caballo

Era el más hermoso de los caballos que jamás se había visto en aquel pueblo andino, un alazán de cuatro albos y frente blanca, hasta abajo, hasta perderse entre nariz y nariz. La impresionante melena le caía en la frente y al lado izquierdo del cogote, impresionante el liso pelaje del cuerpo como impresionante la tupida cola, corvo el cogote, ancho el pecho, las ancas redondas y suave al montar, era todo eso que los expertos en caballos andinos calificaban y califican como excelente. Tenía cuatro años y trotaba alegre y desafiante por los potreros demarcando lo que sentía su propiedad, y lo sentía con orgullo por esos alfalfares bien llevados que sólo ahí resaltaban, luego se detenía en el centro del pastizal y parándose en las patas traseras daba un relincho mientras con las delanteras desafiaba a quien de su especie por ahí anduviera, pero nada, nadie osaba responder el desafío. Y arrogante, el hermoso caballo, ya con las cuatro patas sobre tierra, curvaba el rabo y el cogote con indescriptible elegancia para desfilar en círculo y con trote retenido emitiendo amenazadores ronquidos que armonizaban con potentes chorros de aire disparados por sus narices, y por eso el hijo menor de Ambrosio lo llamaba ¡Ronco!, mientras disfrutaba al contemplarlo.

Los dueños de las yeguas de aquel pueblo lo miraban con codicia, anhelantes, hasta no más, por tener algo parecido.
Ambrosio, así se llamaba el dueño del caballo, era un hombre de negocios con varias hectáreas de terrenos de cultivo y ganado variado, además de muchos hijos y mujeres como parte de su patrimonio, y según decía, los tenía porque podía mantenerlos. Ambrosio no se quedaría con el animal si podría obtener por él un buen precio por su venta. Un día llegó hasta la finca de Ambrosio, jalando una yegua en celo, uno de sus cercanos parientes y ofreció pagar por el servicio de apareamiento nada más y nada menos que lo que costaba su maltratada yegua. Se prendió en Ambrosio la chispa de negociante y aceptó de muy buena gana aquella suma de dinero, en ese momento desapareció de su mente toda posibilidad de venta del hermoso animal, estaba feliz, ¡por él que llegaran todas las yeguas del mundo!, y feliz el noble e imponente Ronco porque le llegaran aquellas hembras. Mas, dada la elevada tarifa por el servicio del semental, muy pocos lugareños podían pagar, así que Ronco se pasaba gran parte de los días de relincho en relincho, solamente mirando a las apetecibles hembras…
Y Ambrosio creyó conveniente publicitar a su brioso animal en los pueblos vecinos y se ocupó personalmente de chalanearlo en concursos de caballos de paso de las fiestas patronales ganando los codiciados premios.

Así que, la fama del multi galardonado Ronco se acrecentó, y, el placer volvió con el caballo y la alegría inundó el rostro de Ambrosio, el hombre era feliz porque el dinero recaudado engrosaba día a día con el coito de exportación. 
Tiempo después, los hijos del semental se encontraban ya en edad de reproducción, muchos nuevos sementales remplazaban a Ronco, por consiguiente el precio por monta disminuyó, y el semental de Ambrosio envejecía del mismo modo que la preferencia por sus servicios decrecía.

Uno de esos días el ardiente animal no aguantó más su impulso sexual y saltó la cerca para trepar a una hermosa potranca que pastaba en la parcela vecina, desde aquel día y en adelante repetía la acción de saltar la cerca para dar rienda suelta a su apetito sexual con cada hembra que se le presentaba, tantas y tantas veces que Ambrosio comenzó a aburrirse del comportamiento del semental, fue más, hasta tenía que pagar a los dueños de las parcelas por los daños que Ronco ocasionaba en su desenfrenada carrera por conseguir hembra. Y Ambrosio optó por atarlo a una estaca, pero, pronto el animal aprendió a jalar la estaca, y así, con la estaca arrastrando emprendía su aprendido hábito de saltar las cercas para conseguir mitigar su apetito sexual.

Ambrosio, como buen empresario agrícola, evaluó que el animal ya no le resultaba rentable como semental. Además, cuantificó que el dinero que le había ingresado, por los servicios de monta, ascendía a quinientas veces el precio del mejor semental, así que decidió castrar al animal para usarlo en los diarios y duros trabajos de campo o para ponerlo a la venta, a esta decisión se opuso el último de sus hijos, pero con oposición o sin ella el animal sería castrado porque Ambrosio no admitía que se opusieran en sus decisiones. ¡Castración que no sucedió!, porque quiso la casualidad que ese día estuviera por ahí un aficionado yegüerizo de un pueblo lejano que gustó de la estampa del cuadrúpedo y le pidió a Ambrosio le vendiera al animal, a esto se volvió a oponer el hijo menor de Ambrosio, pero Ambrosio, terco como era, echó al hijo de su casa y vendió al cuadrúpedo.

El nuevo amo lo llevó hasta su pueblo, y los aldeanos enterados de aquella semental aparición empezaron a llegar con sus yeguas para aparearlas, pero el pobre animal ya era viejo y se encontraba agotado, y aunque se valían de un hurgón para hacer llegar el miembro de Ronco a la caverna de la yegua, la virilidad no respondía. Y el nuevo amo creyó conveniente castrar al animal para ponerlo en venta. ¡Y lo castró! y lo puso en venta.

¡La suerte que le esperaba al pobre animal!, por allá, por esos mundos, los caballos no usan herraduras, los amos consideran que herrar a los cuadrúpedos es un gasto de más “¡tantu gastu!”. Entonces el otrora engreído Ronco fue introducido en la tropa de acémilas de un arriero, hay muchos arrieros por ahí y todos tienen un solo patrón, y es el mismo patrón que tiene Ambrosio, un patrón que claman a gritos cada día pero que sin embargo él no los conoce porque ni a sí mismo se conoce. Un hedor a carne podrida emana en los pesebres de los arrieros, las pobres bestias llevan una herida desde la cruz hasta el rabo, ninguna tiene herraduras, los burros y mulas no sufren tanto por esta omisión, aquí los caballos por ser los más sensibles se llevaban lo peor. 
Las piaras mueren día a día por el mal trato y contradictoriamente crecen día a día por el impulso sexual de la especie. Las bestias caen con carga y todo en el escabroso camino mientras el látigo del arriero revienta en sus maltratados lomos. Las bestias caen y ahí son abandonadas, algunas se recuperan mordiendo las yerbas del camino y son vendidas a las fábricas de embutidos, otras, las más prometedoras son reincorporadas a la piara, y otras ahí no más, al tercer día, mueren, pero antes de morir llegan hasta ellas los buitres y conversan con las bestias:
–¿De que quieres que padezcan tus diferentes amos antes de morir? –preguntan al unísono, los buitres.
Y después de cruzar miradas los buitres inician su opípara merienda. Tiempo después los amos terminan muriendo por dónde empieza el buitre a picar a la bestia. Los arrieros mueren de todo y, ¡y el patrón nunca muere porque no tiene corazón!.

Pero el último hijo de Ambrosio, que pasó los primeros años de su vida junto a Ronco, él sí, ¡él sí tiene corazón!, así que apenas se hizo hombre y consiguió libertad económica se encamino en busca de Ronco. Y antes que los buitres iniciaran su merienda lo salvó y lo llevó a vivir junto a él. 
Y desde entonces Ronco vive protegido, mientras Ambrosio, impotente, corva su enfermizo cuerpo recorriendo día a día sus pertenencias ante la mirada codiciosa de sus demás hijos, y cada día que lo hace las encuentra disminuidas y al evaluar el decremento de su riqueza se le quiebra la vida sin conseguir la muerte.

BRUNO, por Walter Elías Álvarez Bocanegra.

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Walter Elías Álvarez Bocanegra

BRUNO

Al muchacho tímido de la clase los compañeros de escuela lo habíamos bautizado con el apelativo de viuda, por ese comportamiento que él tenía de apartarse siempre del grupo. Los más despreocupados del salón, cuando querían que llorara, se aproximaban hasta él, lo señalaban con el dedo y empezaban a corear con voz acusadora “¡llora, llora, llora…!”, y Bruno prorrumpía en llanto. A la hora del recreo salíamos juntos y mientras nuestros compañeros jugaban nosotros intercambiábamos vivencias. Sentía pánico cuando se enfrentaba al examen oral y hasta se olvidaba de saludar al profesor, y si por aquellas circunstancias del destino iba a encontrarse con las niñas de la escuela de mujeres, cambiaba de rumbo y apresuradamente desaparecía. Llevaba con él como prenda inseparable el catecismo católico, que su madre puso en sus manos desde que aprendió a leer. Tenía bien aprendido que las niñas eran angelicales criaturas a quienes había que mimarlas y ahorrarlas todo trabajo penoso, cederlas el asiento y el lado seguro de la vereda. Tan divinas eran para él las criaturas femeninas, que las señoritas más hermosas le parecían que no defecaban por lo bien presentadas que iban, no podía imaginarlas mezcladas con la fetidez del excremento humano. Empezó a odiar a su padre cuando lo descubrió encima de su madre haciendo el amor, ahí observando el incidente el odio se apoderaba de él acrecentándose cuando la madre se quejaba y meneaba debajo del marido, él ignoraba que los quejidos eran de puro placer, y llegó a creer que la mujer luchaba por librarse del hombre que la machucaba. Más odio aún cuando la madre por los efectos de la preñez vomitaba y maldecía, y más todavía cuando se retorcía pariendo a sus menores hermanos, a quienes en un inicio odiaba porque llegaba un intenso trabajo para él, el de lavar pañales, preparar la mamila y hasta hacer de madre de familia mientras la convalecencia del parto. Pero después los amaba tanto por que venían del mismo lugar de donde vino él, así pues que todo el odio hacia su padre fue compensado por el amor que sentía por sus hermanos, que asumió una voluntaria y muy temprana paternidad hacia ellos.
No obstante su muy manifiesta timidez, era el mejor alumno del salón, se sobreponía y respondía con elocuencia clara y precisa sabiduría las preguntas que el profesor solía hacerlo, en dramas y presentaciones escolares puedo decir que brillaba, particularmente yo sentía mucho respeto y admiración por Bruno, pero como el profesor lo halagaba con frecuencia y sin reparos, en aquellos momentos razones me sobraban para menospreciarlos a los dos, porque si bien los dos eran buenos y no puedo negarlo, que así lo eran, los demás también merecíamos algo de reconocimiento. Muchas veces el profesor nos repitió que Bruno llegaría a ser muy grande, que llegaría al Congreso y posteriormente sería nuestro Presidente, más que pronosticarlo así lo deseaba el educador, porque veía en Bruno al futuro hombre que él no pudo ser, claro que de esto me di cuenta después, como consecuencia de haberlo auscultado a mi modo, claro está, que de hacerlo oportunamente no hubiese yo sufrido tanto cuando estudiaba la primaria.
Tanto tiempo que no veía a Bruno, cuarenta años más o menos de la época de escuela, y me resultaba tonificante encontrarlo, los paisanos me dijeron que posiblemente lo ubicaría en los Viernes Literarios, acá nomás a la vuelta de la esquina, en el jirón Quilca. Y así fue.
–¡Hola!, ¿cómo estás?.
–¿Cómo me encuentras? –me respondió con otra pregunta.
Me quedé cojudo, no sabía que decir, permanecí callado como un idiota; yo que fui en busca de él para sentirme mejor, porqué él era el mejor y seguiría siéndolo, es innegable, pero yo nunca antes me había sentido menos que él, hasta aquel momento que me quedé mudo, parado y sólo esbozando una infantil sonrisa, mientras ensayaba algunas pisoteadas palabras para hipócritamente decirle que lo encontraba muy bien, “¡ji ji ji!, ¡qué bien se te ve!, ¡ja, ja, ja!”, para decirle que había dejado el coche ahí afuera, y que él me preguntara de qué marca era mi carro, y elevara mi ego haciéndome saber que el mío era mejor que el suyo, y qué bien si yo me enteraba que el suyo era más viejo, y mejor para mí si él no tenía carro, y mejor todavía que él no tuviera porque yo tampoco tenía, me lo habían prestado especialmente para llegar hasta él, y entonces sí que yo era feliz. Y más feliz si él estaba hasta sus patas y yo todavía tenía para comer, y es que él fue el mejor alumno, o sea que fue solamente un chanconcito, un ratón de biblioteca, y nada de inteligente, sin relaciones sociales, porque cero goles y cero balas en el blanco en su haber. Bueno pues, pero yo fui por él en busca de ayuda, y algo tenía que decir, auque sea infantilismos, aquellos que aprendemos de los demás en la vida rutinaria.
–¿Recuerdas a nuestro maestro? –por fin rompí el silencio.
–¿Y tú?, ¿lo recuerdas? –otra vez me jodió con la respuesta.
Había que ensayar otras preguntas, preguntas como esas de dónde vives, a qué colegio van tus hijos, cuánto pagas de mensualidad, ¡ah!, y lo más importante, le preguntaría en qué trabaja y cuánto gana, en soles o en dólares. Que alegría para mí, pensé, si me responde que vive en un barrio maltratado, que sus hijos van al estatal y que se rompe el lomo trabajando para comer; pero no creo que me responda así, pues si lo hace me estaría tomando el pelo, imagino que debe estar en una buena posición económica. Cuántos automóviles tendrá, qué relaciones sociales, y con quiénes. Su esposa, claro, su esposa no tardaría en llegar en uno de sus lujosos coches, con chofer para que le abra la puerta, a qué club pertenecerán. ¡Carajo!, tantas interrogantes por indagar y yo ahí parado sin poder fabricar la pregunta, hasta que fue él quien me sacó de mi empacamiento involuntario.
–Siéntate –me invitó–. Siéntate junto a mí, como antes en la escuela, tenemos mucho que decir.
–Sí, …sí, gracias.
–¿Y José?. ¿Qué pasó?. Porqué Moisés.
–José, José murió.
–De qué murió.
–Se suicidó.
–Es normal.
–Eso creí, pero no es normal.
–No es normal para los demás, pero sí para los suicidas.
–Se suicidó tomando alcohol.
–Igual, es normal, todos los alcohólicos buscan eso.
–En un principio creí que había muerto el alcohólico, pero luego me di cuenta que aún vive.
–No puede ser.
–Lo es, quedó impregnado en mí, ahora me siento tan débil como él y busco la muerte.
–El que la busca la encuentra.
–¿Nunca te pasó lo mismo?.
–¡Nunca!.
Me sentí un ridículo hombrecillo y traté de justificar su fortaleza con la buena situación en la que posiblemente se encontraba, entonces drásticamente cambié de tema y le pregunté:
–¿Cómo están tus hijos?.
–No tengo hijos.
Deduje en aquel momento que estaba bien parado porque no tenía mayores gastos, y me imaginé la hembra que tendría como mujer, profesional, de léxico florido, esbelta, cuidando su cuerpo en los gimnasios, y con muy buenas relaciones sociales, como esas mujeres de los grandes que aparecen en la tele, opinando sobre la situación económica y financiera del país, sobre las obras de caridad que practican, sobre el rol de la mujer en nuestra sociedad, de todos esos detalles que para el pueblo son abstractos, no entendibles y muy cansados.
–¿Y tú esposa, cómo está? –pregunté algo temeroso.
–No tengo esposa –me contestó ensayando una tierna sonrisa.
Quedé sorprendido, pero me negué a creer que decía la verdad, pues por un tipo como él las mujeres se quitan el calzón.
–Está bien, pero a falta de una, seguro que tienes muchas.
–Te equivocas, no tengo burdel propio.
Entonces Brunito es maricón, dije para mí, y los coches que tiene los usa para levantar necesitados jovenzuelos, sin duda, Brunito es chivolero. Me imaginé que vivía por allá por la Molina, Miraflores, o algún otro barrio exclusivo para gente adinerada.
–¿Dónde vives?.
–En San Martín de Porres.
–¿Y los coches?.
–Nunca tuve uno.
–¿Dónde trabajas?.
–En una biblioteca.
–¿Acaso no te hiciste profesional?.
–Sí.
–Entonces, ¿porqué en una biblioteca?.
–Porque así lo quiero. ¿Te sorprende?. ¿O es que ya te has olvidado de aquello que publicó José y circuló entre nosotros?, soy el único que se quedó con él, los demás se fueron, ¿lo recuerdas?:
Apenas soy un sol naciente y la injusticia ya me marchitó. Mi calor ya no abriga las enfermas almas de mi mundo, mi luz es penumbra, mi existencia se torna tenebrosa. Mis almas ya no me reclaman. ¿Quién me opacó?, ¡el perro mundo de la crueldad y la injusticia!. Mis almas arañan la tierra del perro mundo con la esperanza de que en sus uñas se impregne el sucio oro que ella guarda. ¡Mis almas me han abandonado!. Y ansiosas buscan el oro para rendir culto a la injusticia, para aferrarse a ella, excluirse de ser víctimas de sus perras leyes, y para ayudar a hundir a mis buenas almas que aún no se rinden. Soy un sol marchito buscando la paz, el amor, y la equidad. ¡Así es!.
–Claro que lo recuerdo. Pero es una producción temprana, apenas de un adolescente.
–Pero no puedes negar que tiene validez universal, mejor temprana que tardía y confusa, enmarañada con teorías y doctorados. Prefiero el agua pura del glacial que la embotellada, oleada y sacramentada con etiquetas de vida en el envase. Aquel José, cuando niño, reclamaba el cariño de su padre, pero no por eso vamos a decir que es una opinión infantil y por lo tanto sin valor. ¿No tenemos todos derecho a opinar de acuerdo a nuestras vivencias?.
–Yo mismo le recordé sobre el perro mundo, pero fue con el propósito de animarlo, levantarle la moral, y qué mejor con propia producción.
–Te niegas a ti mismo, qué complicado me resultas. Para estos casos tienes que ser completamente sincero contigo mismo. Olvídate de José, olvídate de Moisés, no es el nombre lo que hace, es la esencia. Y navega en la temprana producción.
–Por aquellos años el poema se convirtió en nuestro himno, ¿pero, ahora?.
–El hombre olvida muy rápido lo bueno, lo esencial, como los filántropos formados en las universidades, llega el salario y se acabó la filantropía, ahí está pues una de las causas de nuestros males, la perdida de identidad.
Por una parte, inicialmente, me sentí bien. Bruno no estaba en la buena posición social que yo imaginaba, al menos eso me reconfortaba, yo no era el único pelado de la promoción, y es que no fui tan bueno como él cuando estudiante, y eso me reconfortaba más, como a todos nosotros, nos sentimos bien cuando alguien de nuestro entorno está más abajo. Pero de otro lado, después de reflexionar, me sentí más ridículo que antes, y empecé a construir otras preguntas, de tal manera que lo dejaran mal parado.
–Si no tienes mujer, ¿cómo apagas tus deseos sexuales, o es que eres marica?.
–Nadie extraña lo que nunca tuvo, eso en cuanto a la mujer o esposa, y en cuanto al sexo, tú pregunta es muy ingenua. Pero, para satisfacer tu curiosidad, me masturbo. Y si sea marica, enhorabuena.
–¿Tan grandote y masturbándote?. ¡Es una desviación sexual!.
–Es normal para todos los que se masturban, cada día que pasa lo que es considerado como desviación va haciéndose normal a medida que se torna público. Por ejemplo, se comenta con tanta normalidad y por todos los medios de las prácticas anal y oral, que resulta insignificante pensar en lo peligrosas que son. Y de otro lado todos los que usan preservativos masculinos no hacen más que masturbarse. Además todo ha sido siempre normal, pero a escondidas para que nadie se enterase.
–Lo dices con tal frialdad, que parece que te hubiese decepcionado el mundo entero, extirpándote el alma.
–Si me hubiesen extirpado el alma no estaría conversando contigo, viniste porque me necesitas, aunque el orgullo no te permite admitirlo.
–Pero, ¿porqué sexo solitario habiendo tantas mujeres?.
–Talvez porque quiero ahorrarme problemas. Cuando se trata de dinero es el hombre quien debe tenerlo, y cuando se trata de derechos es la mujer quien debe gozarlos. Mejor dicho, las obligaciones son del hombre y los derechos de la mujer.
–Conozco casos en que las obligaciones son de la mujer y los derechos del hombre, para no ir muy lejos tenemos el caso de mi prima Consuelo y su marido, ambos tienen empleo, ella se levanta temprano, prepara el desayuno, alista a los niños, los lleva a la escuela, regresa de su trabajo y los recoge, vigila que coman sus alimentos, después los ayuda con las tareas escolares, lava y plancha la ropa de la familia, va al mercado, y así sucesivamente hasta quedar exhausta. Su marido no pone el desayuno, porque es cosa de mujeres, el marido va donde su trabajo, regresa y coge la pelota, y se dirige a practicar deporte, después toma unas cervezas para la sed, duerme, y luego pide ropa impecable para cambiarse.
–Esos casos son raros, y lo practican ciertos serranos subdesarrollados como un legado de sus padres.
–Volviendo al caso del sexo, hay muchos que se abstienen.
–Dan la impresión que se abstienen, pero se desahogan de otra manera.
–¿Cómo?.
–¿Recuerdas al flaco Rubén?, de niño trepaba los árboles, cuando adolescente subía a las burras, y ahora se monta a la mujer de su hermano.
–¡Estás hablando güevadas!.
–Y el gordo Manuel se come a su hermana.
–¡A su hermana?.
–Claro, a la espigadita de la carita ingenua, de apetecible busto y caderas desafiantes.
–¿Crees que todos son enfermos como tú?.
–Son diferentes a mí, por eso el cura del pueblo se come a la catequista, a la flaca esa, a la que sus padres adoran, a la de piernas largas que no da importancia a los muchachos de su edad y por eso más la adoran, y por que dicen que es la mejor del coro. Y el hermano de ella mató a la gallina en plena jarana sexual, ella misma lo descubrió, lo acusó con sus padres y coordinaron con el cura el internamiento del mozuelo en el seminario.
–¿Y porqué no ella al convento?.
–Porque ya no tendría nada que entregar.
–¿Y está bien que ellos y tú se comporten así?.
–Si el hermano del flaco Rubén lo acepta, está bien. Si la catequista y sus padres así lo quieren, está bien. Si la hermana del gordo así lo quiere, está bien. Si yo así lo quiero, está bien. No puedo decir lo mismo de la burra y la gallina, porque no creo que así lo hayan querido. Todo está bien, mientras nadie salga perjudicado.
–Eso del flaco Rubén me intriga, me gustaría conocer cómo es que sucede.
–Sí lo conoces, lo que pasa es que no quieres aceptarlo ya que es primo tuyo.
–¡O sea que estoy cagao?.
–Estás premiado, porque eso te ha permitido conocer el mundo tal como es, ahora imagínate otras familias, pasan por lo mismo, pero no alcanzan a evaluar lo sucedido.
–Ahora falta que digas que la catequista, la hija del profesor campanero, es mi hija, o mi sobrina, y que el cura es mi hermano o algo por el estilo.
–Tu caso no es ése, pero hay otros peores, sólo que si ellos reaccionaran como lo haces tú, tendríamos al mundo lleno de alcohólicos. Así que es mejor que cuentes tú mismo la historia de tu primo.
–Es el quinto de trece hermanos, al poco tiempo de nacer, según mí tía, su madre, era tan hermoso que se parecía al niño Dios, por eso lo llamaban Manuelito, y después Manuel, y Mariano, y todas sus derivaciones, era el mejor parecido de la familia, y según decía mí tía, “¡Ay oigaste!, es un auténtico sangre azul, el único que salvará el apellido, y tan inteligente que solito busca su teta y no la suelta, ¡silu vieraste! ”. Ella así se consideraba, era evidente, la sangre azul ahí estaba circulando por sus venas, se notaba en el cuello y dorso de las manos, de lo flaca que iba, pero además solía decir que descendía de europeos y eso le bastaba para ser superior a su marido, y a las indias mugrientas, piojosas y pedorras del otro barrio, que tragaban cancha, habas y frijoles, apestando en los ambientes donde se reunían. Ella ignoraba que los naturales habían sufrido la influencia ancestral de una cultura de homosexuales, allá al sur del lugar, resultado de tal influencia no podían contener los gases por cuanto los músculos radiales del esfínter ileocecal los llevaban vencidos, y para poder hablar fuerte entre gente desconocida hacían un supremo esfuerzo, tenían que apretar bien en cada palabra para evitar que el aire se escapara, talvez esto también explica el porqué muchos de nuestra familia son homosexuales. Fue deseo de mi tía, que cuando muriera hiciéramos traer al Obispo para que se encargase del funeral, no un obispo cualquiera, de ninguna manera, eso sí que no, a un italiano, contemporáneo de ella, que fue párroco en el pueblo cuando yo era muy pequeño, pero sucedió que falleció luego que los terroristas invadieron y quemaron parte del poblado, apoderándose de la gente un miedo ensordecedor que se extendió por tres años, favor a tiempo, porque el Obispo no llegaría ni en andas ni muerto, ni con miedo ni sin él, y tuvo que ir un propio con una fotografía de ella y una carta confeccionada por todos los notables del pueblo, hasta allá, hasta Huari, para que el Obispo le hiciera una misa en foto presente. Bueno pues, después de Rubén vinieron los demás hermanos hasta completar los trece, y mientras llegaba el último, a Rubén le iba creciendo una cresta, a tal punto que la sangre azul se le notaba en ella. Ahí empezó el problema de Rubén, para disimular la cresta optó por usar sombreros, de pelo de nutria. No podría ser menos. Se retiró de la Iglesia, aunque no del catolicismo, y jamás volvió a entrar en ella, se alejó de todas aquellas reuniones en las que había que sacarse el sombrero, con tal de que nadie descubriera su incómoda carnaza, claro que todos sabíamos, pero desde que empezó a usar sombreros no podíamos darnos cuenta como andaba. Para conquistar una chica, ¡qué problema!, solamente llegaba hasta el primer beso, porque cuando la muchacha quería acariciarle el pelo sacándole el respeto, Rubén se irritaba y la relación se terminaba. Ahí fue cuando prefirió buscar mujeres que no pudieran delatarlo, muchas casadas lleva el primo en su haber, entre ellas la esposa del hermano, pues vivían en la misma casa, y mientras el trabajador hermano se marchaba a traer el pan de cada día, Rubén aprovechaba la ventaja del acercamiento con el sexo opuesto. El complejo de la cresta también limitó a Rubén para conseguir empleo, bien sabemos que no podría presentarse con sombrero, salvo que sea un artista, bueno, así se puede ver en las presentaciones de la tele, tampoco digo que esté justificado. Jamás buscó un empleo, pero siempre tuvo dinero, las pulperías del lugar de cuando en cuando eran saqueadas, los animales domésticos de los vecinos desaparecían; y después empezó a hacerse viejo de verdad, entonces se infiltró entre los campesinos que tanto asco le daban y se proclamó su máximo dirigente, en dos años amasó fortuna, y nadie en la familia quiere darse cuenta que se come a la cuñada, salvo los hermanos de Rubén, que vociferan a los cuatro vientos, pero ahí queda todo.
–Con el permiso de su querida madre, Rubén es lo que se llama un perfecto hijo de puta, por derechos adquiridos a través de su vida.
–La culpa no la tiene él, es el complejo de la cresta.
–Si así piensas, sólo porque es tu primo, entonces todo lo dañino tiene justificación, ¿porqué pues te atormentas y te torturas, por lo que hacen los demás?. De tener yo mujer, no sufriría si la veo en mi delante haciendo el amor con otro, es ella quien debería sufrir por lo cochina que se ve.
–Lo dices porque no la tienes, de lo contrario te cortarías las venas por ella, peor aún si sabes que lo hace porque no te quiere.
–Hombres estúpidos, bien merecido lo tenemos que ellas nos llamen babosos.
–¡Basta!, no eches más leña al fuego, no hagas que me queme, mejor cuéntame respecto al gordo Manuel y su hermana.
–¡Carajo!, aquí me toca a mí, el gordo y su hermana son primos míos. Bueno, sucede que montaron un pequeño negocio familiar entre los dos, el negocio crecía día a día, las utilidades las iban capitalizando, gastaban solamente lo necesario, no más, de ninguna manera, para tener hay que sacrificar el alimento y la salud. El problema llegó cuando ella se enamoró, o fue enamorada, nunca lo sabremos bien, pero la verdad es que el hermano la dejó que se marchara, así nomás, sin llevar lo que le correspondía del negocio. Después de algunos meses el conviviente de ella la despidió porque no tenía riqueza alguna, la mujer regresó con el hermano, embarazada ya, para reclamar su parte del negocio, el hermano le dijo lo siguiente: Tú fuistes con él por el negocio que tenía, de la misma manera él te buscó por el negocio que teníamos, entonces mejor te quedas conmigo por el negocio que tenemos desde mucho tiempo atrás, le damos al bebé que llevas en el vientre nuestro apellido, y continuamos adelante, y hasta me gustaría tener otro hijo, solamente que yo no puedo, tú sabes. Así continuaron, ahora ya llevan diez años, educan al niño en un colegio particular, en uno de esos costosos colegios en los que se educan los hijos de los ricos, o los hijos de los que quieren sentirse ricos, claro que el pretexto es “Para mi hijo lo mejor”, pero en el fondo quieren hacer saber a los demás que el dinero les está sobrando, y lo hacen saber de la otra manera acostumbrada, la folklórica, repetidas veces son mayordomos del santo patrón.
–El caso es aberrante, otro perfecto hijo de puta, ¿qué grado de educación tienen tus primos?.
–Que importa el grado, el hijo tendrá algún día el mejor de los grados, pero si te reconforta te diré que apenas terminaron el primario.
–Ahí está el problema.
–¿Qué problema?, si los profesores enseñan cierta disciplina y practican todo lo contrario, además me he enterado que tú mismo sueles decir que el apetito sexual obedece al instinto, ahí está pues tu propia teoría.
–El niño, qué pensará el niño.
–Le dirán que su verdadero padre fue un pobre diablo, que abandonó a su madre preñada cuando supo que era pobre.
–¿Qué pensará de la relación entre hermanos?.
–Nunca lo sabrá, o talvez cuando lo sepa la relación abierta entre hermanos sea algo muy común.
–¡¡Oye, carajo!!, tú estás fuera de ti, en qué cabeza puede existir lo que dices, sólo en una desequilibrada como la tuya.
–Viniste a mí, no encontraste la riqueza material que suponías yo tenía, y por eso te atreves a calificarme de tal manera. Pues entonces espera que el hijo del gordo te cuente algún día, entonces dirás “el doctor me ha dicho”, porque piensan educarlo para médico.
–Es que no puede ser real lo que dices.
–Así es, lo real parece ficticio y lo ficticio parece real. Pero esto es tan real como el caso de Marcelo y su hija.
–¡Aguanta tu carro, carajo!, dobla esa página.
–¿Porqué te molesta tanto ese caso?.
–No es que me moleste, bueno indirectamente si me molesta, porque me involucra.
–Es el caso de otro hijo de puta.
–Claro que las mujercitas despiertan al deseo sexual con el padre como estímulo.
–Lo estás justificando, entonces qué te molesta.
–Ahí está el problema, siempre termino justificando las asquerosas acciones de los que me rodean, ahí está el problema, porque siempre me pregunto “ ¿tan cojudo he sido?”.
–¿Porqué, tan cojudo?.
–Por aceptar y perdonar, perdiendo otras oportunidades más limpias.
–Crees que aquellas oportunidades pudieron ser limpias, crees porque no las conoces, de lo contrario dirías lo otro estaba mejor.
–Pobre Marcelo, fue hijo de muchas leches, al casarse creyó que lo hacía con una virgen, y así vivió engañado hasta que su hija, la única diferente de su numeroso rebaño, cumplió los diez, la intriga no pudo más, la sometió para examinarla y saber como era una virgen, y luego con la autoridad de padre la poseyó sexualmente.
–¿Cómo lo sabes?.
–Ella me lo contó.
–¿Y si no fue el padre?. Talvez fue el hermano, o el tío, o talvez todos, bueno ¡qué mierda!, ya pasó, tú lo aceptaste.
–Claro, ya pasó, yo lo acepté. Pero para ella nunca pasará, ella se siente atada y culpable por lo que pasó, talvez la culparon insistentemente, por eso nunca quiso desligarse de su entorno familiar para formar una nueva familia.
–¿Sabe la mujer de Marcelo?.
–Es cómplice en el asunto, ella talvez la culpó, qué cagadas llevará por dentro.
–Sí. La gente de nuestro entorno está llena de mierda. ¿Cómo estarán los demás, los que no conocemos?.
–Me imagino que en igual medida.
–¿Y los valores, principios, virtudes y normas morales, como quieran llamarse, qué hay con ellos?.
–Fueron confeccionados sólo para entretener al enemigo, a gente cojuda como tú o como yo talvez, el cura que me comentaste es un vendedor de tales principios.
–¡Carajo!, y son los tres curas del pueblo en lo que va de mi vida, y ellos están prohibidos, hacen votos de castidad, bueno al menos eso nos hacen saber.
–Toda prohibición engorda intriga, talvez son las mujeres las que buscan a los curas, recuerda la fruta prohibida del edén.
–A veces te pones tan lúcido como en la escuela y me opacas.
–¿Eso piensas?.

–Pienso que somos el producto de una sociedad enferma. Enferma y pobre, pobre de dinero, o pobre de espíritu, o pobre de ambos, pero eso somos.
–¡Humm!.
–¿Cómo que humm!, algo tienes aún guardado, vomita todo, todo, que no quede nada, nada de José, la resaca es perjudicial.
–Hay algo más…
–Seguro que alguna porquería tuya.
–¡No!, cómo crees, es algo relacionado con mi prima hermana.
–Seguro que ahí arrimaste el piano, es común, hasta se casan entre primos hermanos.
–No, es ella y su hermano, mejor dicho su medio hermano.
–¡Carajo!, esto se pone bueno, lánzalo de una vez.
–El padre de ella se casó con una señora que tenía un hijo, el único “hijo hombre” que tuvo. Después vinieron siete hijas.
–Poderoso el tío.
–Nada de eso, siempre tuvo la ilusión de tener un hijo, para que no muriera su apellido, un hijo hombre que heredara el nombre de mi bisabuelo Carlos. En las reuniones familiares recordaban al bisabuelo como un modelo a seguir, y se abrigaba la esperanza de que algún descendiente llegase a ser como él. Así pues, buscando un hijo el tío se llenó de hijas, el cuerpo de la esposa terminó deformado de tanto empreñarse, y no es que fuera cierto el pretexto de que no había en que entretenerse, la esperanza era que llegara un macho. Mientras el tío se preocupaba por conseguir lo deseado, el hijastro se fue haciendo hombre, y como el tío trabajaba de sol a sol para mantener el hogar, no pudo percatarse a tiempo para prevenir, pues el hijastro ya se había desflorado a la hermana mayor.
–¿Y cómo se dieron cuenta?.
–Un primo, El Lazarillo, se preocupó por hacerles un seguimiento, y se quejó con el tío, contradictoriamente nadie creyó al Lazarillo, es más se ganó el desprecio de la familia, hasta que otro de los primos a quien su madre calificaba de muy circunspecto, lanzó la segunda queja.
–Seguro que le sacaron la mierda al arrecho del hijastro.
–Lo arrojaron de la casa, pero la obsesión del tío por tener un hombre como hijo, pudo más, y lo perdonó. El hijastro en adelante siguió con su mal habida relación ante la impotencia de nosotros.
–¿Qué fue de la vida del Lazarillo?.
–Se dedicó a negocios ilícitos.
–¿Y sus padres?.
–El padre, arrebatado por la parálisis que padecía, se suicidó mucho antes del caso, o talvez ya lo sabía, y la madre murió hace poco, de pena, mientras El Lazarillo purgaba condena en el penal.
–¿Y el circunspecto?.
–Mujeriego empedernido, suele decir que no se quiere ni a sí mismo.
–¿Qué dice al respecto la madre del mujeriego?.
–Ya nada, ella tiene una falta similar en su pasado.
–¡Chucha!, familia Borgia.
–¡La cagada!, no jodas pues.
–Perdón, retiro lo dicho, mejor sigue con el relato.
–Mira, mi bisabuelo Carlos, el padre del padre de mi madre, ¿he dicho bien?, tenía una hacienda, nosotros éramos muy pobres. ¡Carajo!, cómo te explico. Mejor dicho mi bisabuelo murió y mi abuelo quedó desheredado, no sé porqué, pero ¡qué mierda!, así fue. Bien, como mi abuelo quedó fuera del plato pronto se vio envuelto en la pobreza, pero allá en la hacienda existía una escuelita fiscalizada. Administraba la hacienda un nieto del viejo Carlos, por el lado de los no desheredados, a él recurrió mi abuelo para emplear a su hija, madre del circunspecto y hermana de mi madre, como profesora en la escuelita, y…
–¿Y?.
–¡Y qué pue carajo!, ahí sucedió todo.
–Ya sé, tu tía se comió a un chibolo de la familia.
–No, hombre, la tía aún tenía dieciséis años, fue la mejor alumna de su promoción, premio de excelencia, inocente en esas situaciones de seducción.
–¡No me digas que fue el cura!.
–No, fue el administrador, la embarazó.
–Fácil, la hubieran casado con él.
–Él estaba casado.
–¡Puta, qué pendejo!. Ninguna consideración a la familia.
–Peor todavía, culparon a la tía y se vio obligada a abandonar el empleo.
–¡Y nació el circunspecto?.
–El circunspecto es el segundo, el hijo de ellos nació minusválido.
–¿Y el padre del circunspecto?.
–Fue otro, uno que se marchó con su empleada doméstica.
–Seguro que se enteró del caso.
–Posiblemente. El minusválido y el circunspecto crecieron sin padre.
–¿Es todo, no hay más?.
–Es todo.
–Entonces puedes irte, ya te liberaste.
–¿A dónde, a envenenarme con los recuerdos?.
–Busca a tu familia y llora con ellos, hasta sentirte bien.
–Lejos de sentirnos bien, nos culpamos mutuamente y terminamos mal. Yo los culpo en silencio y ellos a todo pulmón.
–¿De qué te culpan?.
–De borracho, resentido y haragán.
–Entonces huye de todo lo que te haga sentir mal.
–Eso mismo asimiló José y tomó la decisión de marcharse para siempre.
–Pero no sucedió como lo esperaba.
–No completamente, pero sí en buena parte.
–De todas maneras es un logro.
–Llevo una espina en la planta del pie que no me deja avanzar, creo que la última.
–¡Suéltala pue cojudo!.
–Sucedió en la adolescencia.
–¡Seguro que te comiste a la burra, o a la gallina!.
–Aunque te parezca mentira, jamás practiqué lo que supones.
–Entonces, un marica posiblemente se cruzó en tu vida.
–No, fue mi tía, otra tía, lejana, que no sé que es de su vida. Yo me encontraba enfermo, postrado en cama, ella cuidaba de mí. Estábamos solos, muy solos, su caminar cadencioso, su voz, su cutis blanco y terso, su talle esbelto, se apoderaron de mis sentidos; su ternura despertaba en mí un deseo de acariciarla, mas no de poseerla, no sabia nada de eso. Aquella canción romántica en ritmo de balada, sonaba por la radio en el cuarto, la cantaba una divina mujer idealizada por mí, virginal, diosa de mis fantasías, de cabello largo y lacio, de ojos grandes y complacientes, sus labios pétalos de rosa apretados y mezquinos escondiendo el néctar de su boca, de cuerpo esbelto, cual gatita que ronroneando se pegara a mi pecho antes de partir, mientras brillaba el sol en mi ventana y yo la siguiera por las polvorientas calles de mi pueblo, y me quedara en la plaza contemplando la ciudad, idealizando una estación de ferrocarril porque se iba sin que la hubiera ni siquiera visto. Y yo ahí postrado en la cama delirando por la fiebre, tomé tímidamente a la tía por el brazo, y ella se acercó hasta mí buscando mi boca, una dulce sensación experimenté y anhelé que nunca terminara, pero ella se retiró y lloró igual que un niño, mientras yo le pedía perdón insistentemente, una y otra vez, y ella no cesaba de llorar. No hubo más, solamente un beso, ¿tanto daño pudo causarle un beso?, aquel beso que me hizo sentir en el paraíso, ¿porqué ella no sintió lo mismo?. Desde entonces cargo sobre mí aquel supuesto mal que la causé. Muchas poesías ingenuas inspiró aquel beso con fondo musical. Tiempo después volvió a sonar otra canción, “Corazón de poeta”, la inalcanzable felicidad volvió a apoderarse de mí, compré la grabación y me complace escucharla, sintiendo que no la tengo, ni la tuve, pero la recuerdo.
–¿Te volverías a enamorar?.
–Sí, ¿Quién no quiere estar enamorado?, es hermoso.
–Si es hermoso porqué no lo haces.
–Hay una especie de miedo.
–¡Miedo a qué?.
–A que lo hermoso termine cuando empiece la necesidad de dinero.
–Pero hay gente muy pobre, en la miseria podría decir, pero llena de amor.
–¿Entonces qué pasa en mi caso?.
–Veamos primero de quién te enamorarías.
–De una mujer atractiva.
–¿Física, intelectual, o espiritualmente?.
–Empezaría por seleccionarla físicamente, que algo me guste, que despierte en mí apetito sexual. Luego, lo del intelecto se puede cultivar.
–Tú lo has dicho, se puede cultivar, pero, y qué si la mujer no se deja cultivar, es más cree que ya está cultivada a su manera, y se otorga un valor económico.
–¿Valor económico?.
–Claro, ¿acaso no es común escuchar de ellas que se casarían con alguien que les de seguridad económica?, suelen decir a menudo, “¡Con ese tipo no, me mataría de hambre!”, de otro lado los hombres cojudos dicen “Quiero que seas mi esposa, no te faltará nada”, empecemos pues analizando lo que está grabado en nuestros cerebros, eso que ya ha pasado a ser una norma bajo la cual quien decide casarse debe estar encuadrado.
–Entonces no hablemos de amor, sería mejor hablar de conveniencias que hacen posible una relación de pareja.
–Mejor así, y estar preparado para cuando las condiciones que mantienen vivas las conveniencias, fallen.
–Entonces no sufriremos mucho cuando una mujer se vaya.
–Pero de otro lado la mujer que se va quiere irse con todo, hijos, dinero, bienes, y el hombre orgullosamente ingenuo deja que esto suceda, y cuando sucede ya está con la soga al cuello, es eso que dicen las mujeres, un papel quemado.
–A una mujer sin dinero se le acercan los hombres que hayan, basta que sepan que anda sola y es algo atractiva, a un hombre sin dinero ninguna mujer se le acerca, salvo que sea muy ingenua, o espiritualmente rica, o instintivamente para someterlo y satisfacer sus propios caprichos, y luego se aleja.
–En tal caso las leyes deben fabricarse a favor de los hombres, ya que parecen ser muy tontos.
–Sí pues, pero las leyes a favor de las mujeres curiosamente están hechas por los hombres, las mujeres por más investidura que tengan no abogarían por una ley a favor de los hombres.
–¿Qué demuestra entonces eso?, ¿una predisposición innata del hombre para proteger a la mujer?.
–Las leyes no son fabricadas por los hombres desvalidos, son por aquellos que van abroquelados de poder, que lo tienen todo bajo sus pies, empezando por la sirvienta, la secretaria, la esposa, la hija del amigo, las masajistas y todo lo concerniente. Las leyes apuntan a someter a los del llano. Y qué más si a los hombres nos gusta ver jodidos a los de nuestro propio sexo.
–Es tú opinión.
–Dime pues, si sabiendo que a un amigo le adornan con cuernos, tú o sus demás amigos se atreven a comunicarlo.
–Pues, no.
–En cambio una mujer sí lo hace, entre ellas se protegen, hasta se cuentan sus relaciones íntimas.
–¿Tú contarías tus relaciones intimas?.
–No, por respeto a la mujer que ame.
–Entonces, sin duda, la amiga de la mujer que ames sabría de tus debilidades amatorias.
–Creo que sí, Reina sabía todas las debilidades de José antes de acostarse con él, talvez Dona no tuvo recato alguno al comentarlas.
–Los hombres también cuentan, pero cuando se trata de otra mujer que ellos llaman la jugadora, pero lo hacen solamente para alardear, para mantener vigente su condición de machos.
–Las mujeres, en su mayoría, se manosean entre ellas desde muy pequeñas, diría yo que empiezan con una inclinación homosexual, que luego van abandonando. Se examinan los senos, la vulva, los glúteos y muslos. Son tan comunicativas entre sí que saben más de sexo que nosotros. Los hombres hasta protegen su miembro cuando orinan delante de otros hombres, es que tienen miedo que les digan “¡Lo tienes chiquito!”, y eso es peor que mentar a la madre, sólo los que lo llevan algo erecto antes de orinar lo muestran con exhibicionismo.
–Las mujeres son menos pudorosas en el exhibicionismo, muestran las piernas y parte de los senos como algo normal. Es su etiqueta, su carta de presentación, el precio de impacto que creen tener.
–¿Y qué hay de los homosexuales y sus derivados?.
–No opino sobre lo que no conozco, solamente los aprecio como seres humanos, basta un desequilibrio hormonal y el ambiente propicio, creo yo, para que cualquiera se convierta en homosexual. ¿Y tú que opinas?.
–Lo mismo. No hay porque marginarlos.
–No me respondiste respecto al atractivo espiritual de las mujeres que prefieres.
–El atractivo espiritual es difícil de percibir, las personas exteriorizan únicamente lo que les conviene, y las que parecen más atractivas son las que más esconden lo que pueda perjudicarlas, sólo así pueden lograr sus objetivos.
–Has llegado a explicar, sin darte cuenta, una causa de peso de todos tus males.
Luego vino un mutismo recíproco, ambos teníamos la mirada desviada, no sé que pensaba de mí, pero yo sí de él, era el mismo muchacho de escuela tímido pero seguro en sus apreciaciones, capaz de subsistir en las montañas más agrestes de la vida, libre para entregar todo sin esperar nada a cambio, el único hijo hombre del maestro en su primaveral y atractiva sirvienta. Pero yo sabía de sus tempranas decepciones, di vuelta para mirarlo, y así viejo casi cincuentón como lo encontraba, su aplomo era impresionante, majestuoso, que tuve envidia de él y pregunté:
–¿Recuerdas el rabo que tenía tu papá?.
–¡Ja, ja, ja…! –lejos de incomodarse lanzó una carcajada–, ¡qué ingenuidad! ¿no?. Cómo he de olvidarlo, mi hermana, mi menor hermana fue quien salió con eso, pero claro, yo también mordí el anzuelo.
–Claro pues, tú saliste con eso en la escuela.
–Cuando descubrí el rabo, ya todos lo sabían, hasta el maestro.
–¿Cómo pudieron descuidarse tus padres?.
–No fue descuido, ellos lo percibían de manera muy natural.
–¡Qué ignorantes!, perdón, no quise decir eso.
–No te preocupes, tienes toda la razón.
–Inocentes es la palabra, pero ellos no tenían la culpa.
–Ignorantes es más apropiado, todos ignoramos algo, ellos ignoraban las normas impuestas por la sociedad formal, ellos no sabían que para hacer el amor tenían que cumplir con ciertos parámetros, por lo mismo los viejos lo practicaban cuando tenían ganas de hacerlo, ahí descubrió el rabo mi hermana, mejor dicho el aparato de papá, fue la vieja quien no supo responder la interrogante a su inquieta hija.
–Tú, ¿preguntaste alguna vez al respecto, a tus padres?.
–No, preferí enterarme por mi cuenta, disimuladamente, hasta que sucedió.
–¿Después qué sentiste?.
–Odiaba a mi padre, con semejante herramienta hacía que mi madre se quejara.
–¿Ustedes no dormían en otro cuarto?.
–Todos dormíamos en el mismo ambiente, sólo existían dos habitaciones: el cuarto y la cocina.
–¿Y cuando llegaban visitantes a hospedarse?.
–Al costado nuestro se acomodaban.
–Cualquier cosa podía pasar.
–Antes de encontrar a mi madre quejándose y con mi padre encima, todo parecía normal, contemplábamos sonrientes y hasta bromeábamos cuando papá y mamá se cambiaban de ropa, era común verlos completamente desnudos. Después mi hermana descubrió el rabo, que no era más que el pipi erecto de papá, desconocido por mí hasta entonces; luego vino lo de mi padre sobre mi madre, y las figuras trazadas de hombres y mujeres en los baños de la escuela tomaron poco a poco forma sexual en mi imaginación. Todo eso unido a los sermones del cura, las charlas del maestro y los comentarios de la gente, fue modulando mi comportamiento. Pero ellos, los viejos, seguían en lo mismo como algo normal.
–¡Qué vergüenza!.
–Nada de eso, allá en la laguna de los baños termales familias enteras de campesinos se regocijaban en sus aguas, completamente desnudos.
–Es que los pobres campesinos, dada su condición económica, no llegan a nutrirse con las enseñanzas de la escuela, se quedan en lo mismo, es más algunos no conocen la escuela.
–Mejor así, se les notaba muy felices, luego del baño se conglomeraban sin pudor en el borde de la laguna, se vestían, y compartían la comida que llevaban. No era necesario ser conocido, igual te llamaban a comer, la gente que se consideraba educada miraba desde lejos, a escondidas tras las ramas que circundaban la laguna.
–¿Apruebas, entonces, tal comportamiento?.
–No apruebo ni desapruebo, sólo admiro aquella felicidad confundida con la naturaleza.
–¡Bienaventurado seas!.
–Lo mismo para ti.
–¿Tus padres y hermanos?.
–Mis padres conmigo. Mis hermanos en Italia y Japón, tristes y felices a la vez, tristes por estar lejos de aquí, y felices porque algún día regresarán con dinero para exhibirse, para que la gente sepa que andan muy bien por allá, y sabiendo sufran su nacional realidad. Masoquismo y sadismo social en convivencia.
–¡Qué felicidad!
–¡Ja, ja!. ¿Qué más te aqueja?.
–Tengo miedo, miedo que la senectud me sorprenda pobre.
–Qué pobre. Tu fondo de jubilación ahí lo tienes.
–Hasta en eso he caído, el Gobierno se ha tragado tres años de mis aportaciones. Sólo cuento con nueve.
–Y eso, porqué.
–Porque me inscribí en el sistema privado de pensiones tres años después del efecto de la Ley.
–¡Qué tontería!, es una burrada tuya, el Gobierno no tiene culpa alguna.
–No pues, pero sí ellas.
–¿Quiénes ellas?.
–Las ejecutivas de ventas del Sistema Privado de Pensiones, ¡ja, ja, ja!, me consuela saber que muchos fuimos sorprendidos.
–Otra historia de hembras sometiendo babosos, ¡está bien, por cojudos!.
–Llegaban con ajustadas minifaldas y escotes sugestivos, poco faltaba para que llegaran desnudas, nos instruían respecto a la conveniencia de su sistema, no fue fácil convencernos, pero nos abordaban insistentemente, cedían a nuestras invitaciones parranderas, prometieron que nuestras aportaciones anteriores serían todas reconocidas mediante la emisión de bonos, confiamos en ellas puesto que ignorábamos la ley, y terminamos afiliándonos.
–Bien reza el dicho: ¡Nunca pierdas la cabeza por un rabo!.
–Pero la que me afilió terminó siendo mi mujer.
Dije eso para terminar con una carcajada, tenía que terminar nuestra conversación de alguna manera, el Viernes Literario había empezado y pensé que no debería estropearlo, era su predilección la poesía, desde la escuela, pero no terminamos ahí.
–Peor todavía, ¡qué infantil excusa!. Mira hermano, en un inicio la mujer andaba desnuda, era poderosa y sometía a los hombres, en todas las formas. Después los hombres se cansaron de verla desnuda. Aburridos de soportarla empezaron a practicar el amor entre ellos. La mujer, por su parte, buscó a las demás para lo mismo, en dura competencia se ubicaban frente a ellos para disfrutar de lo prohibido, ellas ganaban la competencia, por supuesto, tanto así, que perdieron el control sobre los hombres, y éstos tomaron las riendas del destino de la tierra. Las mujeres seguían ahí en lo suyo, y los hombres también, pero sólo en las altas esferas. Imperios poderosísimos se levantaron bajo el poder físico de los hombres. Por una de las casualidades del destino, un día que las mujeres decidieron acariciarse allá en el paraíso celeste de las aguas tranquilas, notaron reflejados sus cuerpos, ¡envejecidos y deformes!, y horrorizadas escaparon de las aguas, corrieron por la planicie hasta sus viviendas y se arroparon con las cobijas de la noche; ahí permanecieron sin salir, por largo tiempo. Sin que pudieran darse cuenta sus cuerpos iban rejuveneciendo por el embrujo de las sombras bajo las cobijas, algo así como resulta después de cubrir el pasto viejo y pisoteado de los senderos con una piedra caída accidentalmente sobre él; pasto tierno, emerge, suave y blanquecino, atractivo a las bestias, pero delicado y susceptible de marchitarse con el primer rayo de sol. Mujeres hermosas renacieron, cual orquídeas delicadas que crecen al amparo de las sombras en la espesura de la selva virgen. Los hombres se turbaron ante la aparición de aquellos seres cubiertos en vestiduras de fina seda, que desafiantes dibujaban un talle que invitaba a ingresar en sus misterios. Las mujeres se tornaron interesantes y los hombres apostaban sus fortunas por llegar hasta ellas y poseerlas, muchos perdían la vida disputándose a una. La mujer había logrado, con su innata paciencia, una nueva forma de liderazgo, sometió con su sexo al hombre de tal manera que éste, por voluntad propia, se convirtió en su servidor incondicional. Solamente con la casual y paciente espera, ajena a la voluntad, la mujer había logrado imponerse de nuevo, no necesitaba trono ni reino, pero gobernaba. Y empezó el problema del hombre, que ante la indiferencia de la mujer descargaba su mal embalsada ira sometiendo reinos aledaños para ponerlos a los pies de su amada, y cuando no lograba lo esperado se entregaba a los brazos de la muerte. Dicen que un sabio monarca, gobernante de uno de los reinos, se dio cuenta de la debilidad física de su bella mujer mientras forcejeaba con ella suplicándole un poco de amor, que atenuara el estrés que le dejó una intensa jornada; cansado de suplicar la sometió por la fuerza, “ ¡Piedad! ”, clamaba la mujer, pero él ordenó a sus súbditos le trajeran a las mujeres más hermosas del reino, para demostrar que la suya no era imprescindible. Los demás monarcas copiaron la receta y desde entonces la mujer pasó a ser esclava del hombre. Y se quedó nuevamente esperando, esperando involuntaria y pacientemente. Un día el rey de reyes, acompañado de la reina y su corte, se desplazaba en desfile de gala ante sus súbditos, un bicho repentinamente picó el muslo de la reina, causándole tal escozor que no pudo resistirse, levantó el imponente faldón y se rascó. Los súbditos lanzaron una exclamación de asombro y de deseo, subiendo la mirada desde el tobillo hasta el muslo, y luego bajándola, y subiéndola con los ojos desorbitados de lujuria; la turba avanzó cerrando el paso al cortejo, el rey no podía comprender lo que estaba pasando, pero pudo darse cuenta que todas las miradas se dirigían a la reina, volteó la mirada hacia ella y escudriñándola se quedó con los ojos oscilando, del muslo hacia el tobillo, de éste hacia arriba, finalmente todo el cortejo y la guardia real se quedaron ahí atrapados por el embrujo, hasta que no pudieron contenerse, y confundidos todos se agarraron a golpes. La asustada reina escapó abriéndose paso entre la multitud rumbo a palacio, desde el balcón se puso a contemplar aquella tonta lucha, provocada por el sencillo y accidental hecho de poner al descubierto parte de su misterioso cuerpo. Pero ahí se quedó mirando, contemplando pacientemente la confusión, hasta que llegó su adorado esposo, el rey, herido de muerte y maldiciéndola, ella sonrió, y pacientemente, sin inmutarse, iba levantando el faldón, mientras el rey declinaba poco a poco los insultos para terminar en desbordantes elogios y deseos de placer.
Desde aquella vez y muy lentamente a través del tiempo, la mujer fue mostrando partes de su cuerpo para someter al hombre: el cuello, tobillos, le siguieron parte de los senos, las piernas, el lomo, los muslos, el ombligo, el tórax, y finalmente el cuerpo entero. Los hombres nuevamente se cansaron de verlas desnudas, y volvieron a complacerse mutuamente, y las mujeres también. Y el ciclo se repitió, aunque muchos se quedaron en los intermedios, pero igual seguirían. ¿Qué te parece?.
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LA CARTA, por Walter Elías Álvarez Bocanegra.

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Walter Elías Alvarez Bocanegra

 

La carta

Era diferente a las campesinas que había conocido, sigue siendo diferente a todas aquellas, aquellas que pasan casi trotando por tu delante, como queriendo escapar de ti, gritando un saludo y evitando en lo posible mirarte, con pasos desacompasados y la mirada perdida en lo áspero del suelo, pasan sonando como las aguas de una cascada, mas al chocarse ahí abajo, entre rocas y guijarros, hacen tal estruendo escupiendo a uno y otro lado. Así sucede con las cholitas que encontrando más allá alguno de sus semejantes, paran para saludarse a gritos entre risas y chacotas, y así se quedan por largo rato, como haciendo saber que tú no vales ni un comino para ellas.
Y pasan así porque sienten que al pasar las estás observando de la cabeza a los pies, imaginándote cómo serían si las desvistieras, por lo mismo tienen vergüenza de mirarte de frente, piensan que las miras con ojos de deseo, que te imaginas con ellas en alguna quebrada haciendo el amor, ellas así lo intuyen, pero la verdad es así, la mayoría de los mejor parados del pueblo las imaginan de tal manera. Y no pasa lo mismo con los campesinos hombres de su realidad, ellos de frente se mandan, sin palabreos ni titubeos, pero si tú haces lo mismo, revientan de rabia y se desatan en insultos. Es que tienen vergüenza que las encuentres con ropas íntimas muy deterioradas respecto a las tuyas, y claro, es evidente si empezamos comparando el ropaje exterior. Pero si por alguna circunstancia del destino llegan a tener confianza contigo, te tratan de tal forma que puedan alardear con los suyos que se burlan de ti, y si llegan a sacarte algo regalado, persisten en lo mismo, y si te niegas te tratan de miserable, y lo dicen cuidando que los suyos escuchen, y todos ríen, y por más hombre de mundo que seas terminas sonrojándote sobremanera.
Bueno, esto es lo que sé, ahí tú si sabes algo más o menos, podrás confirmar o refutarme.
–Nada, no sé nada del campo. ¡Salud Humberto!.
–Ahora por las campesinas. ¡Salud!.
Por eso, si quieres que te respeten, por cada regalo que les des tienes que tumbarlas, sencillamente, así de simple, sin tratar de besarlas, carajo, y bomba con ellas, podrás incluso conseguir que te sean fieles y serviles hasta la muerte, nada de “pobrecitas”, qué cojudo, si las consideras te cagan, carajo.
Pero si alguna logra traicionarte, eso sí, lo seguirá haciendo, y siempre lo negará, a pie junto, sin inmutarse, hasta confundirte y arrancar de ti las disculpas. Con cualquiera que la encuentres, te dirá que se trata de su primo, que estuvo ayudándole a pelar las papas, avivar el fuego, a sacar alguna alimaña de la cama, y hasta de su propio cuerpo. Todos son sus primos por si acaso, todos los que la pretenden, jalonean y tumban. Pobre de ti, cojudo, si te metes con una campesina de tal calaña, no sienten amor, sólo placer. 
Ésta era diferente, por eso la recuerdo con amor, cuando se cruzaba conmigo en algún camino, como las aguas mansas al encontrar un obstáculo lo primero que hacía era dirigirme la mirada y sonreír, luego el saludo y el usted en toda su ocasional conversación, y a la despedida un ramillete de bendiciones para toda mi familia, desde mi abuela hasta mi prima.

Tan agradable la muchachita, que yo antes de salir de casa deseaba con sutil emoción encontrarme con ella; de caminar cadencioso, de hablar pausado y escrupuloso, aquella sonrisa ingenua que dejaba al descubierto sus pequeños dientes, forjaba dos graciositos hoyuelos allá en los extremos de su boquita, aquella sonrisa ha caminado conmigo hasta aquí, y puedo decir que en las horas grises de mi vida reanima mis ganas de vivir.
Mientras nos saludábamos mi cuerpo hormigueaba, mis dedos recorrían sus delineadas y bien proporcionadas cejas negras una y otra vez, mis pulgares se deslizaban por sus grandes y encorvadas pestañas, mis labios se acercaban temblorosos hasta rozar negras y vivaces pupilas dentro sus amplios ojos; así por largo rato mientras duraba el saludo, un indescriptible cortejo gozaba al contemplarla, erecciones repetidas experimentaba mi sexo, no había la posibilidad de que con ella no funcionaría, era su inocencia, su bien sellada inocencia la que me incitaba al milagro de penetrarla. Y mientras la despedida, mis manos se deslizaban por su única trenza, larga y sedosa, hasta llegar a lo delgado de su cinturita, luego subían hasta el grácil de su cuello, piel suave y provocadora, de orejitas suculentas, la mitad de las mías, que provocaban morderlas; mis labios tocaban los suyos y mis pestañas se enmarañaban a las de ella, dulce despedida unida a la esperanza de volverla a ver, todo frescura, armonía y aroma al natural. Lo mismo sucedía cada vez que nos encontrábamos, y me olvidaba por completo de su origen campesino.
–¿Cuántos años tienes?.
–Quince. Quince años, señor.
–Tienes enamorado.
–No, señor.
–¿Y porqué?.
–¡Qué pregunta, señor?.
–¿Te gustaría tenerlo?.
–Con todo mi corazón, señor.
–Bueno, ¿pero sabes del amor?, mejor dicho, ¿has tenido enamorado?.
–Sí sé del amor, pero nunca he tenido enamorado.
–¿Cómo que sí sabes, si no lo has tenido?.
–Lo siento como algo hermoso, y sufro cuando sucede, me quita el sueño y hasta el hambre, y me siento muy feliz por todo lo que pasa. ¿No es esto el amor?.
–Precisamente, eso es el amor.
–Entonces, no estoy mintiendo. 
–¿Vas al colegio?.
–No. Tengo tercero de primaria, señor.
–¿Porqué no continuaste?.
–Porque mis padres son pobres, señor.
–Tu comportamiento es de una chica con secundaria completa.
–Me alegra que me lo diga, señor.
–Quiero decir que no pareces una campesina. Si no fuera por el vestido.
–Soy pobre, señor, pero tengo todo lo que tienen los demás, cabeza tronco y extremidades.
–Entonces…
–¿Qué, señor?.
…
Entonces me dejaba con el corazón en la garganta, esto es difícil de explicar, la tenía ahí, prácticamente a mi disposición, yo el estúpido que hacía las preguntas, las hacía para ver la posibilidad de hacerla mía, pero no podía atreverme cuando sentía que casi la tenía. Y otra vez estúpidamente volvía a preguntar, y otra vez las mismas respuestas. Qué tal contradicción de la realidad con lo deseado.
Pensaba en la posibilidad de hacerla mía y nada más, solamente, porqué tendría yo que enfrascarme con una campesina para toda la vida, si mis ambiciones eran otras, el poder por sobre todas las cosas, el poder con la aprobación de Dios. Pero de otro lado, dejarla después de poseerla, no era nada justo para mí, peor para ella, infinitamente peor para Dios. Era joven, la persuadiría para que siguiera estudiando y para que abandonara toda aquella indumentaria campesina que llevaba y que me avergonzaba, haría cambiar sus hábitos y costumbres, qué si resultaba mejor que yo, taparía la boca a todos los que no aprobaban mi relación con ella. Por último, era mujer igual que todas, nadie le enseñó principios morales, pero se portaba como si los tuviera, algo posiblemente innato, y ahí estaba lo mejor de ella, no se trataba de una bestia domada o amaestrada como se prefiera llamar, no pertenecía al montón. Pero mañana más tarde, “Humberto se casó con una campesina”, una sentencia que martillaría en mi cerebro por el resto de mis días. Todos prefieren casarse con los de su igual, es la sentencia social, tácita, creo yo, y mejor casarse con alguien que goza de fama y prestigio, el ego se eleva e imposibilita mirar hacia abajo; por tanto, al encontrarla, previamente me cercioraba de que no hubiera alguien por los alrededores que pudiera enterarse que yo conversaba con ella a menudo. No me gusta esta forma de comportamiento, no sé si a ti, no me gusta porque puede llevarte a una felicidad enmascarada.
–Si no te gusta, ¿porqué no te casaste con la cholita?.
–Porque no convenía.
–¿A quién?.
–Al esquema social en el cual me formé.
–Te formaste en un esquema y admirabas otro.
–¿Tú, no?.
–Yo pertenezco a una clase determinada y jamás me he salido de ella.
–¿Y las mujeres de los burdeles, y la sirvienta de tu casa?.
–Es otra cosa, fue por la necesidad de apagar el apetito sexual.
–¿Te enamorarías de una campesina, de una chica pobre?.
–No pues, pertenezco a otra clase.
–¿Fue eso lo que te unió a Nadia?.
–Decir que no sería mentirte.
–Quizá te equivocaste con ella al pensar así.
–Estoy seguro de su linaje.
–Digo que te equivocaste porque no eres feliz.
–Peor si me hubiera casado con alguien que no pertenecía a mi círculo.
–¿Si no fueras profesional, te habrías casado con Nadia?.
–Talvez sí, porque siempre busqué lo mejor para mí.
–¿Qué culpa tienen los pobres de serlo así?.
–Son pobres porque quieren.
–Lo dices porque no has sido pobre, hay muchas limitaciones para abandonar la pobreza.
–Dios hizo iguales a los seres humanos, los más perezosos se hicieron pobres.
–La situación es más complicada de lo que crees.
–Puedo notar que tú siempre quisiste ser pobre.
–¿Porqué ser pobre, si ser rico es mejor?.
–Pero a la mayoría le gusta ser pobre, y ése es tu gusto.
–De ser cierto lo que dices, no hubiera caminado tanto.
–Caminaste para conseguir una mujer, tú lo has dicho en repetidas oportunidades, caminata infructuosa, porque ahí tenías a la campesina en tus tempranos años.
–Yo quería otra cosa, quería el poder. La campesina hubiese truncado mis aspiraciones.
–Entonces, ¿porqué la recuerdas con tanto amor, porqué magnificas su forma de ser?, veo que es un amor superior al que sentías por Nadia. No puedes negar que en el fondo eres un campesino, ésa es tu realidad, tu grave error fue tratar de salirte de ella.
–El hecho de ser un campesino no me restringe para buscar otros horizontes, es más, a nadie debería restringirlo.
–Pero es incómodo eso de llegar más allá y mantenerse por siempre añorando el pasado, porque no creo que alguien de tu abstracción termine olvidando lo que fue.
–Bien por ti, porque siempre eres lo que fuiste. De otro lado, es posible que para ti yo sea un campesino, pero para un campesino soy algo más grande.
–Es una apreciación subjetiva, no es realidad.
–Me siento más grande que un campesino, es mi apreciación subjetiva si lo prefieres, y si no te molesta, me siento más grande que tú, inclusive.
–Delirio, delirio de grandeza, a veces me pregunto: qué pudo encontrar Nadia en ti, eres sólo un iluso, así lo entiendo.
–¿Quién es más importante el agua o el sediento?.
–El sediento porque tiene vida, y busca el agua para saciarse.
–Pues fíjate que el agua sin tener vida es buscada. 
–¿A qué viene todo esto?.
–A que tú me buscaste.
–No porque te he buscado te vas a dar una importancia que no tienes.
–Lo acepto, no quiero defenderme, no debo discutir contigo, recuerda que has venido a visitarme, y debo ser cortés.
–En ciertos casos hay que pasar por alto la amabilidad.
–No es mi caso.
–¿Sabes una cosa?, la verdad es que me ha gustado que me hables de la campesina, pero hasta ahora no has mencionado su nombre.
–Encuéntrale tú, un nombre idóneo.
–¡Eufemia!.
–El que quieras, si prefieres, si prefieres del calendario, nació el veintidós de septiembre.
–¡Qué casualidad!, demasiada casualidad…, mi hijo nació en esa fecha.
–Ves, ya lo tienes, versión masculina.
–No me digas que la campesina es el campesino.
–¡Qué tontería!.
–Cómo no habría de suponerlo, si te han asediado los maricas.

Te dije que era una campesina diferente a las demás, tan diferente que su lenguaje sonaba dulce y no de gritos desordenados y discordantes con los que quieren expresar, más que repulsión, acercamiento, “calla baboso; eres un sonso, oye; como si pudieras baboso de mierda”, no se vinculaba con ellas, porque sus temas de conversación iban más allá que las rutinarias.
–¿Te gusta bailar?.
–Sí, señor, bailo hasta el cansancio.
–Por favor, es mejor que me llames Humberto, o Beto si prefieres, o amigo, o cho, pero no me gusta escuchar la palabra señor, no de tus labios.
–¿No le gusta que lo respeten?.
–El tratarme de tú, no es ninguna falta de respeto, no si viene de ti.
–No sabe lo feliz que me hace, estuve esperando que me lo pidiera.
–Pues bien, trátame de tú.
–¿A ti, te gusta bailar?.
–Si a ti te gusta, a mí también.
–¿Qué música bailas?.
–Huaynos, como tú.
–No bailo huaynos, me parecen tontos. Bailo baladas, son tranquilizantes y me inspiran. También rock, cumbias; hacen que mi cuerpo se active y mi alma se sienta libre.
–No te creo, no es usual por aquí.
–No me gusta lo usual de aquí.
–¿Con quién bailas eso?.
–Sola, enciendo mi pequeño radio, busco y busco, hasta que por fin me pongo a danzar como loca.
–Pero, ¿seguramente que alguien te enseñó?.
–Nadie, sólo me muevo al compás de la música.
–Me sorprendes.
–¿Y tú, con quién bailas huaynos?.
–La verdad es que tampoco me gustan los huaynos.
–¡Mentiroso!, te pesqué.
–Es que quería que no te sintieras incómoda.
–Eres un mentiroso, ¡cuántas mentiras más habrán!.
–Disculpa, sólo quise agradarte.
–No está bien así.
–Quiero que me creas, bailo lo mismo que tú.
–¿Solo?.
–Bueno, a veces, pero generalmente en los bailes sociales del pueblo.
–Seguro que tienes un buen tocadiscos.
–Hay uno del abuelo, pero prefiero la radio.
–Qué emisora escuchas.
–Radio Unión, ¿y tú?.
–Radio Mar, por supuesto. ¡Ah!, pero también Radio Unión, Radio Programas, Radio La Crónica, Radio Caracol de Colombia, Radio Habana Cuba, BBC de Londres, Radio Rochdale de Alemania, Radio Moscú.
–Me dejas con el dedo en la boca.
–Escucho lo que escucha mi papá.
–¿Qué grado de educación tiene tu papá?.
–Tercero de primaria, en el caserío donde vivo.
–Me sorprende sobremanera.
–Aprendió a leer y a escribir, ¡suficiente!, ¿no crees?.
–No creo, es muy poco.
–Lee incansablemente cada vez que descansa de los trabajos del campo.
–¿Historietas?.
–Historietas, periódicos, revistas, enciclopedias, obras, todo. Todo lo que don Juanito le da prestado.
–¿Qué Juanito?.
–Don Juanito Alvarado, el hombre más odiado del pueblo.
–¿Y tú, también lees?.
–Estoy empezando con historietas y algo de enciclopedias.
–Deben tener cuidado con don Juanito, por ahí dicen que es comunista.
–¿Qué es ser comunista?.
–¡Me agarraste!, no sé, pero dicen que los comunistas son enemigos del pueblo, no creen en Dios.
–Si son como don Juanito, a mi padre y a mí nos convienen más comunistas en el pueblo.
La verdad era que en aquel tiempo de comunismo sólo conocía la palabra, pero estaba asociada a todo lo que era el mal, a don Juanito lo acusaron de comunista porque pidió un mejor reparto de las aguas para los campesinos, se opuso a la venta de los terrenos comunales que usufructuaba la Iglesia, la Iglesia los quería vender a título propio, y terminó vendiéndolos. La policía lo detuvo, lo sacaron la mierda y lo dejaron tirado en el patio del puesto policial. Como no reaccionaba, le metieron una baldeada de agua fría, y nada, un aficionado a la medicina tuvo la osadía de pincharle con una aguja de arriero por las pantorrillas, y nada. Creo que se asustaron, porque entre todos lo cargaron en un poncho y lo devolvieron a su casa. Tres meses estuvo tirado en la cama y sin habla, cuando por fin habló, la policía y las demás autoridades del lugar fueron a leerle, en su propio lecho, los cargos por los cuales había sido reprimido: Pintas alusivas al movimiento comunista, izamiento de bandera comunista, propaganda cubana. Todos falsos por supuesto, lo mismo decía mi padre. Llegó la Policía de Investigaciones, buscó en sus pertenencias y no encontró nada; en un interrogatorio, que mantuvo a los lugareños en expectativa, le preguntaron repetidamente acerca de Luis de la Puente, Lobatón Milla, Hugo Blanco; pero Juanito ignoraba todo. 
–La Universidad estaba plagada de comunistas mientras hacía mi carrera.
–Sí lo recuerdo, uno de Medicina y otro de Derecho, eran los líderes estudiantiles eternos.
–Eran otros tiempos, los comunistas son cosa del pasado. Además todos los dirigentes estudiantiles terminaron de pequeños empresarios, amasaron fortuna en la Universidad.
–¿Tú, eras comunista?.
–Ya te dije, cosa del pasado.
–En verdad los estudiantes, si eran comunistas, lo eran por conveniencia.
–Yo como que lo sentía, me gustaba que hablaran del proletariado.
–El tercio estudiantil pesaba en las decisiones que tomaban las autoridades universitarias.
–Sí, claro, pero a mí me daba igual.
–A mí no, demasiados paros y huelgas.

Ahora que hablamos de comunistas, pienso, ¿qué habría sido de la campesina que te cuento si hubiera llegado a estudiar en la universidad?, la imagino como máxima dirigente estudiantil, y después de terminar qué, la decepción, otra realidad, a buscar empleo, a olvidarse de los principios, primero está el empleo. No quiero hilvanar ideas al respecto, pero siempre me intriga el hecho de que haya desaparecido repentinamente. Sólo me dejó una carta.
–Con tus padres. Con algún paisano amigo.
–Nada, compadre, personalmente, en la propia Universidad. Nada más me la entregó y se hizo humo de mi delante, cuando terminé de leerla, ya no estaba.
Yo que siempre la veía, desde el primer día de clases, qué tristeza que siento, disculpa, pero lamentablemente tú no puedes comprenderme. Siempre estuvo conmigo. Qué tonto fui al no poder darme cuenta. Durante las clases, ella miraba por el vidrio de la puerta, su mirada parecía buscar ansiosa algo perdido ahí dentro, cuando por fin se detenía en mí, sonreía de tranquilidad. Terminada la sesión ella ahí afuera esperaba, se dirigía a mí, de todas maneras, y me ofrecía una de aquellas empanadas de manzana que vendía, muchas veces no tuve dinero para pagarle, pero ella siempre me la dejaba. Después me pagas, no te preocupes. Hasta que se hizo rutina, algo así como un deber, ella me esperaba para ofrecerme la empanada y yo la buscaba para comprarla. A veces nos mirábamos fijamente, por largo rato, la encontraba muy parecida a la campesina, pero con otra indumentaria, otra forma de presentación, pero la voz, la voz me hacía sentir que la chica de las empanadas me era familiar, tan familiar que cuando se sentaba a mi lado, en alguna de las banquillas de la ciudad universitaria, para vender su producto, yo no quería que se marchara, ella sin saber lo que yo quería se quedaba junto a mí hasta que me levantara para irme. Pero no sólo vendía empanadas, también otras golosinas de panadería. La carta, sí, la carta, la tengo archivada, de tanto leerla ahora me la sé de memoria.

Humberto:
¿Podrá el futuro ingeniero tener tiempo para leer la presente, o es que estará muy preocupado con eso de la reducción de costos?, para lo cual tendrá que optimizar líneas de producción, eliminando los tiempos muertos y movimientos innecesarios del personal.
¿Se acordará de la verde pradera, alfombra de vistosos colores, sol radiante del medio día, viento que jugaba mi pelo y tardes alegres de arrebol, que sirvieron de fondo para que él y yo pudiéramos conversar ignorando el tiempo trascurrido?. ¿Tendrá tiempo para pensar en una campesina de quince primaverales e inocentes años?.
Bien, mi amor, mi imposible amor, diluido amor en los aires de esta ciudad, te he seguido desde que partiste y siempre estuve a tu lado, sólo a Lima no pude ir. Has memoria de quién te vendía caramelos mientras trabajabas como empleado, y ahora, desde el primer día en la Universidad, empanadas de manzana. Cada vez que llegaba hasta ti lo hacía con el deseo de abalanzarme a tus brazos, besarte y decirte cuanto te amaba, que no podía vivir sin ti; que necesitaba de tu amor, de tu afecto, de tu atención, que deseaba ser halagada por ti hasta confundirme en la intimidad; pero cuando ya te tenía frente a mí el ímpetu se me adormecía. Necesitaba decirte que te admiraba, apreciaba y respetaba, que estaba dispuesta a satisfacer eso que todo hombre espera de una mujer. Qué extraño misterio, el solo hecho de poder estar junto a ti aniquilaba todo el fuego que se acumulaba mientras no te veía. Así pues he llegado a comprender que nunca podré llegar a decirte que te amo, que mientras no te veo me desespero por estar junto ti, y porque he comprendido lo hago por medio de la presente, que tú leerás, te acordarás de mí, analizarás fríamente, y por fin me rechazarás. Porque, no podrás negar que estás locamente enamorado de la señorita que estudia Estadística, hasta puedo decir que haces el ridículo cuando buscas encontrarla dando grandes zancadas, sin mirar siquiera por donde caminas. Parece que jamás lograrás conseguirla, como yo tampoco lograré conseguirte.
Debiste hacerme tuya allá donde no había nadie que se interpusiera entre nosotros, entre rocas, árboles y pájaros, con el sol abrazando nuestros cuerpos, allá donde no corrías como loco tras otra mujer. Allá yo podía adivinar que me amabas, qué adivinar, sabía que me amabas, me lo decía mi tranquilidad emocional, pero cobarde, no te atreviste a confesármelo. Claro, ¿quién de ustedes podría confesar amor a una modesta campesina y salir con ella del brazo sin importar la gente?, están llenos de prejuicios. Pues bien, lo mismo sucede con la chica de Estadística. Ella puede amarte demasiado, pero no se bajará hasta donde estás. Me he preguntado siempre si tú quieres subir, pues si lo quieres, imagínate ahí arriba, razona y analiza si podrás ser feliz. De la misma manera lo he analizado, yo ahí arriba contigo, ¿y mis padres?, ¿podrán sentarse cómodos a tu mesa?, claro que no, y eso me torturaría, y arrastraría un cargo de conciencia por toda mi vida. Es más, te planteo de otra manera, ¿te sentirías cómodo con mis padres comiendo ahí a tu costado, rodeado tú de amigos de tu nivel?.
Qué importa el amor que yo pueda sentir por ti, o el amor que tú puedas sentir por ella, si tal amor podría desatarse en tragedia. Imagínate abrazado a mí, y yo con mi bandeja de empanadas ofreciéndolas. ¿Me ayudarías a venderlas?, claro, uno o dos días, quizá. Son pues los niveles, las clases sociales que priman sobre el amor. Por más que yo me haya esforzado en aprender hasta lo que tú todavía no aprendes, jamás lograré tenerte pegado a mí, para toda la vida, sin prejuicios de ninguna clase. Son testigos de mi esfuerzo los cristales de puertas y ventanas de las aulas, el oído pegado ahí, concentrada en las cátedras cotidianas. Recuerdo haberte dicho que saber leer era suficiente, y que había empezado con historietas; pues bien, me había ganado la confianza de los bibliotecarios, y he podido aprender. Lo hice para poder acercarme a ti, acercarme en cuerpo y alma, pero si bien estuve cerca de ti en cuerpo jamás lograré que el acercamiento sea total. No en el sistema en que vivimos, con clases por arriba y por abajo. Al menos me imagino que querrías una chica preparada pero con título en la mano, un título que nunca me propongo lograr, es más y muy evidente, me es difícil de lograr.
Los camaradas tienen la solución al problema, aunque parezca utópico, una sociedad sin clases es la salvación, lucharé por ella sabiendo que no podré cosechar, pero cosecharán los que vienen. No más campesinas ni humbertos sufriendo cada quién por su lado. Pero te diré que es más fácil ser campesino que Humberto. El campesino responde a los estímulos naturales de manera natural: si quema el sol busca la sombra, si hace frío busca cobija, si el sexo apremia busca satisfacerse. No sucede esto con Humberto, ¿no es así?.
Pero inútil es fingir que te olvidaré, sé que no podré, serás mi inspiración por toda mi vida, mi estrella, mi luz, mi único sendero, el verdadero. Aquella canción de “beso la tierra que pisas y con ella me consuelo”, que parece tonta, infantil, masoquista, tiene mucho de realidad. Pues fíjate que después que te marchabas me quedaba ahí acariciando tu rastro; y esto te lo digo porque sé que jamás volverás a verme, de lo contrario el orgullo no me lo permitiría.
En adelante estaremos en diferentes campos de batalla, tú de un lado, yo del otro, pero amándote, no sé hasta dónde llegarás, ni hasta dónde yo, tal incertidumbre me tortura, me tortura porque paso a un plano de lucha política, y las decisiones políticas hay que asumirlas ajenas a los sentimientos, por lo que le pido a tu Dios que no permita que en tales circunstancias nos encontremos.
¿Te has dado cuenta que los huaynos ahora no son tontos como antes?, bien, la música andina ha pasado a ser el medio de difusión de nuestro pensamiento. 
¿Recuerdas que me pediste que dejara de tratarte de usted?. Bien, ya no será necesario que Humberto alguno vuelva a pedir a una enamorada campesina aquel trato, llegará por su cuenta, y cuando llegue habremos alcanzado el primer cambio cualitativo en nuestra sociedad, talvez llegue hasta evidentes faltas de respeto, ya que será una sociedad confundida llena de odio y venganza, que querrá descargarlo en contra de los que fueron. Luego vendrán otros cambios cuantitativos que darán origen a un cualitativo, claro que pasará mucho tiempo, y por fin tendremos una nueva sociedad. 
Todo el poemario que te lo he dedicado, en caso de que yo sucumbiera en la lucha, será publicado, es la promesa de la Dirigencia. Solamente entonces sabrás que nombre de lucha adopté.
Te amo por siempre, por los siglos de los siglos.
Ignacia.
T-14-02-81.
–Cálmate Humberto, no llores.
–No puedo evitarlo, debo dejar que el sentimiento fluya.
–¿La recuerdas con amor?.
–Con todo el amor del mundo.
–¿Y a Nadia?.
–En estos momentos, no puedo reflexionar.
–¿A quién recuerdas mejor, a Nadia o a la campesina?.
–Es tan complicado responder, Ignacia tenía razón, los niveles sociales no me permiten ver, tendría que hacer una abstracción mental para responderte, depurar imaginariamente los niveles.
–¿Cuesta mucho hacer eso?.
–Es simple, pero de qué vale, si no es real.
–Y en esa simplicidad, ¿Quién queda contigo?.
–No te lastimes, Ignacia, por donde la mires.
–Ignacia no llegaría a tener lo que Nadia sí.
–Ignacia es libre, y Nadia esclava de lo que podría tener. Además, ¿a qué viene esa insinuación si Nadia es tu mujer?.
–Pero yo podría morir.
–¿Podrías, amas tanto a Nadia que quieres dejarla conmigo?, esa posibilidad de morir…, nada, mejor nos olvidamos.
–Ignacia nunca regresará a ti, ella lo decidió así.
–Lo sé, sus padres tampoco saben de ella, sólo tienen la esperanza de que esté aún con vida.
–¿Y el poemario?.
–Talvez fue una falsa promesa.
–Una promesa política.
–Qué pena, cuántos seres desaparecidos, cuántas angustias de los que quedamos, y nada que cosechar. ¿Qué diría Ignacia si estuviera con vida?.
–Talvez diría que fue como luchar por ti, nada que cosechar. O luchar por Nadia, nada que cosechar.
–¿Y el ideal?.
–El ideal es ideal, la sociedad sin clases, sin explotados ni explotadores, sin ricos ni pobres. Ideal.
–Dios, la salmantina, el seminarista, la mujer blanca y virtuosa, un médico entregado al bienestar de los más necesitados. Ideal. Sólo el camino largo por recorrer, que me predijo el anciano campesino, sigue siendo real.
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LA TRETA DEL BRUJO, por Walter Elías Álvarez Bocanegra. (2012, Pallasca – Perú).

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La treta del brujo


Aquella mirada ya no era de pena, de una nostalgia demoledora y sin fin, ahora miraba de otra manera, había alegría en ella porque ahora lo tenía frente a él. Sus ojos se enternecieron como diciéndole “acércate no temas, no temas, ven hacia mi lecho”, mientras Modesto, el jovencito de dieciocho años ya, lo contemplaba con cariño y tristeza a la vez desde la puerta del cuarto aquel.
Un mes hacía que subieron a empujones a ese hombre de treinta y tres años, lo subieron hasta el asiento trasero de un taxi rumbo al hospital más popular de Trujillo. Tres años que vivía paralítico, de la noche a la mañana su aspecto arrogante de casi terrateniente se tornó deprimido y con aspecto de muerte, después de tres años de haberse casado con la muchachita aquella de la diezmada comarca serrana arriba de Chimbote.
Fernando Ramírez se llamaba y era el tercero de seis hermanos vivos, y a ella, su reciente esposa, la llamaban Celidonia. Celidonia venía de un hogar muy pobre, sus padres no habían terminado siquiera la educación primaria, y ella, ni cuenta se dio que llegó al último grado primario. Los hermanos de Fernando y demás familiares, con excepción de Modesto, el leal y huérfano sobrino hijo de la difunta hermana, en primera instancia no aprobaron aquella relación, pero después de deliberar creyeron que aquella campesina sería una gran compañera para Fernando en las operaciones de labranza en un pequeño fundo de los hermanos Ramírez, aledaño a la rústica vivienda de Celidonia. En cambio la familia de Celidonia se mostraba entusiasmada con aquella unión, ya que significaba tener por lo menos asegurada la comida, y además, contarían con una casa no mal parecida en el mismo y pequeño pueblo, cercano a la comarca, para hospedarse por lo menos en épocas de fiesta, una posibilidad remota hasta entonces para ellos.
Así que, mientras la familia de Celidonia ambicionaba las propiedades que ostentaba Fernando, los hermanos de Fernando veían a futuro reverdecer las chacras de propiedad familiar con el concurso de la campesina y los familiares de ella, que bien se darían con empeño trabajando las parcelas de cultivo que conducía Fernando. Los hermanos de Fernando, con atavismos de terratenientes, vivían en Chimbote y utilizaban la casa del pueblo y el pequeño fundo nada más que para ostentar durante las fiestas patronales. Modesto, el sobrino huérfano, hacía de mandadero, y entonces con Fernando ya casado su condición de marginado se agravó, tenía que hacerse pedazos para complacer a la nueva familia de su tío y, además, salir victorioso en las pruebas del colegio. Así que Fernando, para complacer a su nueva familia, tuvo que prescindir del sobrino y este fue a dar a la casa de unos tíos lejanos hasta terminar la educación secundaria.
La familia de celidonia no veía con buenos ojos la gallardía de Fernando, “nos mira para abajo”, y empezaron a maquinar acciones de venganza, la suegra llevaba la batuta, cómo pues podrían tener un miembro de familia así, se sentían disminuidos con aquella gallardía, aunque Fernando jamás los marginó, ellos así lo sentían.

Y en aquel mundo donde la desgracia de unos es la felicidad de otros, justamente en la fiesta patronal del pueblo y tres años después que Fernando y Celidonia se casaron, en una esquina de la Plaza de armas se ubicó un curandero con polvos, brebajes y sebos de todos los reptiles, con cuerpos presentes disecados y mal olientes por tanto petróleo recibido como lustre. Que el sebo del lagarto es bueno para tanto, que el sebo de la maldita boa, de la shushupe, del corralillo, ¡oye!, ¡mira ve!, si te duele la espalda y las rodillas solo tienes que coger un poco de este sebo de culebra. ¡Mira ve!, lo coges así, ¡mira ve!, en los dedos, ¡mira ve!, y lo calientas en las llamas de una vela o en una callana con brazas y te frotas así, ¡mira ve!, hasta que el sebo desaparezca, ¡mira ve!, ¡y adiós a los dolores!. Y si no tienes suerte en los negocios, no tienes suerte en el amor, te sientes triste, así, ¡mira ve!, es porque brujería te han hecho, tierra de muerto has pisao. ¡Mira ve!, hay gente mala que te tiene envidia, y para verte como estás van hasta el cementerio, ¡mira ve!, a la media noche, ¡mira ve!, y cavan y cavan hasta encontrar el muerto, le quitan los huesos de las canillas y los muelen hasta que quedan polvo, ¡y eso es la tierra de muerto!. La cogen así, ¡mira ve!, en tu nombre pronuncian unas palabras cabalísticas “¡orates frates ya te fregates!”, la llenan en una bolsa, ¡mira ve!, y después la riegan en el corredor y quicio de tu puerta, así, ¡mira ve!, para que la pises, ¡y una vez que pizas la tierra de muerto!, todo mal te llega. Yo puedo curarte, ¡mira ve!, sólo tienes que visitarme en el hotel para leerte la mano, para leerte las cartas, para hacerte una limpieza, para entregarte un amuleto que te proteja de los malos espíritus, ¡mira ve!, porque así como hay buenos espíritus también hay malos, ¡son el mismo diablo!, ¡mira ve!. Y si quieres que tu mujer o tu marido te declare con quién te traiciona, ¡mira ve!, sólo tienes que coger su zapato izquierdo, ¡mira ve!, así ¡mira ve!, y lo colocas en el pecho izquierdo, mientras duerme, y lo preguntas, ¡mira ve!. Pero eso sí, para que surta efecto yo te voy a dar un polvo para que tome antes que se duerma, ¡mira ve!, es el polvo de la sabiduría; disuelves el polvo en el té o en la sopa y le das, ya tú tienes que ingeniarte cómo lo haces, yo no te voy a decir todo, ¡pue!, usa tu cabeza. Y si tu marido te hace sufrir, es porque todavía no has logrado amansarlo, ¡tienes que amansarlo!, pero no como se amansan a los animales, ¡así no!, tiene que ser con inteligencia, ¡yo tengo la solución!.
Era uno de esos curanderos que recorren las fiestas patronales, con tarjetas y propaganda impresa promocionándose, que son espiritistas, parasicólogos y más, y hasta difunden propaganda por las radios locales. Era uno de esos que leía la suerte en las barajas, en la mano izquierda y hasta en la mirada, uno de esos curanderos que sabía de todo y que resultó en el oficio obligado por la necesidad con el espaldarazo de la casualidad; llevaba con él a un hombre robusto de mediana estatura que luego de untarse con un sebo se acostaba sobre vidrios molidos, y además, se atravesaba los labios y la cara con agujas de diferentes tamaños, y hasta caminaba sobre carbones de leña al rojo vivo. La madre de celidonia se le acercó y le dijo:
–Quiero amansar a mi yerno.
Aquí está la plata, se dijo el curandero, y citó a la recurrente para una consulta en privado en el hotelillo del pueblo.
–Tienes que traer a tu yerno –impuso el brujo.
–¿Usted créiste?, ese no va a venir, mi yerno es uno de esos togaos del pueblo, togao y palangana, ¡yásque va venir! –contestó la mujer.
–Entón, tienes que traerme una foto de él, tengo que hacer un muñeco de cera a su imagen y semejanza.
Al siguiente día, por la tarde, ni corta ni perezosa la madre de Celidonia llegó hasta el brujo jalando dos carneros y un pavo bajo el brazo, y también, una foto de Fernando dentro de sus senos. Y un día después, por la noche, de acuerdo a lo previamente pactado, se encaminaron hasta la chacra de Fernando. El brujo se armó, para el mal aire, mascando coca mientras fumaba un cigarrillo nacional, y al final de la chacchada se echó un buen trago de aguardiente para iniciar su labor dilapidadora. Extrajo de su costalillo una pequeña escultura de cera negra del tamaño de una mano con la foto de Fernando adherida, y atravesó el conjunto con unas espinas e cabracasha. Luego extrajo del mismo costalillo una botella que contenía una solución aromática penetrante, mezcla de todos los perfumes que olía al mismo demonio, se chupó parte del contenido de la botella y desde su boca chisgueteó la solución sobre la estatuilla y, acto seguido, la enterró en la cabecera de la chacra mientras murmuraba entre narices una oración que helaba la sangre de la mujer.
–Ya está –dijo el brujo–, esta es la primera parte del trabajo, puede o no puede surtir efecto, pero si quieres asegurarlo, tienes que aumentar la limosna.
–¿Qué limosna?.
–Dinero, quinientos soles, ya no te puedo aceptar animales, los buenos espíritus se molestan.
La mujer pensó en su yerno como alternativa de solución, y le pidió al brujo le diera un día de plazo para conseguir el dinero requerido.

Fue hasta el yerno fingiendo estar enferma, era el día central de la fiesta patronal, el yerno departía con sus hermanos y demás familiares algunas botellas de vino, mientras Celidonia cocinaba un suculento almuerzo a base de cuyes y gallinas. La mujer llegó acongojada, con el bonete de paja caído a un costado y el pullo de lana de carnero arrastrando por el suelo, disimuló muy bien una supuesta enfermedad entre sollozos y quejidos, y convenció al grupo de fiesteros que terminaron haciendo una bolsa con yapa en beneficio de la salud de la afligida suegra de Fernando, gracias babosos, ya les quiero ver.
Y la buena madre y mala suegra fue donde el brujo, entregó lo pactado y recibió a cambio una bolsa con tierra de muerto para ser esparcida en el dormitorio de Fernando, cuidadosamente, a fin de que él, y nadie más que él, la pisara. En seguida, el brujo entregó a la mujer una botella que contenía una infusión de chamico, una copita, nada más, dentro del café que dices que tanto le gusta a tu yerno. La madre de celidonia tendría que convencer a su hija a fin de que se cumpla al pie de la letra con las indicaciones del brujo, Celidonia echó el grito al cielo, ella no veía la necesidad de hacerlo, su esposo se portaba muy bien con ella, pero la madre dijo:
–¡Qué sonsa eres china de mierda!, lo hago por tu bien, ya hubieras visto a tu marido coqueteando con la Teresa de la tienda de la Plaza, pronto te dejará por ella, ¡ya lo verás!. La otra noche tu marido fue a darle serenata, a cantar como sondo “orines de mi chivato porque los voy a votar, si eso tiene que ser perfume de mi mujer…”, ¡lo hubieras visto!.
Los celos pudieron más y celidonia accedió. Y llegó la desgracia, de la noche a la mañana, decían en el pueblo, el Fernando resultó idiota, seguro que la china mocosa esa quiere estar dale y dale en la cama, el pobre tiene que acceder, ¡qué le queda!, peor pesarían los cuernos. Por eso fue que, apenas se casó con la china esa, dejó de jugar “casino” con los policías y hasta abandonó su vida nocturna en el billar de don Beto, eso y más, oiga usted, dejó de concursar a sus caballos en las fiestas patronales de los pueblos vecinos. Adiós, pues, al gran jinete, bueno, está bien porque ni siquiera reconoció al hijo que tuvo en la calle, Dios se encarga, Dios está viendo todo.
Resultó idiota, pero no tanto como para no darse cuenta de lo que estaba pasando, y tuvo que subirse al bus para viajar a Chimbote, hospedarse en sus hermanos, ya en uno ya en otro, y hacerse curar con médicos, y no con brujos, ¡pero los médicos! no pudieron curarlo, fue más, resultó paralítico sentado en una silla de ruedas. Se le murió medio cuerpo y más, las manos no respondían a las órdenes del cerebro, y mientras estaba al cuidado de turno de sus hermanos Celidonia consiguió otro marido para que le ayudara en las tareas de campo, porque para eso se tiene marido, sino ¿quién me ayudaría a criar al hijo que tengo del desgraciado!.
Para entonces Modesto, el sobrino huérfano, había terminado la educación secundaria y emigrado a Chimbote, se hospedó en la casa de uno de los hermanos de Fernando y consiguió trabajo como obrero en una envasadora de pescado. Matizaba su trabajo atendiendo al tío inválido que dejaron de llevarlo a los médicos por cuanto no conseguía mejoría. Aturdidos por la postración de Fernando, los hermanos le hacían mil remedios en atención a los consejos de uno y otro pariente y amigo, sucumbieron al consejo popular y terminaron por llevar al enfermo hasta los brujos que habitaban las viviendas de los barrios marginales de Chimbote. ¿Ya lo sobaron con el cuy?, preguntó uno de los curanderos, ¿ah?, ¡el cuy!, claro, no, todavía. ¡Y lo sobaron!, y conforme lo hacían el cuy iba muriendo, y tan pronto se desvanecía en la mano del curandero lo desolló con el corazón del animal aún latiendo. El curioso examinó al cuy, la radiografía del cuy no falla, ¡oh!, miren, aquí en la nuca hay un coágulo, necesitamos disolverlo, ¡uy!, éste es un tratamiento largo, tenemos que conseguir la caga de duende, pero dónde aquí en la costa, hay que mandar traer de la sierra. El curandero se refería a esa supuración amarillenta que emana de los vetustos troncos de los árboles serranos, y se hizo todo eso y más, lo pisaron con el San Antonio, con el San Juancito, estatuillas de yeso de santos en miniatura que los hermanos de Fernando mandaron fabricar especialmente allá en la avenida Tacna de Lima, todo eso, y saunas a base de yerbas silvestres y el romero bendito de Viernes Santo, e infusiones de flores, ¡y nada!. 
¿Yalu pasaron con los orines del zorrillo, luan corneao con el culo del perro negro?, preguntó una comadrona casi paisana de los Ramírez. ¿Orina del zorrillo?, quién se atreve hacer orinar a un zorrillo en una bacinilla, en cuanto a la corneada con el culo del perro negro, bueno, eso sí, lo hicieron para el mal ojo cuando Fernando era un bebé.
Los Ramírez eran orgullosos, venían de un hogar en el que no sobraba la plata pero tampoco faltaba la comida como para perder la vergüenza. Sus padres mediamente instruidos eran pequeños agricultores y ganaderos, y además, tenderos, eso les permitió entregar a sus hijos educación secundaria completa. Y antes de morir cada quien por su parte recomendó “se han de ver los unos a los otros en las buenas y en las malas”, los padres eran católicos pero solidarios, eso sí, y siguiendo ese ejemplo los Ramírez harían hasta lo imposible por la mejoría del hermano. 
Y fue allá, en el arenal del cerro San Pedro de Chimbote, más arriba del cementerio, donde encontraron un curandero de renombrada fama, venía del norte, eso decía, y además decía que era uno de los mejores de salas, en Lambayeque. De salas o de Huancabamba, o no, todos los brujos suelen decir eso, y además agregan que trabajan con los buenos espíritus. Pero la desesperación por ver bien a Fernando hizo que los hermanos de él creyeran todo lo que decía el brujo, así que, el brujo, después de indagar con cada hermano respecto a la vida pasada de Fernando, dijo que lo habían hecho mal feo, mal que le había traspasado tanto porque lo hicieron entre varios, por pura envidia, nada más. Lo envidiaban los yegüerizos, la mujer, la suegra y su familia, la Teresa de la tienda de la Plaza, por celos, porque el que le cantaba “Orines de mi chivato” en serenata, se casó con una mugrienta campesina. En fin, el brujo cobraba bien por aquella curación y por eso la complicaba.
Entonces, el brujo vistió de gala su rústica sala de sesiones curativas y citó a los hermanos y al enfermo para una noche de viernes en ella. Conchas de abanico, conchas de caracoles marinos, perfumes penetrantes, varillas de chonta, ramilletes de romero, crucifijos y tantas otras cosas raras componían la mesa espiritista extendida en el piso sobre una manta con motivos incaicos. Los Ramírez se apostaron alrededor de la sala, sentados en el piso, y cuando el viejo reloj de pared marcaba la media noche se inició la sesión, con un rito entre las narices del brujo y con la luz completamente apagada. Al tanteo y dentro del miedo apoderado de Fernando y sus hermanos, el brujo de desplazaba con una concha de caracol en la mano acercándola al oído de los asistentes a fin de que pudieran escuchar el sonido de brisa de mar que la concha emitía. Es el mal aire, explicaba el brujo a cada uno, y ¡sí que se escuchaba!, aunque cualquiera lo dudaría, pero dejaría de dudarlo si se hace de una caracola y la coloca con la abertura al oído. Luego de la caracola, el brujo se aproximaba a cada uno con una botella de penetrante perfume para después de defecar, vertía un poco del contenido en una valva de abanico y obligaba a cada asistente a inhalarlo, la inhalación les producía estornudos y náuseas, era lo que el brujo llamaba primera limpieza. En seguida obligó a beber a cada uno de los asistentes un vaso lleno de una cocción de San Pedro, un cactus alucinógeno que crece en las partes bajas de la sierra, y después de esta segunda limpieza ordenó que se concentraran en sus posibles enemigos, y preguntó a cada uno de los asistentes:
–¿Qué ves?.
Todos respondían describiendo lo que veían, ya a la mujer de Fernando, ya a la suegra, ya al mejor yegüero del pueblo.
–Yo veo –dijo el brujo–, veo a Fernando pisando tierra de muerto, y además veo a un brujo malero que está enterrando un muñeco de cera y una foto de Fernando, traspasados con muchos alfileres.
La sesión terminó a las cinco de la mañana, con caldo de gallina incluido, el brujo cobró mil soles por al ceremonia y agregó que tendrían que desenterrar aquel muñeco a fin de que Fernando se curara. Y acordaron para el próximo viernes el desentierro del supuesto muñeco, que según afirmaba el brujo, se encontraba enterrado por ahí nomás, a la vuelta, justo en la falda del cerro Cambio Puente.
Y llegó el esperado día frío de viernes de julio, y partieron en un taxi a eso de las diez de la noche rumbo al lugar del entierro, pero esta vez no llevaron con ellos a Fernando, solamente fueron los seis hermanos más el sobrino Modesto. El brujo lo había preparado todo, el muñeco de cera negra atravesado por alfileres, la solución penetrante de perfumes y una botella con aguardiente para el frío. El brujo cogió la barreta y la introdujo en el suelo de la falda del cerro para ordenar que ahí cavaran, mientras él se armaba con un bolo de coca que remojaba de cuando en cuando con aguardiente. Hubo un momento en el que el brujo abandonó el grupo para defecar, regresando al rato, luego Modesto hizo lo mismo, y en el trayecto, ya de regreso, la luz de su linterna de mano tropezó con el muñeco de cera tirado en la arena, ni tonto ni nada, Modesto guardó el muñeco entre sus ropas y se unió al grupo excavador.
–¡Ya está bien! –ordenó el brujo–, ¡retírense!, no sea que malogren al muñeco.
Y se aproximó al foso, disimuladamente buscó entre los bolsillos de su chaqueta en afán de encontrar al muñeco, qué muñeco ni qué nada, el muñeco estaba a buen recaudo en el bolsillo de Modesto.
–Nos ha madrugado el enemigo –dijo el brujo, desanimado–, ahora la cosa se complica.
Y la cosa se complicó, pues, pero para él, Modesto no tenía un pelo de tonto, pero, cómo explicar lo sucedido a sus tíos, modesto estaba seguro que lo recriminarían, ellos habían tomado el asunto muy en serio. ¡Uy!, no sólo se le complicó el asunto al brujo, también a mí. El brujo sacó sus conclusiones: si mañana no encuentro el muñeco es porque este mocoso de mierda lo ha encontrado, pero si es así, me va tener que pagar.
Al siguiente día el brujo inició la búsqueda del muñeco ¡y no lo encontró!, entonces no había duda, Modesto se había burlado de él, pero lo pagaría, y muy caro, así que el brujo armó una estratagema. Fue a buscar a los hermanos de Fernando y los convenció para una segunda sesión en la que indagarían por el paradero de la estatuilla de cera, para luego hacer hasta lo imposible a fin de desenterrarla para que Fernando recobrara la salud. Pero tendríamos que hacer la sesión otro día, porque el enemigo nos está persiguiendo, hablaré con mis colegas para que ayuden con sus rezos a la media noche, tendremos que vencer al enemigo, será el día martes.
Y el martes a la media noche, después de los perfumes y brebajes de estilo.
–Veo que uno de ustedes tiene el muñeco de cera –dijo el brujo.
Modesto se desplazó sigilosamente en la sala hasta llegar a la silla en la que se encontraba Fernando y entre sus piernas depositó el muñeco de cera.
–¡Religión y brujería la misma putería! –exclamó Fernando. 
Fernando, medio idiota como se le notaba, lo sabía todo.
El brujo prendió la luz y Fernando exclamó: ¡Quítenme esta porquería de aquí!.
El brujo murmuró un rezo exótico mientras se hacía de la estatuilla, pensó que Modesto era el autor de todo eso y empezó a urdir estratagemas con la estatuilla en las manos y le vino una diabólica idea.
–Falta la fotografía –dijo.
–¿Y ahora? –preguntaron los hermanos al unísono.
–¡El enemigo está aquí! –enfatizó el brujo.
–Usted será, pues –replicó Modesto.
–¿Eres tú! –acusó el brujo a Modesto.
–Está usted muy co…
–¡Calla, sobrino!, vete a la casa –amonestó el mayor de los hermanos.
–Al contrario, que se quede. Qué, ¿no ven que el enemigo se está apoderando de él?. Si se va se fregó –dijo el brujo y luego preguntó a Modesto:
–¿Te has acostado con una mujer, mejor dicho, sabes qué es tener mujer?.
Por toda respuesta, Modesto se sonrojó.
–No te preocupes, eres aún un muchachito inocente, justo lo que necesitamos para encontrar la foto de tu tío –Maquinó el brujo.
Y los hizo saber a todos que el próximo martes irían hasta allá al cerro Cambio Puente, pero esta vez llevarían con ellos a Fernando, pero ¡eso sí!, ustedes los mayores no podrán ir, ustedes saben, ya no son inocentes. Me llevaré a Modesto y a Fernando, es lo que quieren los buenos espíritus.
Y para el siguiente martes lo preparó todo, cobrando por adelantado, qué fotografía ni qué nada, ya vería como lo justificaría, por ahora sólo interesa el mocoso ese y lo que estos serranos me pagan, ¡qué gasten pues!, tanta plata que ganan en la pesca, dicen que tienen su propia lancha, ¡carajo!. Además de la botella con fuerte perfume preparó dos contundentes botellas con limón y aguardiente, y a una de ellas le agregó un macerado de semillas de chamico ¡y a la alforja!.
La media noche estaba nublada y lloviznaba, el brujo cogió una de las botellas y la entregó a modesto, ¡salud muchacho!, me gustas por valiente, ojalá tu tío resista y no se duerma, dijo, y se tomó un poderoso trago de la botella que separó para él, y luego la recostó arriba del hoyo. ¡Toma pue muchacho!, y cava mientras cago, obligó, pero Modesto sólo aproximó la suya a sus labios con mucha desconfianza, la simple idea de beber le aterraba, luego acomodó la botella arriba del hoyo, cerca de la del brujo.
–¡Alto, carajo! –se escuchó una voz y luego un disparo de revólver–, ¡la policía!.
–¡Religión y brujería la misma putería! –gritó Fernando.
El muchacho se quedó paralizado, el brujo se subió los pantalones cagándose de miedo, y muy de prisa cogió la alforja y la botella y emprendió veloz huida. La policía los había seguido creyendo que se trataba de huaqueros, y una vez junto al muchacho éste los informó de todo. Ayudaron al muchacho subiendo al enfermo al patrullero y lo llevaron hasta la casa de uno de los Ramírez. Y ya de día, en reunión familiar.
–¡Seguro que tú!, llamaste a la policía, te conozco, tú malograste todo –culpó el menor de los Ramírez a Modesto.
–¿?.
Y sin pérdida de tiempo fueron a buscar al brujo, todavía no se ponían de moda los celulares en el país, y el chamán no contaba con teléfono fijo, nadie en esa zona marginal. No lo encontraron, qué lo iban a encontrar si en cada golpe que daba se hacía el desaparecido, como buen norteño había escuchado tanto esa canción “Pancho Villa” cantada por Aceves Mejía que una vez más la ponía en práctica, “¡y ay viene pancho Villa!, ¡con Juana Gallo en la silla!”. En San Pedro comenzó su carrera de bandido. La mujer del brujo amenazó con denunciar la desaparición ante la policía preocupando a los Ramírez, y estos, especialmente el menor, se desquitaban con Modesto. Después de dos semanas la mujer del brujo llegó hasta la casa de uno de los Ramírez en la que se hospedaba Fernando.
–¿Qué han hecho con mi marido que está como idiota?, ¿ah?, hoy sí se han jodido con nosotros, ¡por esta luz divina nos van a pagar muy caro!, todos ustedes se van arrastrar como animales –amenazó y se largó, y el miedo se apoderó de los Ramírez.
Qué, pues, iban hacer, nadie hizo nada, el brujo, lleno de miedo se tomó toda la botella que había preparado para modesto, la parálisis lo esperaba.
–¡Religión y brujería la misma putería! –exclamó Fernando.
¡Nos jodimos!, dijeron los Ramírez, esa mujer es capaz de todo, se reunirá con los colegas de su marido y sabe Dios qué harán con nosotros, hasta pueden convertirnos en animales.
Y en el pueblo de origen se comentaba el trágico destino de Fernando, que había sido embrujado por su suegra, eso decían, claro, pues, si la vieja esa es bruja, y de las buenazas, por las noches se convierte en puerca y sale por las calles del pueblo con la panza arrastrando y meneándose pesadamente mientras atisba a la gente. ¡Dios nos libre de esta bruja!. Ya la vez pasada, después que se casó Fernando, la bruja se reunió con otra bruja y fueron hasta la cueva de Cuchina para bañarse con el agua del alikán a fin de convertirse en grullas cantoras “¡De villa en villa!… ¡de villa en villa”, y en la noche volaron de villa en villa en busca del diablo hasta donde recibieron noticias de él. En la quebrada se desnudaron y apareció el diablo en forma de chivo con la verga al aire sacando chispas. El diablo las brincó a las dos, salía candela de los culos de las brujas “¡más, más, amor mío, entrégame tu semen!”, repetían, y cuando el diablo quedó satisfecho las brujas de mierda recogieron el semen para poder matar con solamente mencionar el nombre de la persona que quieren que muera, ¡ay!, oígaste, ¡qué miedo!.
…
En extremo afán ponía Fernando a sus hermanos, pues tenían que cucharearlo, practicarle el aseo, y además, soportar su mal genio que le venía por impotencia, mal genio que terminó por aburrir al menor de los Ramírez.
–¡Avisa cuando quieres cagar, cojudo!, ya me estás cansando ya.
–Mátame pue cojudo si estás aburrido –contestó Fernando.
Iracundo, el hermano, abandonó el dormitorio, Fernando lo siguió con la mirada hasta que se perdió por la puerta. Aquel hermano menor se iba de esa manera olvidando los hermosos momentos vividos, cuántas veces lo protegí, lo amé con amor de padre, y ahora que yo estoy como él estuvo alguna vez, indefenso e impotente, me trata así, ahora soy como un niño, como él fue bajo mi cariño y protección. ¡Dios mío!, si tú me estuvieras viendo no dudarías en recogerme. Qué puedo hacer, si estas manos obedecieran cogería un cuchillo y me eliminaría. ¡Ayúdame, Dios Padre!, quiero que esta despedida sea más que lo más hermoso que me haya sucedido. Es horrible sentirse huérfano, cómo no he de sentirme así si me siento impotente y humillado por los que más amé y aún amo, si volvieran aquellos primaverales días de mi vida todos en mis muslos se sentarían. Modesto, sobrino mío, cuanto dolor lacera mi pecho y tortura mi alma al recordar el día aquel que tuve que prescindir de ti, pobre de mí, altanero entonces, y complacedor de los apetitos terrenales, si tendría que arrodillarme ante alguien, sería ante ti, sobrino mío.
Y ahora sí, se había decidido a partir, devolvía los alimentos que lo cuchareaban. El hermano menor aburrido de soportarlo le regaló una bofetada, fue el primero en convertirse en animal, pero no por obra de la mujer del brujo, y él, Fernando, lo miró con los ojos llenos de lágrimas suplicando favor, le pedía que lo dejara morir en paz, había iniciado una marcha sin retroceso.

Y lo subieron al asiento trasero de un taxi hasta el paradero de autos que iban a Trujillo, ahí lo internaron en el Hospital Belén. La mirada de Fernando se clavó en la puerta de entrada de aquel cuarto de hospital donde pasaría sus últimos días, las visitas entraban y salían, y aquella mirada buscaba ansiosa un rostro conocido, no al uno ni al otro de sus hermanos, tampoco a ninguno de los tantos familiares que llegaban a visitarlo, él los veía pero fingía no darse por enterado.
Los médicos intrigados por aquel horrible mal infirieron que podría haber sido causado por un huevo de tenia alojado en el cerebro, infirieron, nada más, pero no lo evidenciaron con el diagnóstico no obstante las múltiples radiografías, tomografías y todo eso que ordenaron los médicos. ¡Cisticercosis!, no hay otra explicación, este serrano ignorante ha comido carne de puerco y se ha jodido solo, en la sierra los puercos se alimentan con porquería humana. Así que, mientras lo mantenían con vida acordaron que deberían destaparle el cráneo para observarlo en directo. Y lo destaparon, pues, sin remordimientos ni ética ni nada, lo destaparon como si se tratara de un objeto. A Fernando le era indiferente lo que pudieran hacer con él, sólo sabía que tenía que resistir hasta que llegara el muchacho aquel, único hijo de su única hermana que murió después de dar a luz a ese sencillo y no rencoroso muchacho que él un día se vio obligado a echar de casa, murió la hermana sin que de su boca saliera el nombre del padre de su hijo, que fue el buen hombre aquel que los Ramírez mataron a patadas una noche de fiesta patronal.
Con el cráneo destapado y sin visitas ya, su mirada fija en el marco de la puerta del cuarto de hospital, era de pena, de nostalgia demoledora y sin fin. Y por fin apareció Modesto, después de un mes, Fernando sonrío mirando la aparición…, después sus párpados cayeron y ya, eso fue todo, mientras los ojos del sobrino rodaban en un mar de inconsolables lágrimas.

“DOCTOR DIETER GOEPFERT”. Por Walter Elías Álvarez Bocanegra, de Pallasca, Ancash, Perú.

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“Doctor Dieter Goepfert”.


Autor: Walter Elías Álvarez Bocanegra.

Pallasca – Perú.

 

Dos semanas, nada más, había invertido el funcionario en el Informe de Impacto Ambiental, una en trabajo de campo y otra en oficina. Y ahí estaba, otra vez, ahí tras del escritorio, en lo que él llamaba su oficina, en un edificio de siete pisos de La Minera, en Surquillo, sentado en el sillón que se balanceaba con el bambolear del funcionario minero de confianza de La Minera, ahí ojeando algunos papeles y contestando el celular con la portátil computadora abierta alertando me gustas y comentarios por el nuevo estado del funcionario “Los pobres del país por fin serán ricos gracias a la explotación del oro”, mientras sonaba persistentemente el teléfono fijo…


Sabía que la explotación minera llevaba implícita la idea de explotación del hombre en pro de una plusvalía del mineral para el crecimiento de La Minera, lo sabía muy bien pero no quería admitirlo, porque eso significaba contradecirse a sí mismo como profesional, y lo peor, dejar de ser personal de confianza de una de las empresas de clase A del país y que le había dado el estatus que se merecía permitiéndole vivir en uno de los barrios exclusivos de Lima Justamente allá en La Molina, donde se mimetizaba el alto costo de su vivienda con el perfume andino del nombre de su calle, él vivía en Los Eucaliptos, una casa con garaje y piscina, además de parrilla en una esquina del amplio patio cubierto con césped artificial. Para qué entonces pensar en la explotación del hombre por el hombre, si él estaba bien y muy bien, eso sí, a mucho orgullo porque era hijo de un obrero minero, un obrero que miraba a sus superiores como algo inalcanzable.

Pero lo malo de todo era, que Pedro Bermúdez Lavado, el ingeniero y personal de confianza de La Minera, se sentía atosigado tras del escritorio haciendo todo lo que ahora estaba haciendo, por todo eso que le estaba sucediendo, y más que atosigado invadido por el encuentro que tuvo, durante la semana de trabajo de campo, con el doctor Dieter. 
Fue la semana anterior a la semana de trabajo de campo que el Directorio de la Empresa le había encomendado la ingrata tarea de buscarle justificación a la explotación minera en el paraje de Magistral, en la puna, al noreste del departamento de Ancash, de tal manera que el impacto ambiental de la explotación no tuviera efectos negativos que lamentar en la población.

Él sabía que la contaminación era inevitable y a la larga arrasaría con la vida de todas las especies vivientes, especialmente de las truchas que tanto le gustaban, pero ni hablar, él tendría que convencer con su informe previo, convencer de que la contaminación unida a la gran tecnología no es contaminación, que el cianuro y el arsénico no son extremadamente venenosos, y que es más, las fuentes de trabajo y las ganancias obtenidas de la minería superarían con creces cualquier riesgo alertado por los quedados opositores de la minería.
Pero había regresado del trabajo de campo y de su excepcional encuentro con el doctor Dieter, regresó en tiempo record, cinco días incluido el largo viaje en camioneta, para que más. Había regresado, había elaborado y entregado el Informe, pero, estaba super perturbado, tan perturbado que ni la suculenta gratificación por fiestas patrias pudo equilibrarlo. Así que, entre lo que tenía que hacer dentro lo que le estaba sucediendo, es decir, entre la aburrida rutina diaria de oficina, ahora angustiosa por la llamada del teléfono fijo, y los recuerdos de Dieter, se armó una turbadora en su cerebro, una confusión de los mil diablos que, más turbado ya, no atinaba a qué hacer. Pero tuvo un mísero momento de lucidez y se paró para internarse en el servicio higiénico de su oficina, y ya dentro, luego de mirarse en el espejo, no encontró otra forma de entrar en lo maravilloso de aquel viaje que sentándose en el sanitario.
Antes de que le encomendaran aquella molesta tarea, se encontraba aturdido sentado en el mismo sillón del mismo escritorio con el mismo ajetreo de siempre y, además, una llamada de su esposa que le incitaba a comprar un nuevo televisor porque el que estaba en uso ya se encontraba fuera de moda, eso, ¡oye!, y también una portátil para mí ¡oye!, la computadora que tenemos es muy lenta y ocupa mucho espacio, ¡caramba!, pero no importa, esa la usan los chicos para sus tareas del colegio.

Sí pues, los hijos aún estudiaban la secundaria porque se casó algo viejón, muy cuarentón, con una joven limeña del cerro El Agustino mucho menor que él, pero que tuvo la suerte re removerlo todas las hormonas masculinas. Y ahora qué, agradeciera que la saqué a vivir en un buen lugar, que se cree la cojuda de mi mujer, ¡carajo! si supiera el estado de cuenta de mi tarjeta VISA, ¡ni hablar!, tendré que inventar un viajecito a la sierra. Qué inventar ni qué nada, la propuesta le llegó a pedir de pensamiento porque ése, era su trabajo.
Ingeniero Bermúdez, le habló por el teléfono fijo una voz entre inglesa y española, le estamos adjuntando por correo electrónico un Acuerdo de Directorio para que se encargue de dar inicio al Estudio de Impacto Ambiental, usted mismo es, ingeniero.
Entonces armó el viaje en una toyota 4X4 alquilada. Y bien que le gustaban los viajes de comisión en toyotas, no sólo porque él tenía una, ni por lo relajantes que le resultaban los viajes a la sierra a pesar de todo, sino porque, además, esos viajes significaban suculentos viáticos y reembolso de otros gastos de representación. Dinero adicional que le serviría para ponerse en onda con los requerimientos de su esposa, y lo mejor, esa noche tendría una esposa alegre y cariñosa por la noticia.

Y partió después del medio día, a toda máquina, que los neumáticos salpicaban el lodo del pavimento, era lunes de la segunda semana de julio, y lloviznaba en Lima. La panamericana en la variante de Pasamayo sería de tupida neblina, pero a él nada le inmutaba, estaba preparado, era proactivo por eso lo contrataron, no existía para él malos tiempos ni nada por el estilo, el generaba su propio tiempo, si llovía sólo tenía que pensar en que no llovía, así lo había aprendido en seminarios y cursos de capacitación pagados por La Minera. 
Pasó por la variante de Pasamayo y ni siquiera se percató de la tupida neblina.

Después de cinco horas llegaba a Chimbote, y luego de aprovisionarse de gasolina, cigarrillos y comestibles rápidos, penetraba en la sierra. Conocía la ruta, aunque hacía tiempo que no iba por ahí, por esa carretera de penetración ahora asfaltada, la noche entraba conforme el penetraba aferrado al volante con la mente recorriendo su infancia en la mina de Pasto Bueno, justamente por ahí pasaría ahora, pero antes se quedaría en algún hotelillo del pueblo de Pampas, en la casa de algún amigo de su padre, o por último unas horas de sueño en la misma camioneta, nada era imposible para él. ¡Ah!, y al siguiente día luego de un caldo de carnero en doña Ursula, compraría una caja de cervezas para tomarla con los lugareños que hubieran mientras el radiante sol en cielo azul, pero, mejor, no, será cuando regrese, primero está el trabajo, cuando regrese sí, pediré una caja, y no sólo una, quizá otra, para dejarla con los amigos. Les hablaré de mi buen empleo en La Minera, ellos se encargarán de hacer saber a los demás, ¡carajo!, dejaré en alto el apellido de mi padre. Y seguía compenetrado en sus ayeres lastimeros y en sus mañanas comentados por gente del lugar, que vean, pues, quienes somos los Bermúdez. Diría que sus hermanos tienen un estudio de asesoramiento minero, en fin, ya lo pensaría en el momento adecuado.

La camioneta comenzó el ascenso en zigzag y un aire frío penetró por la ventanilla a medio cerrar, Bermúdez lo sintió en la nariz con una alegría infantil y murmuró, ¡airecito de puna!, y apuntaló tarareando un huaynito. No era la puna, él lo sabía, recién empezaba el ascenso por las estribaciones de la sierra, pronto divisó unas luces de alumbrado público, ¡Llaymucha!, exclamó, y aceleró para hacer su entrada triunfal y se detuvo en la primera chingana abierta que encontró.
–Cigarrillos –gritó desde su asiento, dirigiéndose a los que estaban dentro.
Pero, para qué se paró con el pretexto de cigarrillos, si ya se había aprovisionado de ellos, ¿para qué, pues, si no para hacer notar que el ingeniero estaba pasando por ahí?. Los parroquianos se miraron mutuamente como preguntándose ¿qué dice el tipo ese?, Bermúdez no se inmutó y aceleró en neutro mientras pisaba el freno, apagó el motor y se bajó del vehículo cerrando la portezuela de golpe para dirigirse al que parecía el tendero, plantado tras de la mesa que hacía de mostrador. Entonces, disimuladamente accionó el control remoto de la alarma del vehículo y mientras sonaba pidió cigarrillos, naturalmente el interpelado no escuchó bien el pedido y con movimiento de cabeza se dirigió a los demás de ese ambiente, y todos rieron con grandes risotadas. Entonces Bermúdez cambió de táctica.
–Buenas noches señor –Le dijo al dependiente, soy el Ingeniero Bermúdez, me podría vender cigarrillos con filtro.
–Nacional, con filtro –respondió el tendero.
–No, no no no, eso no.
–Pal mal aire, ingeniero, pal aire de los pishtacos –corearon los parroquianos, burlonamente.
–Cuánto ha cambiado Llaymucha, antes vendían buenos cigarrillos aquí.
–¿Llaymucha?, esto es Ancos.
Efectivamente era eso, Ancos, un pueblecito fundado por los sobrevivientes de lo que fuera la mina Carbonera Ancos, Bermúdez se había desviado de camino siguiendo la carretera asfaltada, pero no quiso reconocerlo, y muy él se subió a la camioneta y siguió el ascenso, por ahí llegaría al mismo lugar sólo que, con mayor kilometraje, pero llegaría.

Aunque ya no se quedaría en Pampas, la tierra de su padre, se quedaría en Cabana la tierra de Toledo, del presidente Toledo, ¡qué carajo!, el que mandó asfaltar esta carretera. Bermúdez, ahora pensaba en Toledo siendo de García. Iré por Cabana, algún día estaré con Toledo y le hablaré de su tierra, esto está mejor que quedarse en Pampas, compraré unas cervezas que tomen los lugareños, ¡ay chucha!, el alcalde es choledista, qué bien, me quedaré en el Hotel del Municipio. Y enrumbó cuesta arriba, cigarrillo tras cigarrillo, pensando en el mal aire y en los pishtacos, y salpicadamente en el impacto ambiental de la explotación minera, qué mal aire ni que nada, invenciones de serranos, igual que esa de los pishtacos. Y qué si convencemos a los ignorantes comuneros con una fiesta con mucha cerveza y whisky, nos dejarían trabajar tranquilamente, se mueren por tomar con nosotros, y claro que se morían como se moría él por entrar al circulo de ingenieros de la mina esa en la que trabajaba su padre, y en eso tenía acierto, sin esforzarse por pensarlo. Pero ahora eso del mal aire por la falta de cigarrillos, el mal aire de los pishtacos, ¡claro!, ¡los pishtacos!, él conocía que en Llaymucha existió uno de gran fama, pero ahora no iba por ahí para suerte propia, más le temía al rebrote de los de Sendero Luminoso, esos sí que son pishtacos, se dijo para sí, lleno de miedo, y entonces, mientras soplaba la brisa por la oscura pradera de Cabraespina, se olvidó de su proactividad y quiso retroceder. Pero qué, le daba igual, ya había avanzado lo suficiente, estaba cerca de la colina, de la que se mira Cabana la tierra de Toledo, el presidente cholo, cholo como él también pue, y a mucho orgullo, pero Toledo no había nacido ahí, nació más arribita, en Ferrer, los cabanistas lo adoptaron como suyo porque necesitaban subirse al carro del cholo, y a quién más, si no había otro. Aunque al final, ¡la cagaron!, pero yo no la cagué, porque si supiera el cargo que ahora tengo hasta me felicitaría. Él no, pues, porque tenía otro patrón, pero sus dos hermanos, uno en el Ministerio de Producción y otro en esa inconclusa carretera asfaltada, sí, y qué bien. Y pensando en el alto cargo que tenía el miedo se le fue por un segundo, luego sintió que ensordecía, se le había subido todo el torrente sanguíneo a la cabeza y pensó en el mal aire, no le quedaba otra que empezar a rezar después de persignarse, encomendándose a todos los santos desde San Valentín hasta sanseacabó, porque se le acabó el miedo al entrar en la montura de la colina desde la que se divisaba Cabana.

Y aceleró su poderosa camioneta hasta entrar al pueblo de Tauca, alma madre de los mejores cocineros y bármanes, antes que Gastón Acurio, cuando el oficio era tal que al nombrarlo sonaba a desperdicio, que los enternados tauquinos de tal oficio con mucho dinero en las fiestas patronales, eso sí, se veían obligados a decir que eran administradores en esos tres y cinco estrellas en que trabajaban. Ahí, a la entrada del pueblo se detuvo un momento para llamar a su amada esposa e informarle dónde y qué bien se encontraba, el celular marcaba las diez de la noche. Bermúdez se engoriló, luego de la llamada, y se subió a la 4X4 dispuesto a llegar a Cabana a las once de la noche cuando más, pero apenas abandonó Tauca entró en polvorienta e irregular carretera y entraba al pueblo quince minutos después, sin ánimos de nada, y tuvo que hospedarse en el primer hotel que encontró a la entrada.

Ahí recibió la noticia, de parte del dueño del hotel, que Cabana era más que Toledo, era orgullosamente la tierra de los Pashas, una civilización Inca que Toledo y su doctorada gringa habían subestimado, y eso le amargaba la vida al anfitrión, pero Bermúdez, tan pronto terminó de cenar, cabeceaba de fatiga y pidió su cama. Apenas se quitó los zapatos se quedó dormido. 
Soñó que unas criaturas deformes lo degollaban, y así degollado como estaba lo hervían en una tremenda paila de cerámica inca mientras lo conjuraban a ebullición eterna, y en afán por explicar que era inocente se vio ahogado por su propia sopa y finalmente convertido en apacible vapor tranquilamente muerto. Muerto dormido hasta las ocho de la mañana del siguiente día.

Durante el desayuno, mientras el ingeniero hablaba del efecto positivo de la minería, el anfitrión se acomodó con una taza de café junto a él para seguir hablando de los Pashas, y de las lagunas de la puna, atractivos turísticos indiscutibles del pueblo.
–La fortaleza es toda de piedra, yo diría misma cultura Chavín. Tenemos un museo en la Plaza. Y las lagunas, las lagunas…
El ingeniero, seguía en lo suyo y en anfitrión en lo de él.

Terminado el desayuno Bermúdez abordó su vehículo. Ya al volante se acordó que debería dejar huella de su paso por ahí, y esa huella sólo sería visible si se pedía una caja de cervezas en la misma Plaza junto al municipio y pegado a la tremenda camioneta, para llamar la atención del alcalde y alardear sobre su trabajo como ingeniero minero, y fanfarroneó para convencer al anfitrión.
–¿Me acompaña a la Plaza?, señor, quiero conocer el museo, usted sabe, me interesa demasiado, a ver si les consigo algo del gobierno para colocarlo en el sitial que se merece como museo.
El anfitrión no necesitaba ser convencido, sin más se subió junto al ingeniero, y en la Plaza se estacionaron frente al museo, al ingeniero no le quedó más que seguir a su accidental guía y aguantar todas las explicaciones y emociones que éste resaltaba.
–Bien, ¡ahora llévame con el alcalde! –dijo el ingeniero.
–¿El alcaldeeeee?, no se encuentra, está de viaje haciendo gestiones.
¡Otro pendejo!, dijo para sí, el ingeniero. Pero no pasaría por alto eso de las cervezas, ya eran las diez de la mañana y el sol sofocaba refractando en el concreto de la Plaza, con sol o sin él, pediría las cervezas, ¡qué carajo! soy un Bermúdez, conozco mi trabajo, sé cómo lo voy hacer.

Y pidió las cervezas, mientras se arremolinaban los notables y poco ocupados pueblerinos, unas y otras después de la primera caja, era un bebedor que había cogido maestría, necesitaba de licor para templar sus nervios, sabía hasta dónde bebería, y así fue. Dejó escrito su buen nombre con buenas cervezas y alardes de grandeza, y partió a toda máquina, no se estacionaría en ningún ¡pueblito de mierda! hasta llegar a Pampas, su tierra natal, y claro que, él no había nacido ahí había nacido más arribita, pero ahí pediría unas cervezas más y nada más, a trabajar, ¡carajo!. Qué trabajar ni que nada, solamente necesito informar que no hay peligro alguno, luego el equipo de ambientalistas arreglará mi Informe al estudio de ellos, esos conchasumadres que se basan en estándares y proyectos modelo para ajustar su estudio definitivo, por último hablaré de frente con el más más de La Minera y le diré que entre trago y trago he convencido autoridades y comuneros para que se echen a nuestro lado, ¡ah!, y en Pampas tomaré con el Presidente de la Comunidad y el Alcalde, ¡carajo!, igual en Conchucos, esos ignorantes no saben nada de impacto ambiental, les ofreceré chamba para ellos y su familia qué más quieren, a ellos les interesa el dinero, lo demás es puro cuento. ¡A la mierda!, se me aclaran las ideas, porqué no darles algunos miles a cada comunero, unos miles nada más, que son como un sueldo mío, La Minera es transnacional, plata como cancha de maíz paccho, ni siquiera plata, cheques, nada más, compromisos de pago, cartas fianza sobre otras cartas, dinero electrónico, ¡uy, carajo!, no me había dado cuenta de esto, si no me despejo por aquí, no me daba cuenta.

Pero no pasó de un solo tiro hasta Pampas, se detuvo donde confluyen los ríos Pampas y Conchucos, apenas se detuvo y fue cubierto por la espesa polvareda que había ocasionado en su carrera. Pero para qué esperar que se disipara, sacó la filmadora y gravó la confluencia, ahí donde se juntan las aguas turbias del río Pampas con las cristalinas de Conchucos, turbias estaban pues, desde mucho antes que él naciera, desde que empezó sus labores de explotación la mina de Pasto Bueno, turbias y sin vida mientras en las cristalinas ondeaban algunas pequeñas truchas, “y pensar que la mina de Pasto Bueno muchos años ya que ha parado, pero bueno…, ¡Pasto Bueno volverá a trabajar!, de eso estoy muy seguro”.

Y llegó a Pampas, un pueblo de gente abajo del metro sesenta de estatura que ha vivido por siglos subyugado al penoso trabajo de mina con pobre alimentación y rico alcohol de caña, y ¡eh ahí el porqué de su baja estatura!. Llegó seguido por densa polvareda, auto encumbrándose en sus logros, a eso de las tres de la tarde, y buscó autoridades, el Alcalde había viajado para gestionar, pero el Presidente de la Comunidad, ahí. Se aproximaron otros, no necesitó ni siquiera gastar, le bastó con ofrecer buenos empleos, y mientras departía con los pobladores su cerebro urdía el Informe en base a uno que tenía como patrón y que conocía de memoria como padre nuestro. Así que, después de la borrachera se quedó dormido en el hotel de la Plaza, no tenía casa ahí, ni siquiera la tuvo su padre, vivían más arriba en campamento minero y bajaba con sus padres y hermanos cuando niño, y solo después, hasta ese pueblo, de paseo. Quedó placidamente dormido con una sonrisa entre labios, había logrado escribir su buen nombre con cervezas que ni a él mismo le costaron, todo le salió a cambio de promesas, en un país tan rico lleno de gente pobre, pobre de todo, sólo es necesario un poco de pendejada.


Al siguiente día armó el mismo ardid en Conchucos y entonces, ¡misión cumplida!, un día después regresó muy temprano por el mismo camino hasta Pampas y pasó a la mina abandonada de Pasto Bueno, donde había trabajado su padre como obrero de socavón. Menos mal que el viejo no era tan bruto, porque abandonó el socavón para convertirse en empleado de maestranza, nada menos que como jefe, por tener una hermana nada despreciable al gusto del Jefazo. 
Los deteriorados techos metálicos de instalaciones y campamentos reflejaban los rayos solares mañaneros del otrora asiento minero. Pasó por la planta procesadora ahora en sepulcral silencio, ahí el primer socavón del primer nivel colapsado, pasó frente a lo que fuera la instalación de la potente compresora de aire que insuflaba a los socavones y que veinticinco años atrás dejó de respirar, y luego le vinieron lágrimas porque pasaba frente a la maestranza a donde cuando niño corría, en cuanto podía, a abrazarse a las piernas de su padre, no quiso detenerse, aceleró dejando atrás tupida polvareda, y así pasó tratando de ignorar lo que era la sala de cine. Quiso seguir con la misma marcha rumbo a Magistral, una de las tantas minas de sus patrones y ahora motivo de su viaje, pero no, el recuerdo de sus días por ahí pudo más, y se estacionó frente al campamento en el que había vivido mientras estudiaba la primaria y más. O sea, loco que, o sea loco que mientras sus vacaciones cuando la secundaria y la facultad y no más, porque la mina paró cuando cayó la demanda de los minerales en el mercado internacional, del tungsteno más que todo. No obstante, no le cayó el optimismo de hacerse ingeniero aunque fuera para sentirse tal como se sentían los adustos ingenieros que admiraba por el buen sueldo que ganaban y las múltiples hembras que se les echaban. Le gustaría volver a trabajar en la mina La Buena Aventura en la sierra de Lima sólo por eso, por las hembras, pero qué, ya no ya, porque estaba en Lima, y en La Molina, por influencia de arriba y en Lima se quedó, y lo miraban para arriba y eso era lo importante, no importaba la limeña del Agustino que tenía como esposa y que administraba los ingresos que le venían, no importaba, porque él había vivido junto a sus padres y hermanos en Independencia, en la falda del cerro y muy cerca de la Universidad Nacional de Ingeniería. Y como no le cayó el optimismo para hacerse ingeniero de minas, ingresó cuando el prestigio de la carrera decrecía, justamente por la falta de empleo, que después los otrora adustos ingenieros tuvieron que migrar a la costa para establecerse y colocarse tras de un mostrador en negocios de poca monta, menos mal que el padre de Pedro Bermúdez se había jubilado junto con la mina y montó su propia chingana para ayudarse, si no, ¡sino que pue!. Y como la demanda de ingenieros se vino abajo, pudo ingresar sin mayor competencia a la universidad, y no a cualquiera, ingresó a la Universidad Nacional de Ingeniería, y cuando terminó marchó a la mina La Buena Aventura para realizar prácticas preprofesionales y ahí se quedó como Asistente de Seguridad Minera. Al finalizar el milenio la minería reaparecía con fuerza, entonces para la explotación del oro, y Bermúdez se hizo fujimorista. Lo de Ambientalista le quedó aquella vez que el Superintendente de La Buena Aventura le autorizó asistir al primer seminario internacional de impacto ambiental organizado por la embajada británica, luego asistió a diversos eventos de tal naturaleza, porque se hacía necesario e imprescindible que los Proyectos de Inversión estuvieran ligados a un Estudio de Impacto Ambiental que se ponía de moda en el país, y con la influencia de Fujimori en el poder ingresó a trabajar para La Minera. Así que ahora, enfrascado en su pasado, estaba frente al abandonado campamento minero de la mina Pasto Bueno, que fue como los demás campamentos, indistintamente de obreros y empleados comunes, ahí estaba, apoyado en el muro justo frente a la puerta del departamento que antes habitaba.

Súbitamente llegó a su mente la misteriosa laguna de Pelagatos, la que se llevó a su amor platónico, aquella codiciada jovencita que era asediada por los ingenieros, y que subió con uno de ellos en un bote artesanal para pasear por la laguna, y como era tan bella la muchacha la laguna la atrapó devolviendo al feroz de su acompañante hasta la orilla. ¡Mierda!, tengo que ir, murmuró el ingeniero, y se subió a la camioneta. 
Se sentó al mismo borde de la laguna y lloró mientras su mirada se perdía en el otro extremo de la masa celeste. Y apareció por allá, por ese extremo, como saliendo de una luminosa neblina, una silueta informe, ¡Amatista!, exclamó el afligido hombre bañado en sollozos, la silueta se le acercaba tomando forma humana, ¡es ella!, exclamó el delirante. Y sí, para él, era ella. Pero cuanto la tuvo enfrente en tierra firme, sintió miedo, un gélido miedo que le produjo aturdimiento, no era ella, era él, un hombre con un gran crucifijo que pendía de su cuello, arriba del metro ochenta, mucho más alto que el robusto Ingeniero, un flaco desgarbado de frente prominente y cuadrada que con sonrisa franca le entregaba un ¡hola! amical. Se puso de pie como queriendo huir, pero, él conocía a ese gringo, bueno, para él todo rubio y alto era gringo, suficiente para sentirse subyugado. Como aquella vez cuando él apenas había terminado la secundaria, y no tan cincuentón como ya, lo vio por primera vez en la Plaza de Pampas, lo vio como a un Dios muy superior a todos los hombres superiores que conocía, los ingenieros mineros.

Y ahora lo tenía ahí frente a él, ¡el doctor Dieter!, el que jugaba ajedrez con los escasísimos y desocupados rivales del pueblo en una banquilla de la tranquila y casi desierta Plaza, y jugó con Pedrito como enseñándole, y Pedrito no aprendió el juego porque, mientras lo enseñaba, el muchachito se concentraba en el celeste de los ojos de aquel maestro forastero. 
Doctor Dieter Goepfert, así se hacía llamar aquella vez que entabló una no disimulada amistad cuando el ingeniero era sencillamente Pedrito, le dijo que andaba por ahí en busca de pacra, una planta de flor verde y carnosos pétalos que crece arriba de los cuatro mil quinientos metros sobre el nivel del mar, y que, los ganaderos de la puna administran vía oral para activar el erotismo del ganado. Dijo que trabajaba para la Academia de Ciencias de Alemania Federal, y hasta le entregó su dirección, Sudstr 17, Stockdorf, Munich (Munchen), Alemania Occidental. Pedrito se prendió del gringo y se ofreció acompañarlo hasta la misma planta de pacra, arriba de la laguna Pelagatos. Dejaron el ajedrez y se subieron a la tolva de un camión hasta llegar al campamento minero de Pasto Bueno donde vivía Pedrito, ahí la madre, la atenta madre del muchacho se las arregló para hospedar al gringo. Y al siguiente día partieron carretera arriba rumbo al objetivo. Ya arriba de la laguna, por camino de herradura, el gringo empezó a jadear y Pedrito se asustó. Regresa hombre, le dijo el gringo, yo iré solo, regresa antes que se haga muy tarde. Favor a tiempo, pensó Pedrito, y sin más ni nada dio media vuelta sin mirar atrás, conforme avanzaba el cargo de conciencia lo atormentaba, pero qué, regresaré mañana domingo con mi padre a socorrer al gringo, ¡qué carajo!, por último, qué mierda, se hace noche. Ya en el hogar y mientras la cena, informó a sus padres y a sus tres hermanos menores, dos varones y una niña cerrando filas, los informó que el gringo había preferido quedarse solo en el rancho de la china Rosha.
–¡Jajajajajaja!… –el padre se desató en carcajadas y los hermanos también–, qué gringo pa pendejo, se enpiernará con la pastora.
–Mal pensado –murmuró la madre, muy molesta y todos callaron.
Así que el domingo Pedrito no fue a buscar al gringo, y el gringo no llegó. Mas, en casa todos estaban tranquilos menos Pedro, esa noche no durmió y al siguiente día se levantó con la aurora a buscar a uno de sus amigos de confianza para contarle todo y marchar al encuentro del gringo. 
–No cho, no, y si está muerto nos echan la culpa, carajo. ¡Mi cocho me saca la mierda!, yo no voy, cho, tú conoces a mi viejo.
Y Pedro, se sintió muy solo, se culpaba por el incidente, ese día no almorzó, perdió el apetito.

Ya por la tarde, para aliviar su culpa, enrumbó carretera arriba, y cuando hubo avanzado algo más de un kilómetro su ánimo explosionó en alegría, en dirección opuesta venía el gringo con la mochila reventando por las plantas de pacra y otras yerbas de puna que contenía.
Un día más permaneció el gringo en compañía de la familia de Pedro, hablaba un castellano perfecto, instruyó que la gramática castellana era la más complicada de todas las gramáticas, pero que sin embargo, era la más florida. Además bromearon como si se conocieran de años, por la noche hasta se tomaron un gro para el frío, nada más que aguardiente y algo de jugo de limón diluidos en agua recién hervida, nada nuevo para el gringo porque en Alemania había tomado algo parecido.

Y al otro día muy temprano se trepó en un camión que iba por la puna rumbo a Trujillo. Y nada más pue, desde entonces no lo he vuelto a ver hasta ahora que lo tengo aquí frente a mí, esta igualito no ha envejecido para nada.
–Sí –respondió el gringo dejando confundido al ingeniero, “cómo pudo adivinar mi pensamiento”–, justamente desde aquella vez.
–¿Has vuelto por más pacra? –ahora lo tuteaba, porque lo veía menor en edad, un hombre de cuarenta como cuando lo conoció, lo tuteaba porque además ahora era un funcionario de alto nivel de una gran compañía.
–No, ahora estoy buscando una piedra.
–¿Cuarzo, amatista, piedras preciosas?.
–Piedra granito, piedra común y corriente, sólo que, sólo que tiene un grabado especial, un símbolo.
–¿Qué símbolo?.
–Una cruz.
–¡Va!, cualquiera puede tallar una cruz en una piedra bruta.
–Sí, claro, pero lo importante es cuando y para qué, mejor dicho, cuando y para qué fue tallada, ahí está la importancia. Es una piedra precolombina.
–Deberías buscarla por allá, por donde crucificaron a Jesús, los incas no conocían la cruz.
–Eso crees tú, toda cruz tiene un significado que va más allá de lo que todos conocen, es una revelación disimulada, todas las civilizaciones antiguas la tenían y las modernas se han quedado con el legado. La cruz cristiana, la esvástica, la griega, la hoz y el martillo, la Chacana. 
–¡La chacana!, claro, el símbolo del cholo Toledo, la gringa malhumorada de su mujer fue la que la eligió como símbolo del partido. Pero, ¿la hoz y el martillo?, no te pases, Doctor, nada que ver con la cruz, la hoz y el martillo es un símbolo de muerte.
–Igual que las demás. En las civilizaciones antiguas el primer hombre que cometía la osadía de hacer una cruz era condenado a morir atado a ella.


El doctor siguió hablando de las cruces de las diferentes civilizaciones, mientras el ingeniero lo escuchaba, y a medida que el doctor se compenetraba en el tema el ingeniero se distanciaba, porque aún le faltaba completar su trabajo de campo en la misma mina Magistral, yo que tengo que ver con curses, yo vivo de la mina, tengo que ir a filmar y levantar todo eso, qué me importa lo que diga este gringo de mierda…
–Ingeniero –interrumpió el doctor– son las diez de la mañana y tú tienes mucho que hacer, así que súbete a la camioneta y aquí te espero.
–Sí, claro, mañana temprano, aquí mismo.
¡El ingeniero!, el ingeniero aceleró la maquina dejando una montaña de polvo en el ambiente, generando su propio impacto ambiental, y llegó tan pronto como pudo para ordenar un almuerzo a base de truchas y filmar, levantar, lo que debería, además de conversar con el personal subalterno de la mina aún en labores de exploración. Esa noche, después de la cena, se emborrachó con el whisky que para casos especiales reservaba el Jefe de la mina.

Y al siguiente día después de un opíparo desayuno con truchas, mientras el encargado revisaba la camioneta para garantizar el viaje de retorno del ingeniero, con el frío de puna hasta los huesos se aferró al volante. Y aceleró cuesta abajo cual cometa sideral, muy tranquilo por la labor cumplida, y ahora sí al encuentro del doctor, que entonces ya no le parecía tan interesante como antes, le parecía un viejo loco, viejo loco con tremenda cruz en el pecho, claro, viejo y acomplejado, ¡carajo!, cuantas cirugías estéticas tendrá, debería reducirse esa horrible frente de Herman Monstruo, ¡mierda!, pero ¿cómo pudo caminar sobre el agua hasta llegar a mí?. Primero me pareció ver a mi amor imposible, Amatista, estaba tan confundido pensando en ella, pero más que todo en ese beso que ella me dio casi en la boca, por poco le doy un beso al gringazo ese, claro, él apareció mientras yo pensaba en ella, creo que la imaginé caminando sobre el agua, quién podría caminar sobre el agua, sólo Jesús nuestro Señor. Y ahora el gringo anda interesado por una cruz incaica, eso entendí, más loco que una cabra porque cree que la chacana es una cruz, ¡y la hoz y el martillo de los comunistas de mierda!, otra cruz. En un momento creí que adivinó mi pensamiento, pero luego me empezó a contrariar con su aburrido discurso, menos mal que se dio cuenta y fue él quien me sugirió continuar mi camino. Anoche con qué pastora se dormiría, le gusta la mugre al gringo este. En Alemania ¿no habrán mujeres?, ¡qué van haber!, aguachentas, quesos frescos, seguramente, si no porqué este gringo se viene a buscar hueco por aquí.
Y llegó el ingeniero, y luego de estacionarse cerca de la laguna prendió un cigarrillo muy tranquilamente, recorrió con la mirada todo su entorno, el gringo ni noticias. Así que se bajó de la camioneta y se sentó en el mismo lugar de ayer, y por allá, por el otro extremo de la laguna, agitándose dentro una impresionante neblina, cual aurora boreal, apareció una silueta, igual que ayer, e igual que ayer se acercaba, mientras muy dentro de sí, el ingeniero, percibía la voz del gringo amonestándolo “hombre de poca fe, te burlas de mí, pues aquí me tienes, trata de correr y no podrás porque te tengo controlado”. Lleno de miedo, el ingeniero, se preparó para huir de ahí a toda máquina, pero no pudo, estaba inmóvil, pegado al suelo, mientas el cigarrillo le quemaba los dedos, sin que pudiera percibirlo, ¡qué miedo!, “cuánto miedo tienen los soberbios incrédulos como tú, encumbrado ingeniero, te torturaría en tu propia cruz hasta que declines tu soberbia…”, aquella voz siguió en el cerebro de Pedro el ingeniero hasta que el doctor tocó tierra firme.
–Perdón, Doctor, no hice nada que le molestara.
–Mientras venías en ningún momento dejaste de subestimarme.
La respuesta hizo que el ingeniero entendiera perfectamente quién era el doctor, Dios, y nada más, para qué complicarse la vida, un Dios que lee el pensamiento y camina sobre el agua, un Dios que tomó la forma del doctor Dieter, un Dios que me está poniendo a prueba, lo sabe todo, no necesita buscar nada, para que buscar una cruz precolombina en piedra.
–No te confundas, no soy Dios, soy igual que tú, soy tu pasado.
–No más pruebas, Dios mío, aquí estoy y ahora me arrodillo ante ti, soy tu humilde siervo, puedes hacer de mí lo que sea tu voluntad, sólo te pido por mi familia y mis ancianos padres.
–Levántate no seas servil, ¡qué no soy Dios!, a Dios no le gustaría verte arrodillado, te condenaría al fuego eterno. Levántate, somos amigos, al menos yo me considero tu amigo, olvídate que soy Dios, por lo menos mientras estés frente a mí.
Entonces se abrazaron, en abrazo tan humano que el ingeniero así lo sintió, y sintió más, todavía, un Dios hecho hombre o un hombre hecho Díos.

Pero Bermúdez se consideró, en aquel momento, un hombre ilimitadamente afortunado, tenía la confianza de La Minera porque tenía la facilidad de treparse en cualquier carro, y ahora estaba en fuerte abrazo con Dios, no menos que Cristo quizá, y más afortunado que Monseñor Bambaren que había logrado la santificación en vida haciéndose pintar recibiendo la mano de Cristo en camino al paraíso celestial, nada menos que en el altar mayor de la Iglesia de Nuevo Chimbote de la provincia de Santa. Estaba feliz y todos los malos pensamientos se le despejaron.

Terminado el abrazo, y aturdidos por el frío, doctor e ingeniero se subieron a la camioneta.
–¿Y ese crucifijo?, antes, usted no lo llevaba –inició la conversación el ingeniero.
–Siempre, lo llevo conmigo , sólo que antes no lo mostraba.
–A propósito, me gustaría saber acerca de la cruz que usted está buscando.
–Es la aproximación más cercana a la esvástica, conozco la historia de la cruz sólo quiero ratificarla, sucedió en una sociedad antigua de por aquí –el doctor manipuló su crucifico y apareció una fotografía en un visor, tipo celular–, es ésta. 
–La tengo, Dios mío –dijo el ingeniero.
–¿Dónde la tienes, en tu casa?.
–¡En el museo de Cabana! – respondió en primera, no podía entrar en rodeos, el ingeniero, el doctor leería su pensamiento.
–Vamos a Cabana.
–Sí vamos, por ahí tengo que regresar, tres horas a Cabana.
–Que sean cuatro, para no contaminar el ambiente.
–Lo que usted diga, Doctor. Vamos.
–Vamos y trataremos de no entretenernos con los lugareños.
–Sí, de acuerdo. ¿Puedo preguntarle algo?.
–Sólo pregunta y te respondo.
–¿Sigue usted en Alemania?.
–Vivo en otro planeta, muy lejano a éste.
Mutismo en el preguntador, y miedo, incredulidad.
–¿Otra vez dudando? –dijo el doctor.
–No, no, no, cómo cree. No dudo para nada.
–Entonces sigue preguntando.
–¿Cómo llegó hasta la laguna?.
–Bueno, precisamente ahora no llegué, soy una réplica de mí mismo, estoy aquí y en otras partes si así lo quisiera.
–Como Dios en todas partes.

Y ahora estaba multiconfundido, el ingeniero, no podía dejar de dudar y creer a la vez. El doctor lo dejó sumido en dudas y cavilaciones, no quería interrumpir porque al ingeniero le resultaba imposible comportarse de otra manera, el doctor lo sabía, era la naturaleza humana, la misma que él tenía, dejó que la mente del ingeniero se portara como tal, iba al volante y otro golpe de sorpresa podría hacer que perdiera el control de la camioneta. Por fin volvió a preguntar.
–Aquella vez que le conocí ¿también fue una replica de usted mismo?.
–Aquella vez llegué en mi propia nave que estacioné en la laguna de Pelagatos.
–¿Cuántos años demoró en llegar?.
–Horas, menos horas que a Cabana.
–¿Tan cerca está el planeta de donde viene?.
–Infinitamente lejos.
Y nuevamente el infernal mutismo lleno de dudas en el ingeniero, mientras se desplazaban por la polvorienta carretera, que pasó de largo por el pueblo de Pampas sin fijarse en la multitud que lo esperaba, y eso estaba bien, funcionaba el viaje sin interrupciones sin que siquiera pudiera darse cuenta el ingeniero. Y ya en la serpenteante y polvorienta carretera que va a dar a la confluencia de los dos ríos para dar origen al Tablachaca, volvió a preguntar.
–¿Cómo se puede llegar tan rápido de un planeta infinitamente lejano, doctor?.
– Sé que conoces algo de magnetismo.
–Vagamente, muy poco, casi nada.
–Suficiente. Vine por un carril electromagnético, en otras palabras, por líneas de fuerza de diferentes campos magnéticos.
–Creo que tendré que estudiar mucho de magnetismo, mientras tanto no podría entenderle perfectamente.
–Te comprendo.
–¿Qué combustible usa su nave?.
–Ninguno, fuerza magnética. Aunque a veces se hace necesario usar hidrógeno.
Campos magnéticos, líneas de fuerza carril en el vacío, todo eso totalmente inalcanzable para un ingeniero de minas ensamblado para transformar rocas en minerales, pero seguiría preguntando porque ya se estaba acostumbrando a escuchar esa realidad, abstracta para él, y común y real para el doctor.
–

Doctor, ¿o sea que aquella vez que abordó el camión rumbo a Trujillo, usted se fue a la laguna?.
–Exactamente.
–¿Y si yo le hubiera ido a buscar en Alemania, no le hubiera encontrado?.
–Sí, porque tenía que entregar la pacra allá, era parte de mi misión.
–¿Y su nave, se quedó en la laguna?.
–No, me estacioné en un lago de los Alpes. Ya había estado antes, ahí, y en otros lagos, también.
–¿Sabía usted que por esos días desapareció una muchacha en la laguna de Pelagatos?.
–¡Amatista!, sí, volví a la laguna para llevarla a mi planeta y regresé para establecerme en Alemania. Amatista era una criatura inocente aún, que merecía ser rescatada de este planeta. No, no sientas celos, no la llevé para mí, la llevé para salvarla, ella vive allá y es muy feliz.
–La buscaron en la laguna hasta agotar todos los medios, y ni rastro de ella, los buzos dijeron que posiblemente fue atrapada y digerida por las plantas acuáticas de lo más profundo de la laguna, los ingenieros decían que fue atrapada por un remolino que hay al fondo y al otro extremo de la laguna y que da origen a una corriente de agua subterránea, pero otros decían que fue engullida por un monstruo acuático que tiene un solo ojo como faro de camión y que por las noches emerge desde allá desde el otro extremo de la laguna para inspeccionar su dominio.
–Lo siento por todo lo que ocasionó su desaparición, pero fue por su bien, y si tú no me abandonabas aquella vez en la puna, también hubieses ido conmigo. ¡Caramba!, vieron el faro de mi nave como el ojo de un monstruo, interesante, eh. 
Pensar en esa pasada posibilidad le entregó un mundo de felicidad, imaginando su vida a lado de la mujer que amaba, hubiese sido su primer hombre y ella su primera mujer, en un paraíso desconocido que aún no imaginaba.
–¿Cómo era esa nave suya, la tenía sumergida en la laguna?.
–Ahora está ahí, y no sumergida, aunque podría estarlo.
–No la he visto.
–No podrías verla, nuestras naves tienen un camuflaje que refleja todos los rayos de luz y absorbe las ondas sonoras. En verdad, son naves muy simples, ¿no crees?. Son de forma cónica regulable, compuesta por troncos de cono huecos y concéntricos, que se alargan y se acortan según se necesite despegar, estacionar o navegar, y funcionan con energía magnética. Inicialmente, nuestras naves no respondían a la energía magnética cuando entraban a la atmósfera de los planetas, entonces se hizo imprescindible el uso de hélices y propulsión a reacción dentro de la atmósfera, usando hidrógeno como combustible, hélices para controlar el descenso, ascenso y movimiento radial dentro del planeta, y propulsión a reacción para despegar. Ahora nuestras naves, además de energía magnética, siguen usando hélices y propulsión a reacción en desplazamientos internos dentro de los planetas, como alternativa de diversificación de uso. Podríamos haber ido al museo de Cabana con la nave, pero, para qué, si además tiene sesenta metros de diámetro. Siempre nos hemos estacionado en lagos y mares para obtener el hidrógeno que necesitamos, pero preferimos los lagos de agua dulce porque la salada es corrosiva.
–¿Cómo es el planeta en el que vive?.
–Muy parecido a éste, sólo que un poco más grande.
–¿El doble?
–Sólo un 20 % más .
–

Quiero preguntarle algo, pero no lo tome a mal.
–Sí ya sé, me ves igual que antes, para ti no he envejecido nada, es que nuestro promedio de vida es de mil años.
–¡Ay chucha!
Esa edad si le era familiar porque procedía de padres católicos y se formó en un mundo católico, y bien lo sabía por eso que registra la Biblia sobre Matusalén y los otros hombres bíblicos de larga vida.
–

Justamente, lo que estás pensando, ahora comprenderás el porqué te dije que soy tu pasado.
–En un inició acepté la existencia de esos hombres de Dios, pero, después razonando un poco, pensé que los años de aquellos tiempos eran algo así como los meses de ahora.
–Razonamiento equivocado, porque aquí me tienes.
–¿Y porqué ahora nuestra vida es más corta?.
–La de los humanos terrestres, pero no la mía ni la de los demás de mi planeta, tengo cuatrocientos treinta y cinco años.
¡Cuatrocientos años!, con cuatrocientos años Pedro Bermúdez sería dueño del planeta tierra, para qué más, todo un planeta para el solito, a todo lujo y a todo dar, y hasta me lanzaría al espacio con mi propia nave a la conquista de otros mundos, ya quisiera yo tener la larga vida que tiene este…
–

Justamente, la codicia, el egoísmo, la desmedida ambición y todo eso, propio de ustedes, han desgastado la vida de los terrenales, tú mismo lo estás explicando en tu pensamiento, mi querido ingeniero.
–Perdón Doctor, mi Doctor, Dios mío, he pecado de pensamiento.
–Pero también de obra.
–Perdón, no fue mi intención.
–No pidas perdón, es tu naturaleza moldeada en este planeta.

Su pensamiento se concentró en Amatista, la temprana mujer que removió su corazón, qué estaría haciendo por allá por ese planeta tan lejano, cuanto de vida tendría.
–Amatista vivirá mil años, si eso te tranquiliza.
–Me gustaría vivir con ella, dejaría todo en este mundo y me iría para allá si usted me concede el favor.
–Estás demasiado contaminado para ir allá pero no imposibilitado.
–Entonces, ¿me llevaría?.
–Primero vayamos a Cabana, quiero ver esa piedra, mientras tanto puedes seguir preguntando algo que quieres saber.
–Eso de que Adán fue hecho de barro y Eva de la costilla de él, me parece muy ingenuo –dijo eso, el ingeniero, y se persignó.
–Bueno, no precisamente fue hecho de barro, arcilla moldeable, es una forma de explicar que el humano es moldeable, adaptable, social y ecológicamente, lo cual explicaba la adaptación de mis antepasados en la tierra después de repetidos intentos. Luego, eso de la costilla, no es más que una explicación disimulada de lo que ustedes llaman ingeniería genética que tuvo que aplicarse para la adaptación en este planeta, ya que existía el antecedente de que todas las mujeres que antes vinieron en pareja en misión de colonización se aterrorizaban hasta no más en este mundo, que terminaban pariendo hijos de igual apariencia terrorífica. Eran sus hijos extrañas criaturas que se lanzaron a poblar las junglas.

Qué explicación era ésa que tiraba por la borda sin asco alguno todas las teorías del origen del hombre en la tierra, el ingeniero admitía que el hombre fue creado por Dios, pero también admitía que el hombre descendía del mono, pero jamás se preguntó el porqué Dios no sigue haciendo hombres tan puros como el primer hombre, como jamás se preguntó el porqué los monos no siguen originando más hombres. Estaba acostumbrado a trabajar con normas, normas técnicas y administrativas, normas de calidad, de calidad total, bajo las cuales debería enmarcarse, estaba acostumbrado a que lo impusieran, aunque nadie le había impuesto trepar y subordinar a como de lugar, lo practicaba porque era una norma impuesta de hecho por la sociedad, pero entonces nadie le imponía nada y no tenía porque aceptar la explicación.

Perdón, Doctor, pero no me convence.
–No tengo porqué convencerte.
–No, no, usted es Dios. No hay más que comprender. Le he visto caminar sobre el agua.
–Bueno, sí, se puede levitar tranquilamente sobre el agua por magnetismo controlado por un ordenador, recuerda que el agua es un buen conductor de electricidad, y si a esto sumamos el poder magnético de la montaña, entonces también se puede levitar fuera del agua.
–Bueno, eso si no está a mi alcance, sinceramente.
…
–Usted dijo “Eran sus hijos extrañas criaturas que se lanzaron a poblar las junglas”, ¿ me podría explicar con mayor detalle?. 
–Con todo gusto, pero, pero para la camioneta para que puedas escucharme perfectamente.
–Justamente, me moría por un cigarrillo.
Frenó y estacionó la camioneta al costado derecho de la carretera, venía tan compenetrado en aquella conversación de otro mundo que no tenía ojos para admiran los campos amarillentos prometedores de buena y madura mies que tenía al frente, y le pareció que la camioneta había levitado hasta estacionarse ahí donde ahora estaban, porque no pudo percatarse de su paso por abajo por la confluencia de los dos ríos. Ahora estaban ya frente a la campiña de Shindol, en una saliente de la ladera, y por abajo circulaba el turbio río Tablachaca, que más turbio se tornaba con la avalancha de rocas y tierra que caían a su cause desde la misma cima del cerro Parihuanca. Ahí trabajaba otra minera a tajo abierto en busca de oro, y arrojaba sus desechos al río, la Minera SS, no de las cámaras de gas, sino, la de los ambientes de polvo, trabajaba por las noches para disimular la polvareda, y por eso los campos amarillentos y no por la mies madura. ¡Qué estupidez!, exclamó el doctor mirando al Parihuanca, eso y nada más, dijo, porque tenía que complacer al ingeniero.

–Ponte cómodo. Bien. Cuando mis antepasados se enteraron que nuestro planeta quedaría desierto en cinco millones de años, perfeccionaron la navegación espacial y empezaron a buscar planetas similares al nuestro para colonizarlos, y encontraron éste, entonces de exuberante vegetación, agua y agua limpia en todas sus formas, aves y más criaturas que las que ahora tiene.

Los cosmonautas nunca regresaron porque les tomó casi toda una vida llegar hasta aquí, pero reportaron lo que encontraron. Con toda la información obtenida los científicos optaron por mandar hasta aquí jóvenes parejas de humanos en sendas naves, que controladamente se reproducían en el trayecto. Ya aquí, se estacionaron en diferentes lagos y mares entre lo que ustedes llaman trópicos, la reproducción arrojaba crías deformes en lugar de humanos, era de esperarse, porque el proceso de reproducción se estaba dando en condiciones diferentes a la naturaleza del planeta de origen, así que el humano deformó gradualmente hasta llegar a lo que ustedes llaman monos.

Y ahí quedó todo, porque, mientras tanto, mis antepasados habían encontrado un planeta semejante al nuestro, y además unido a él por un carril magnético que reducía notablemente el tiempo de viaje. Y abandonaron el planeta de origen antes de que fuera demasiado tarde.
–¿O sea que usted?.
–Sí, yo vengo del planeta conquistado, el planeta moribundo gravita alrededor de un planeta de masa ochenta veces mayor.
–¿Y no tenía vida el planeta ese?.
–Sí, y tan cerca del planeta de mis antepasados, poblado con criaturas gigantescas, entre ellas seres que dominaban ese mundo, parecidos a nosotros, pero con un solo ojo.
–¿Porqué no lo colonizaron?
–No fue posible vivir ahí, los que iban quedaban pegados a la superficie, la adaptación hubiese sido muy penosa, ni hablar, además estaba superpoblado.
–Usted dijo “Y ahí quedó todo”.

Si ahí hubiera quedado todo, usted no estaría aquí.
–Claro, quise decir que ahí quedó el intento de colonización de la tierra, pero, además, la tierra ya era parte nuestra, habíamos enviado aquí a nuestros semejantes y degeneraron, y vino la inquietud por ellos, el querer saber que pudo haberles pasado. Nuestra navegación espacial había alcanzado ya gran nivel, habíamos superado en eso a otros habitantes de otros planetas, y empezamos a venir como de paseo. Se dio inicio a un proceso de adaptación, ya te he mencionado, lo que aquí se llama ingeniería genética, se puso en práctica en eso que ustedes llaman Edén, se puso en práctica en lo que ahora se llama Europa, Asía, África y América, en épocas diferentes, estaban vigilados por nosotros.

Y algunos milenios después los colonizadores perdieron la capacidad de comunicarse mentalmente, no resultó la adaptación conforme lo esperábamos. Los terrestres obtuvieron rasgos diferentes según sus colonias, se habían formado razas, las que todos conocen. No trabajaban, ¡para qué en un mundo de abundancia!, la ociosidad los llevó a inventar juegos para entretenerse y nació el odio entre contrincantes hasta destruirse mutuamente disputándose la supremacía. No atendían nuestros consejos y se sublevaron contra nosotros porque nos consideraban extraños, extraños pretendiendo apoderarse de la tierra que la consideraban suya. Por su rareza y maleabilidad les enseñamos a trabajar el oro, nada más para que se entretuvieran, y consideraron que nosotros estábamos interesados en el metal para construir nuestras naves, era natural que pensaran eso, las naves, ocasionalmente, brillaban y aún brillan como el oro, ya te había dicho que reflejan todos los rayos luminosos. Inspirados por el reflejo de nuestras naves se lanzaron a la conquista del oro, en todas las colonias, para construir sus propias naves y seguirnos, y al no poder construirlas le dieron al metal un trato divino, y lo apostaban durante sus juegos. Hubieron escasos humanos que conservaron intacta su naturaleza primigenia, así que con ellos manteníamos reuniones en nuestras visitas, y nos apartamos de las muchedumbres, sólo manteníamos comunicación con nuestros escogidos. Oro y más oro, se formaron grupos delimitando territorios, y se inventaron guerras para conservarlos, y para ganarlas reclutaban a los jóvenes ¡a la fuerza!, las madres lloraban estos arrebatos porque sus hijos no regresaban con vida, y se apoderó en ellas el miedo por procrear que de tanto miedo por perder lo mejor de lo creado, perdieron su capacidad de ovulación, aquella capacidad de procrear de por vida, y lo peor, en ese infierno de guerras sin sentido se les acortó significativamente la vida. Teníamos el poder para destruirlos, pero no es nuestra naturaleza usar tal poder, así que, los nuestros, para hacerse escuchar, tuvieron que decir que eran hijos de un Ser todopoderoso, creador del universo y dueño de las criaturas de la tierra, pero los líderes de los otros, en ciego afán por dominar, también se hicieron llamar hijos de Dios. Los dominantes sabían de nuestra existencia, y decretaron leyes que impidieran a los terrestres todo acercamiento con nosotros. Empezamos a recuperar a los nuestros, pero se quedaron los intermedios, ¡y nos imploraban!, y en sus manifestaciones artísticas disimuladamente nos perennizaban con la esperanza de que los llevásemos con nosotros, pero no podemos llevarlos a todos los que quieren, sino, a los que nosotros elegimos.

No hubo más, el doctor lloraba y el otro , el otro roncó su camioneta y a Cabana, inundando el ambiente con polvo de carretera. 
Ingresaron al museo, y el doctor acarició la piedra cuadrada recorriendo el grabado en bajo relieve. Y lloró como un niño. No era más que una hélice de cuatro aletas, idéntica a las hélices de las naves que él muy bien conocía. Y una escultura de piedra, ni más ni menos, la cabeza de un cosmonauta. Y todos esos gravados curvos en cerámicas y otras piedras, formas aerodinámicas, fluidos aerodinámicos, corrientes de aire expulsadas por las hélices. Y portezuelas, y añadiduras de naves espaciales, todo eso que cualquiera no podría ver. Celular a la oreja, el Alcalde y su séquito llegaban en busca del ingeniero, “unas cervezas antes del almuerzo”, corearon. El doctor Dieter, dijo el ingeniero, qué doctor ni que nada, ellos no podían verlo, sólo el Ingeniero. El doctor se subió en la camioneta y el ingeniero también, dejando perplejos a los demás, e iniciaron el retorno. Aún había interrogantes.
–Doctor, porqué te portaste insolente, ése era el Alcalde.
–Era inútil, ingeniero, ni él ni los demás podrían verme.
–¡Oh!, mi Dios, perdón, pero, ¿qué encontró usted en ese museo que se puso a llorar?.
–La cruz, mejor dicho la hélice, de esas que tienen nuestras naves, cosmonautas y mucho más.
–Bueno, sí, claro, lo que resaltan esas dos piedras, parecen hélices, pero no son más que molinetes de maíz de los indios. Pero, ¿cosmonautas y más?.
–¿Cosmonautas?, creo que no te diste cuenta, hay gravados que evidencian cosmonautas, pero hay una escultura reveladora semejante a las que ustedes llaman cabeza clava de Chavín. Por ahí, talvez se encuentre un cosmonauta en tamaño natural, parecido al lanzón de Chavín, expresión fundida de un cosmonauta y su nave.


Se le aclararon las ideas al ingeniero, se acordó, inclusive, que los fundadores del imperio incaico salieron del lago Titicaca, y el Dios de los mochicas, del mar. Todo estaba claro, ahora. Y el doctor, no era más que un científico de Alemania que había alardeado de su procedencia extra terrestre, y recién de su invisibilidad para los demás.
–¿Otra vez dudando?.
–Sí pues, Doctor, cómo es eso de que usted es una réplica de usted mismo.
–Es muy simple, me he subido en mi planeta a un ordenador y me he disparado por todo el universo donde hay una nave como la que tengo en Pelagatos.
–¡!.
–Se nota que no te has dado cuenta cómo funciona eso que ustedes llaman Internet.
¡Otro mutismo!, y ahora hasta llegar a la misma loma de Ferrer, la tierra de Toledo, ahí se paró el ingeniero, sin saber porqué lo hacía, sólo se detuvo en plena loma.

El doctor manipuló la cruz que llevaba al pecho, y le dijo:
–Esta cruz, así como la esvástica, la hoz y el martillo, la cruz cristiana y tantas otras, son hélices muy bien disimuladas por artistas, hélices empotradas en las bases de nuestras naves. Ya te he dicho que se decretaron leyes para alejarlos de nosotros, se instituyó el terror en nombre de Dios, aquel que osaba revelar la verdad era condenado a morir. Bien, y de todas las cruces conocidas, la del museo de Cabana es la más reveladora, es idéntica, tallada por un gran hombre que no le temía a nada, lo rescatamos y vivió con nosotros. Ese hombre, ese hombre era mi bisabuelo, y por lo mismo, yo amo a este planeta.
Y manipulando la cruz apareció en la pantalla, ¡Amatista!, la mostró al ingeniero, y él la vio como en aquellos tiempos, muy hermosa, como en sus primaverales años. Sonó el celular del ingeniero, ¡Piter!, dónde estás, Piter, Piter porqué no llamas, nosotros por aquí preocupados y tú, ¡nada!… Sí, mi amor, mi reina, mira ve, es que, nada…
Nada, pues, nada se hizo el doctor desapareciendo en silencioso relámpago rumbo a Pelagatos, mientras el ingeniero enmudecía por la sorpresa.
Pero qué, no pasó mucho tiempo y salió de su ensimismamiento.
Dos de la tarde, se dijo el ingeniero, mientras guardaba el celular.

Hinchó el pechó y se subió a la camioneta, ahí se detuvo un momento para decidir el viaje a Lima, ¿por Cabana o por Llaymucha?, mejor por Llaymucha, así tendré que pasar por Pallasca y hablar con las autoridades, no está demás, que me vayan conociendo por si La Minera tenga algo por ahí, sólo un saludo y nada más, debo llegar a Lima como sea. Mejor, ¡machete en tu vaina!, nunca dejes lo seguro por lo incierto, me repetía mi padre. Medía vuelta, carajo, pasaré veloz por Cabana, qué almorzar ni qué nada, tengo galletas y gaseosas, por aquí cocinan que es un asco. ¡A Chimbote! y luego a Lima.
Llegó a Lima, a la misma Molina, a las tres de la madrugada del siguiente día.

Y la siguiente semana trabajó perfilando el Informe. La última de las siete recomendaciones contemplaba:
“Entregar veinticinco mil soles a cada comunero para aliviar la pobreza en la que se encuentran”.
No era una recomendación técnica, no encajaba en la plantilla que tenía como modelo, lo recomendó porque en fin, porque no tenía más que recomendar, y porque se le había ocurrido en el viaje. Lo recomendó sin imaginar que seis meses después La Minera compraría la felicidad de los lugareños con veinte mil soles por cada comunero. Llegaron en helicóptero para entregar el dinero, y los comuneros aplaudieron a rabiar desde antes que aterrizara hasta después que despegó y se perdió rompiendo el horizonte. 
Pedro Bermúdez Lavado, el ingeniero, había remitido un Informe de cien páginas, con fotos, estándares, monitoreos, mapas y tantos otros anexos de relleno.

Dos semanas, nada más, había invertido el funcionario en el Informe de Impacto Ambiental, una en trabajo de campo y otra en oficina. Y ahí estaba, otra vez, ahí tras del escritorio, en lo que él llamaba su oficina, en un edificio de siete pisos de La Minera, en Surquillo, sentado en el sillón que se balanceaba con el bambolear del funcionario minero de confianza de La Minera, ahí ojeando algunos papeles y contestando el celular con la portátil computadora abierta alertando me gustas y comentarios por el nuevo estado del funcionario “Los pobres del país por fin serán ricos gracias a la explotación del oro”, mientras sonaba persistentemente el teléfono fijo… Descolgó el teléfono, y ¡oh!, ¡sorpresa!, desbordante alegría, lo felicitaba por el Informe el mismo Presidente del Directorio, para que vean quiénes somos los Bermúdez, sí, pues, pero, también, de otro lado, el mismo Presidente lo destacaba a trabajar en Magistral como Jefe de Seguridad Integral, y esto, esto sí que lo catapultó.

Comprendió que era el inicio del fin, luego lo despedirían, por eso entró en angustioso aturdimiento, y recordando se quedó dormido para siempre, muerto, sentado en el retrete.


NO HAY MILAGROS AHORA PORQUE NO ESTAMOS EN OCTUBRE…NO ESTAMOS EN LIMA. Por Walter Elías Álvarez Bocanegra, de Pallasca, Ancash, Perú.

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No hay milagros ahora porque no estamos en octubre…no estamos en Lima.

 

Es una fría tarde de marzo, mes de crudo invierno, llueve y deja de llover, y otra vez llueve, y deja, y llueve. El día no sé ni me importa, sólo sé que durante nueve meses he parido tres páginas de este escrito muy personal y desde luego informal, y no sé si podré seguir pariendo, porque me place sobremanera sumergirme en mis escritos programados, mis novelas, que por pésimas y absurdas que sean alguna vez para los demás, ahora me dan felicidad, y esto es lo que importa para mí, por lo mismo ignoro los comentarios de las gentes que pasan por la calle y se detienen a propósito para comentar burlonamente:

 

¿Está  durmiendo?, ¡ese conch… no trabaja!.

 

¡Ja, ja,ja,…!, ríe mi vecino de confianza, como queriendo dar credibilidad a lo comentado, disimuladamente, para que yo no me dé por enterado.

Bueno, ¡al diablo con todos esos!. Hoy, no hay agua, agua de la llamada potable, felizmente he recogido agua de lluvia. Dicen que la tubería se ha roto, el mismo alboroto de siempre, de todos los días, “sia roto la tubería, sia roto el tubu”, cuando yo niño, solían decir : “sia quebrao la cequia”. ¿Cómo no se va a romper la tubería si la red de agua esta hecha a la diabla?, por eso, apenas llega una persona de talla y peso completos y se pone a pasear por las calles, se resquebrajan los empedrados y las tuberías se rompen de puro susto, ¡claro, cómo no, si las obras están proyectadas y ejecutadas por enanos en toda la extensión de la palabra!.

Seguiremos “chupabarros”, no hay milagros ahora porque no estamos en octubre, y peor aún, no estamos en Lima, sólo castigos en este pueblo lejos de todo periodismo.

Ha dejado de llover y la neblina, ahí afuera, se ha despejado, quería plasmarla tal como la veía, pero, mientras esta Pentium dos se activaba, pasó el momento. Se escucha el ruido del agua discurriendo por la calle, con lo absurdos que son los drenajes de las obras municipales el agua formará un torrentoso río a partir de una cuadra de aquí y arrasará con los sembríos aledaños, ya lo veo como lo he venido viendo. ¿Será tan difícil, para los alcaldes, hacer obras que permitan que el agua de lluvia discurra a los desagües?. ¿Será tan difícil conducir el agua de lluvia hasta quebradas colectoras, de tal manera que los vecinos no salgan perjudicados y los sembríos no resulten arrasados?.

Me gustaría ver a los alcaldes inspeccionando el beneficio de sus obras, obras que obedecen a proyectos técnicamente estúpidos y económicamente embusteros, lejos de la realidad concreta del lugar, proyectos encarpetados por inescrupulosos ingenieros que facilitan se pongan en marcha, indistintamente, ya en Pallasca, ya en Conchucos, ya en Conchamama, ya en Sacaycacha. No sucederá que un alcalde evalué el impacto de sus obras, creo yo, y me gustaría que alguien me demuestre que estoy equivocado. Pero, quién soy para merecer tal demostración, dirán con soberbia actitud, en afán de tapar evidente y vergonzosa irresponsabilidad.

La neblina está hacia allá, del río Tablachaca para la Libertad, en el norte, y por el este, cubriendo el cerro cercano, el Muash, a diez kilómetros en línea recta, talvez; al sur no puedo precisarlo, ahí están todas las casas del Tambo besándose con la neblina, tras de ellas está el barrio de Chaupe, y al oeste no distingo más que la pared de mi cuarto y en ella un perchero fatigado por mis mugrosas prendas de vestir. Están pasando una novela, por América televisión, una mejicana tan tonta como la gente que la ve, mejor apago la tele.

Los gorriones cantan en el árbol de afuera, en el patio, y me hacen sentir que aún vivo. La neblina empieza a tupirse, apenas se divisan las siluetas de las casas al sur, cual fantasmas que se dejan entrever, y al este apenas se ven los árboles de eucalipto, ahí nomás, donde se inicia la quebrada de El Común, y ahí están pastando unos cerdos, a su antojo. Los árboles se agitan irritados por el viento, como queriendo escapar de la tupida, viento y neblina ¡qué miedo!, luego, ¡jua!, los árboles desaparecen, la neblina los sepulta, y luego avanza a mi ventana, ¡desafiante!, talvez piensa en sepultarme igual que a los eucaliptos, y tropieza con el vidrio, favor a tiempo, ¡caramba!, es bueno tener un techo de barro con algo de vidrio, ahora me doy cuenta de su importancia, naturaleza y tecnología en comunión. ¡Vapor!, vapor de agua hirviendo, después de la ventana, puedo ver.

Se escucha un motor por el este, lo puedo escuchar atronador, claro que lo escucho, y ahora la ajetreada bocina, ¡caray!. Se detuvo.

Deseo un cigarrillo, no sé porqué, pero deseo. Talvez sin saber porqué los políticos desean mentir y los ladrones desean robar y las aves volar. Dejo de escribir, llevo el cigarrillo a la boca, ahí se queda. Escribo, me rasco la mano derecha, prendo el cigarrillo y vuelvo a escribir con el cigarro en la boca. Dejo de escribir, cojo el cigarrillo, jalo y boto el humo y otra vez a la boca y a escribir, y aquí me quedo… Y a fumar tranquilamente mientras el motor del vehículo está encendido, a unos sesenta metros talvez, sobre el puquio, ahí hay agua por siempre, no se quiebra ni se rompe desde que me acuerdo. La neblina me ha circundado, sólo alcanzo, apenas, a ver la confusa silueta del árbol del patio. Doy otra jalada de humo y cigarro en boca escribo, y el humo me ciega, ahora comprendo porqué el pueblo es ciego…, mejor termino el cigarrillo con largas jaladas de humo, ¡no más ciegos!, y ahora mis pulmones cómo estarán…, ¡qué tal estupidez el habito de fumar!, ¡qué masoquismo!, en contraposición con el robo y la mentira, ¡qué sadismo!, espero poder dejar de fumar, pero, ya,…dejo de pensar y me retuerzo en ademán cansado.

Sigue sonando el motor y yo tras la cortina de nube que no se decide a partir, por fin veo la primera casa frente a la mía, la de don Tomás Zúñiga, ¡y el motor se apaga!, “¡aguanta, aguanta!”, grita el gentío y se arma la confusión parlanchina. “¡Pon piedra, piedra, carajo!”. Me rasco el mentón, y a las teclas, me rasco la mano y a las teclas, me rasco la mano porque sufrí una picadura de abeja mientras limpiaba una colmena.

La neblina se acerca de nuevo, pienso en el pobre caballo “Recuerdo”, alias “Alcalde”, que está en el corral de mi hermana, nada más que a cuatrocientos metros al este, desde aquí se ve cuando está despejado el ambiente. Mi amigo caballo está flaco, no por falta de comida, por exceso de lluvia y frío, el hombre debe tener un pesebre con techo, se lo merece, pero cuando yo no estoy, ¿quién le pondría bajo techo?, sufriría más aún, es mejor que siga como está. Es que a veces yo me voy, a Lima o Chimbote, y se queda al cuidado de otros. El gato gordo y blanco de mi sobrina ha sido mimado por ella y no sabe defender su alimento frente a los otros, ni buscar los ratones ni las lagartijas en los corrales aledaños como lo hacen sus compañeros, el pobre sufre, lo sé porque su maullido es lastimero, por lo mismo tengo que acogerlo y vigilar que coma solo. Y el camión ese, recién prende el motor, de nuevo, y los gritos del gentío, “¡dale, dale, carajo!”, y pasa frente a la casa. Y escucho otros vehículos más, el sonido es peculiar, son camionetas, las cuatro por cuatro que vienen de las minas de la libertad o de Pasto Bueno, son dos camionetas y más de las cinco de la tarde, no soporto tres carros en línea pasando, no soporto el ruido, ¡a la m…!, tendré que usar tapones. La situación se agrava para mí cuando corren ómnibus, camiones y camionetas, desde la Libertad, desde Pampas y desde Conchucos.

Que el ilustrísimo Alcalde haga un desvió a fin de que en verano los tarados de los conductores que pasan fierro a fondo no nos arrojen tanto polvo, pero, ¡qué lo va hacer!, a la gente le gusta el ruido de las máquinas, a propósito salen a mirarlas y gozan con ello, a propósito suben a los volquetes vacíos y desde la tolva arman una confusión sonora de gritos y silbidos con ronco motor, ¡es el adelanto!, si yo propongo un desvío me consideran antisocial, ¡ya los escucho!.

Y ahora, dónde estará el Alcalde, casi siempre está de viaje y los empleados del municipio en desgobierno total, talvez está viajando, haciendo gestiones importantísimas en beneficio del pueblo, beneficio que yo no alcanzo a percibir, ¿qué harán con tanto dinero?, hay un volquete y un cargador frontal, hacen mayormente servicio comercial para terceros (para quién, pues, sino para los más…), pasan todo el día por la calle de enfrente, el volquete carga leña y arena, y el cargador frontal piedras desde Murahua hasta la plaza y adobes desde el común hasta no sé dónde, como si se tratara de un volquete, ¡tienen uso indebido!, ¿no sería mejor que el cargador frontal estuviera limpiando las carreteras de acceso al pueblo y las lagunas de Chaupincocha y Shulgarape, y, además, las cunetas aledañas al pueblo para que las crecidas del agua de lluvia no malogren los corrales de los vecinos?. ¡Les importa un silvestre ballico!, y si no es así, se puede decir que ignoran lo que se debe hacer en el pueblo.

Los conductores de los vehículos motorizados del Municipio son el colmo del irrespeto, los manejan como si fueran de su propiedad en las circunscripciones de sus chacras, ¡nos atropellan!, son iguales, con escasas excepciones, sucede en todos los Gobiernos Locales de turno, merecen un jalón de orejas, porque los vehículos son nuestros y nuestro el Pueblo; pero, quién podría apoyar abiertamente lo que aquí digo, somos cobardes y murmuramos en pequeños círculos, solamente, y luego corremos con el chisme, ¡y a ver si nos ganamos alguito!, somos arrastraditos, actuamos de acuerdo a conveniencia pecuniaria.

Somos pallasquinitos, antes éramos pallasquinos, y los demás eran: conchucanitos, pampinitos, mollejoncitos. Ahora nos han superado. Es la dialéctica de Marx, ¡pues!, qué dirán mis compatriotas, los rojos institucionalizados, bifurcados a la sazón en demócratas y terroristas, los otrora dirigentes estudiantiles en las Universidades Nacionales, qué estarán haciendo, ¿habrán experimentado un salto dialéctico?, ¿o le habrán dado la razón a don Víctor Raúl Haya o no haya, que solía llamarlos RÁBANOS: rojos por fuera y blancos por dentro?. Estoy seguro que, si se enteran de esto, saltarán aburridamente con sus teorías revisionistas e instituciones internacionales desde la primera hasta la enésima, pasando por la Cuarta Internacional; ¿o talvez dirán que estuvieron equivocados y se han enrumbado, por fin, por el camino correcto?. Sin querer he llegado hasta Rusia, Rusia y no rucia, tan burra como la burra shapra y chueca que tiene un pallasquino y que sólo sirve para parir crías casi shapras y  medio chuecas.

Mejor, mejor vuelvo a casa, sin comunismos ni capitalismos, sin globalizaciones ni libres tratados, en casa hay mucho que decir, mucho que ordenar, ordenar, por ejemplo, ordenar lo que estoy escribiendo, para que alguno de mis parientes que se quedó en tiempo pretérito estúpido perfecto del modo despectivo, no diga que he estudiado por las puras: “Ese conch…escribe guevadas… ¡qué va a ser mi familia!”. De alguna manera mi pariente tiene razón, porque la gramática siempre me resultó, me resulta y me resultará muy difícil, con eso de los tiempos y los modos y la sintaxis y la con taxis, y la semántica y la sé nada, etc, etc,…, muy fácil, facilísimo, me resultó saber que dos más dos es cuatro, y dos por dos es cuatro, y dos al cuadrado, cuatro, cuatro los lados del cuaderno, cuatro los lados del salón, cuatro las patas de la mesa, etc, etc, y uno elevado a cualquier potencia siempre es uno y no puede ser otro, en Pallasca, en Lima o en Zarrapastra, con burro propio o con auto prestado siempre es uno y no puede ser otro…Vuelvo a casa:

¿Qué cosa es un Alcalde, ahora, sino un Cacique a lo moderno, con aires de Condesa, plagado de adulones y titiriteros, y además, con presupuesto fácil de gastar?. Si hay alguien que no lo ha sido, en los últimos tiempos, me arrodillo ante él.

Mejor, prendo la tele para relajarme, el único canal que se puede captar bien aquí en la casa es América TV, ahí está “El chavo del ocho”, más de treinta años lo encuentro en el mismo canal, los mismos episodios, la letanía de la tele, no quiero decir que el programa es malo, al contrario es el mejor programa infantil que he visto, pero me aburre la repetición, por lo mismo me aburre la reelección de las autoridades. Seguro que pronto entrará Raúl Romero, esforzándose con jergas y gestos para salir de lo común, finalmente es su negocio privado, privado por fin, cada uno vive como puede, siempre y cuando no choque con el patrimonio común. Mejor, hasta otro día, mientras, ¡a ver si se despeja la neblina!.

Es otro día, otra tarde, y nuevamente la neblina y la lluvia, y los vehículos motorizados, y faltan tres días para que termine abril, esto parece ser un quiebre en el normal desarrollo del tiempo, no suele llover así por este tiempo. Otra vez no hay agua potable, precisamente ahora que vuelvo a escribir, “la tubería sia roto”, la misma letanía. ¿Cómo no se va a romper la tubería si la red de agua está mal cimentada?, tendré que recoger agua de lluvia. Bueno, pero la razón por la que me he puesto a escribir es para sentirme bien, y nada más.

Son las 7 de la mañana de otro día, del 5 de junio, de éste o del año pasado o del siguiente, me es indiferente, dos años ya que el medio ambiente obedece a similar comportamiento, siete de la mañana del cinco de junio y cero nubes en el amplio cielo azul, es indescriptiblemente hermoso con el sol todavía acariciándose con el Muash, ¡hasta mañana!, parecen decirse. Hoy no hay gente ni vehículos para mí, hoy los ignoro. Me quedaría contemplando todo el día, ¡sólo existiría el cielo y yo!, pero, debo ir a desayunar a la Plaza y comprar pan para los gatos. Voy, disimuladamente mirando al cielo, ingreso al restaurante en la casa del tío Beto Zanelli, me ubico frente al oriente, ahí está el cielo azul, sirven mi pedido, rápidamente doy cuenta de él, pido un sol de pan y, ahora, me voy a casa, disimuladamente mirando al cielo.

Doy de comer a los gatos, ahora debo sentarme en el centro del patio para contemplar el cielo, ahí está la silla desde ayer que estuve lavando…..,ocho de la mañana y el cielo sigue completamente limpio. Nueve de la mañana, igual de limpio. Diez de la mañana, puedo ver por allá por el cerro Guaura que aparecen unas nubes, ¡caramba!, Guaura ha nevado, igual que el otro día y el otro también, y un día lo hizo el Chonta, como cuando yo era niño, burlándose ahora del calentamiento global, ahora el tiempo está queriendo formar nevados, pero, con la tarde se habrá ido la nieve para regresar mañana, ya lo he visto días atrás. ¡Caramba!, por todos los cerros que alcanzo a divisar, al norte y al oriente, y que limitan con el infinito, aparecen nubes, cual humo de escondidas fogatas casi ahogadas. Las ralas nubes que aparecen van formando copos a medida que ascienden, algunas se esparcen, se escarmenan y vuelven a conglomerarse, y así se van desplazando, lentamente, rumbo a la conquista del abierto cielo, pero, son pocas, por supuesto, sencillamente adornan el azul cielo, y el sol está radiante e invita a caminar por los senderos, ¡pero, qué!, no puedo, tengo que fabricar mi almuerzo, ahí voy.

Lo hago saliendo intermitentemente al patio mientras la cocción, cielo azul y escasas nubes ahí arriba, y en la cocina, tallarines llegando a su punto, ahora no con gallina, ahora con enlatado de pescado desmenuzado, igual que lo hacía mi tía Elmita en Chimbote, ingeniándose para cubrir la dieta…,. Ya está, están sabrosos, ¡qué bien!, podré compartirlos con los gatos. Primero yo y luego los gatos. No, primero los gatos y luego yo. No, así no, mejor, todos juntos…,. ¡Cómo lo saborean!…

Salgo al patio, miro al cielo y lo fijo en mí, ingreso a mi cuarto e inicio la lenta Pentium, miro a través de las ventanas mientras se activa. Y, ¡ya está!. Dos de la tarde con diez, y, (“Dos y picos”, dijera don José María, mientras se aprestara a terminar unos zapatos de “Bozcal, para mujer” o de “Impermeable, para varón”). Y ahora, mientras me llegaba la figura de don José María, dos de la tarde con doce, y…, de este mismo 5 de junio. He visto desde el patio, hace un momento, que las esparcidas nubes, más osadas, no han alcanzado perpendicularidad con el punto en el que me he ubicado como vértice de un cono invertido respecto a las nubes, se han quedado a cuarenta y cinco grados, talvez, eso creo; y veo desde aquí, que el Guaura ha perdido toda la nieve formada durante la noche de ayer y la madrugada de hoy, hasta este momento el sol ha girado más de noventa grados hacia el poniente, ¡y volverá mañana!, y yo, sólo yo, ciento veinte grados hacia el ocaso, si es que algo no me quiebra antes de llegar a ciento ochenta,… ¡Y no volveré!…

 

EL ÚLTIMO AFÁN. Por Walter Elías Álvarez Bocanegra, de Pallasca, Ancash, Perú.

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El último afán.

Walter Elías Álvarez Bocanegra.

 

Es ella otra vez, como ayer, como anteayer y como toda la semana, una semana ya, sólo que ayer no tenía esas manguerillas asidas a las narices. Ahí está, pegada al cristal de la ventana, su mirada se dirige al este, hace caso omiso a las celadoras de cama de hospital, luego baja la mirada y observa la vía congestionada de vehículos, la avenida Salaverry en Jesús María. Creyó que ayer saldría del nosocomio, se preparó para salir pero no pudo, su cuerpo no respondía, se desvanecía. Anteayer estuvo mejor y también creyó que saldría de ahí, pero no pudo, su cuerpo se desvanecía menos que ayer y creyó que debería ponerse mejor para salir y por eso espero al día de ayer, y no pudo, y esperó para hoy pero tampoco puede, está peor, y con manguerillas, todo está perdido. Pero saldrá, es su afán, conoce el hospital de memoria, como cualquier jubilado.
Sale de ahí sin manguerillas, caminando en retroceso, inicialmente los pies se le pegan al piso, luego se le van aliviando, va por el pasadizo, el ascensor se abre, se cierra, ella desciende, se abre nuevamente. Ella pasa entre el gentío, todos se apartan, jamás han visto caminar a una mujer de tal manera, sonríe mientras se desplaza por Rebagliati hasta la esquina. El mismo bus que la llevó está estacionado en la avenida Salaverry, justo en la esquina, le resulta difícil subir de espaldas, pero lo logra, su deseo de vivir es más fuerte que la buena voluntad de la buena mujer que quiere llevarla al hospital, una semana ya que la llevaba, entonces la buena mujer iba tranquila, ahora la buena samaritana regresa con pesadumbre porque ella no quiere quedarse en el hospital.
Le resulta muy pesado volver a casa de retroceso, pero la casa es la casa, la casa es la vida y en la casa la muerte es dulce. Y llega a la esquina de la casa, con el bus en retroceso, y ella se baja caminando con la espalda por delante, y a medida que avanza el cuerpo se le sutiliza, va caminando a la gloria, segura que la encontrará. La mujer que le acompaña voltea y la abandona en la misma puerta de la vieja casona, ahora infernalmente convertida en tugurio albergando a mucha gente. Ingresa hasta su habitación en el segundo piso, en el barrio Rimac, al costado del río, muy cerca de Palacio de Gobierno, un puente y una cuadra los aparta, se vuelve y queda frente a frente con la cerradura de la carcomida puerta; penetra la llave, cruje el madero entre telarañas y polvo, flamean las blanquisucias cortinas, y por fin.
Se siente libre y como volando ingresa al dormitorio, se sienta en la cama, chirrían resortes, jala la gaveta del velador y extrae un diario amarillento, su propio diario, lo abre sobre la mesita caoba.
“¡Oh!, diario, tú que sabrás de mí mucho más de lo que yo de ti, guarda todo lo que te entregue que será lo mucho que yo tenga. Porque a tus páginas llegue mi canto y que ellas sequen mi llanto o se llenen de encanto cuando una tenue sonrisa a mi rostro aparezca. Porque tus renglones sean mi cause de amor y aunque muerda el dolor no me aparten de él. Y si alguna vez el destino de mí te arrancare y el insensato a la basura te arrojare, escaparás de ahí porque tienes vida, la vida que yo te entregaré. Nací con efímera primavera una tarde de otoño, no importa de quién pero nací, me sorprendió el invierno y ahora que siento caluroso verano y cumplo 15, te tengo a ti. ¡Te amo! ”. 
Lo ojea, hoja por hoja, entre páginas hay pétalos y flores finamente disecados, se detiene entre páginas, 5 del día 13 del mes 12, ahí una flor de higuera y foto a todo color en el restaurante El Cordano, al costado de Palacio de Gobierno, muchos rostros femeninos alegres sólo el de ella disimuladamente alegre. Tiene 55 años, es un agasajo porque se ha jubilando del empleo, empleo que no quería dejar porque en algo aliviaba su pesar. Ya no es la mujer más bella de Correos y Telégrafos por dentro y por fuera, ya no, sólo por dentro. 
El diario tiene codificados los días de la semana del 1 al 7, no dice lunes, dice 1, no dice domingo, dice 7. Se detiene en el 7 del día 7 del mes 7, es una codificación personalizada, algo fuera de lo común quería hacer cuando niña e hizo un diario de vida cuando cumplió 15. Ahí junto a un pétalo de rosa roja una fotografía carné en habano, la coge delicadamente, sonríe llena de felicidad, y la besa como aquella vez. Es el primer beso que dio aquella tarde, mientras la brisa del río, en el puente Rimac, antes que él partiera rumbo a las minas de la Cerro de Pasco Corporation. Partió en tren, al siguiente día, desde la misma Estación de Desamparados rumbo a su prometedor empleo como geólogo y no volvió jamás, murió por Satipo, Junín, en una juerga de fin de semana, dijo la madre de ella. Fue el primer beso sabor a suspiro limeño, de esos suspiros que ella muy bien sabía preparar, el primer beso que dio y recibió mientras su cuerpo hormigueaba ávida, ella, de caricias y lujuria, porqué no, pero él la apartó porque la quería pura para la noche de bodas. Era el único hombre a quien se entregaría pasara lo que pasara. Pegada a la foto se siente en la gloria.

Era la mujer más bella de Correos y Telégrafos, la más bella del centro de Lima y de todo Lima y más, bella como bello su proceder, aunque empleada nada más, pero al fin empleada para distinguirse de las obreras.
Sigue ojeando las hojas del diario y encuentra a su madre en cuerpo entero y en sepia junto a una flor de cardo, su cuerpo se hace pesado, se resiste a caminar al pasado. No supo bien de su padre, el francés Leclerc de penetrante mirada azul que atrapó a su madre. ¡El gringo Leclere!, el que solía repetir que serrano era sinónimo de sumisión y de atraso, por cuanto no se explicaba el porqué de una raza dueña de incalculable riqueza y que, sin embargo, adormitaba terriblemente pobre y al servicio de sus saqueadores. Murió por borracho, repetía su madre. Leclerc, un experto fundidor de oro en La Oroya que de un día para otro resultó con la piel exfoliándose por los efectos de los reactivos que utilizaba en su rentable oficio, y por eso su madre se alejó de él, mejor dicho, ¡lo alejó!, le causaba repugnancia y vómitos cuando se le acercaba. Soriasis, diagnosticaron los médicos, Leclerc, decepcionado, se suicidó en La Oroya con una solución saturada de whisky y cianuro sin que ella, su hija, lo supiera, ya muerto se lo llevaron a Francia.
Difícilmente su pensamiento llega hasta el joven aquel, su padre, tan apuesto como su prometido el de la foto en habano. Inicia un canto, yaraví, dolorosamente triste, “Se fue mi amante por las montañas…”, ella tiene 18 y él 24, coloca la foto dentro de sus senos, se arrodilla cantando con la mirada fija en la ventana oriental de su sepulcral habitación, “Se fue mi amante por las montañas bajó a Satipo y ahí murió…”. Estruja la foto sepia de su madre, la escupe y la tira por la ventana.
Era la mujer más bella de Correos y Telégrafos, la única hija de la maestra de escuela en la metalurgia La Oroya y del gringo Leclere, vivía en esa casona que compró su padre y la legó íntegramente para ella antes de morir, y desde allí, todas las mañanas caminaba cruzando el puente hasta las oficinas de Correos y Telégrafos al costado de Palacio de Gobierno. La maestra era limeña piel canela de pura cepa, de Barrios Altos, a unas cuadras de la casa de los Prado, era maestra de escuela, pero llevaba el cuello bien estirado para que su mirada no tropezara con las de sus alumnos, y por eso dejó de trabajar luego que se unió de hecho con Leclerc. Después de la muerte de Lecrec la maestra se vio en apuros para seguir viviendo como había vivido, puso la mayoría de las habitaciones de la señorial casa en alquiler, y hasta ella se alquilaría de ser necesario, y fue un oficinista de Palacio de Gobierno, que entonces alquilaba una habitación ahí, que se compadeció de la hija de la maestra y del gringo Leclere y le consiguió un empleo en Correos y Telégrafos. El enamorado de ella era de Huancayo, serrano mal hablado, de qué vale que sea ingeniero, le repetía la madre maestra, serrano apestando a chuño y zapateando huaynos, ¡quí puis vaser tu marío!.
Estruja la foto sepia de su madre, la escupe y la tira por la ventana, “que el diablo la tenga a su lado”. Inicia una danza, mezcla de todas las danzas folklóricas peruanas, y baila hasta quedar exhausta, y canta el penoso yaraví “Corazón en bandolera partió mi amante, se fue mi amante por las montañas, bajó a Satipo, lo acribillaron y ahí murió, y ahí murió y ahí murió…”. ¿No fue la malaria?, no, lo acribillaron a balazos por hablar de revolución. Extenuada por la fatiga cae sobre el velador y el diario se estrella en el piso de madera. Fotos y flores en el piso opaco olor a petróleo, sobresale una foto en sepia pegada a una flor de lirio, la del gringo Leclere con ella muy niña en beso paternal en el patio de la casona junto a la pileta de mármol. Su mente se confunde, le llega intermitente la figura del ogro escamoso a veces rojizo y otras violeta genciana, eso decía su madre, el gringo Leclere era el ogro luego que fue atacado por la soriasis. Entre el ogro y Leclerc aparece su madre obligándola a comer: ¡Come, maldita!, ¿o llamo al ogro?.

La orden le produce vómitos, arroja toda la bazofia a la misma cara de la celadora de hospital, para ella la cara de su madre, la anciana se desploma, cae pesadamente al piso, fuera de la cama de hospital, el cuerpo convulsiona y expira feliz. Es ella, sencillamente ella, la mujer más hermosa por dentro y por fuera.

 

Walter Elías Álvarez Bocanegra

“CRIMEN SIN DELITO”. Por Walter Elías Álvarez Bocanegra, de Pallasca, Ancash, Perú.

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CRIMEN SIN DELITO.

 

Regresó como se fue, caminando, tres días de caminata desde la otra provincia, y se subió al bus en la salida del pueblo arriba del río Tablachaca, iba a entregarse voluntariamente a la justicia en el mismo Penal de Cambio Puente, en el litoral, Timoteo terminaba de cometer, muy a gusto, dos asesinatos más, había logrado lo que quería. Se sentó muy contento en la penúltima fila libre de la derecha del bus, y cuando el vehículo descendía en convergencia con el río su mirada se perdió en la triangulada ladera muy sumido en sus recuerdos.

Por la calcinada ladera las piedrecillas rodaban y las chamanas se estrujaban mientras presurosas se desplazaban las dispersas cabras a reunirse con la manada, el sol se disponía a penetrar en la montaña occidental y por abajo, por el ancho vado del río Tablachaca, apareció un hombre con el pantalón remangado hasta los muslos, Timoteo lo seguía con la mirada fija, sorprendido por aquella humana aparición, esa tarde mientras preparara su merienda por fin podría conversar con aquel hombre, por fin podría alegrarse departiendo con él, así lo deseaba y haría todo lo posible y hasta lo imposible para retenerlo. Rara vez llegaba por ahí humano viviente, rara, muy rara, salvo la dueña cuando tenía que vender alguna partida de ganado, Timoteo pastoreaba las cabras de un una mujer que vivía más arriba, como a quince kilómetros, en un pequeño pueblo andino de antigüedad incalculable.
–¡Hola, amiguito! –saludó Timoteo a la distancia y a todo pulmón a su potencial visitante– por allá amiguito, por esas pitajayas, por ahí viene el camino.
–¡Ahhhhhh! –exclamó el gordiflón en señal de agradecida respuesta.
Mientras lo esperaba, Timoteo recordó aquel día que pasó por ahí por esa cabaña que entonces la habitaba, y pasó hasta la rivera y más abajo aún siguiendo el curso de las aguas con dos compañeros novatos para lavar el oro yaciente en el cauce del río, los experimentados buscadores de oro tenían otro camino, más corto y más inmediato a la carretera, pero los novatos se inquietaron por su brillo en el pueblo de arriba mientras bebían aguardiente en una pulpería, los dos pueblerinos le hablaron de la faena y del precio del metal “Te sacas un gramo diario, cinco veces más de lo que te pagan aquí como peón”, así, convencido del suculento negocio, bajó con sus dos socios rumbo a la rivera con una enorme mochila cada uno, con los molidos, la sal y el azúcar para alimentarse y encima de la mochila la barreta y la lampa, y un pellejo de chivo maduro para retener las minúsculas partículas del metal, bajar por la escarpada pendiente con tremendo cargamento para quince días le produjo vómitos, tantas arcadas que por fin optó por exclamar “¡Me llama el divino!” y se tiró al suelo de largo en largo que sus compañeros tuvieron que compartir su cargamento para poder llegar a la misma rivera mientras Timoteo les contaba una historia de su pacto sostenido con Dios para entretenerlos “El Taitito me ha pedido que no cargue mucho peso y si me descubre cargando como ahora me llamará a su lado para vivir sin hacer nada, y yo todavía no quiero ir porque tengo que hacer algo”. Y apenas llegaron, sobre la marcha empezaron a improvisar el campamento pircando piedras hasta una altura de ochenta centímetros, de ancho hasta las rodillas y de largo lo suficiente para que pudiesen entrar los tres con mochilas y todo, tendieron un plástico como techo y, ¡vivienda arreglada!. Le resultaba muy desagradable recordar todo aquello de esa vez en que sacaron medio gramo por día entre los tres, ahora, como pastor, tenía una pequeña cabaña arriba de la rivera con tarima y fogón incluidos y un perro de compañía, una cabaña que había albergado a muchas generaciones de pastores, tenía la cabaña y la comida aseguradas, molidos, papas y maíz que le entregaba su patrona y que el mismo subía para bajarlos desde el pueblo, aunque ya llevaba meses sin comer carne, no había muerto cabra alguna, y él, tan honrado como era, no sacrificaría una por propia iniciativa .
El caminante salía por el escabroso camino entre cactus y chamanas, de aquí para allá de allá para acá, se aproximaba a la cabaña mientras el perro lo ladraba, Timoteo no quiso recordar más esos días ni esas noches que pasó en la rivera para lavar oro y se concentró en la figura de su potencial visitante que, de dónde vendrá este pequeño amiguito tan gordito como está que difícil le resulta caminar, lo convenceré para que se quede, le daré de comer y se quedará, si pero no, ¿y si es uno de esos terrucos?, ¡me jodí!, ¡hoy me mata!, ¡ay Diosito!, no permitas que así sea, y viene con zapatos, y yo con estos zurcidos y estos llanques desde que llegué, seis meses ya, ¿que traerá envuelto en su poncho como quipe?.
Timoteo llevaba unos llanques tan desgastados que el talón besaba el suelo, el pantalón y chaqueta de lana de carnero artesanales y zurcidos pedían ser cambiados a gritos, sólo había cambiado la camisa de lana por una vieja camisa de dril que su entonces patrona le regaló y que ajustaba dentro del pantalón con una faja de lana de tres metros de largo.
Llegó y Timoteo le extendió la mano presentándole a su perro sin apartar los ojos del quipe, en seguida lo invitó a sentarse en un piedra cerca al fogón.
–¡Anay! –exclamó el visitante mientras se quitaba el quipe para ponerlo a su costado y agregó –con tremendo peso casi que no llego, ¡jajajaja!.
Timoteo, intrigado por lo que había dicho el recién llegado, atizó el fuego y la pequeña olla de barro empezó a cloclear una sopa de molidos con unas papitas peladas a cuchillo y cortadas en pedacitos. El crepúsculo se apagaba y el fuego iluminaba, Timoteo aproximó un tronco de molle hasta el fogón y se sentó, su mirada se dirigió al quipe del forastero mientras éste lo desenvolvía para liberar su poncho dejando al descubierto un paquete envuelto en un costalillo blanco, estirándose manoteó en el bolsillo interno de su chaqueta y extrajo una taleguita de coca cortada y bien compactada para ofrecerle un bolo a Timoteo en muestra de agradecimiento y amistad, Timoteo aceptó muy de buena gana, y luego que el forastero se chantó el poncho empezaron una charla respecto a la coca, que dónde era mejor, que si del Marañón o de Usquil, ¡del Marañón!, del Marañón es la mejor sólo que a veces te venden lavada, ¡después de haber sacao la pasta!, pero se conoce, cuando está lavada la hoja pierde su color y sabor, en cambio cuando no está lavada es verdecita media amarillita, qué rica, bien rica, amiguito, ¡sí, mi amigo!, así es pue sino dígame cómo está la que ley invitao, ¡buena amiguito!, muy buena, paque es pue.
–A propósito amiguito, yo me llamo Timoteo Masa, Timoteo Masa Rueda, ¿y usted?, amiguito.
–Yo Pablo, Pablo Centurión, pero de apellido no de cintura.
Y Pablo y Timoteo siguieron charlando de la coca, de la cal, de las catipadas para adivinar la suerte, pero a Timoteo no se le iban los ojos de encima del quipe de Pablo.
–¿Qué llevas en el quipe, amiguito?.
–Más coca, ¡jajajajajaja!.
–A ver, quiero mirala.
–Mañana, ahora ya está de noche.
Y claro que se estaba haciendo noche, las cabras madres se acomodaban en el redil llamando a sus crías, mientras los machos se disputaban los emplazamientos más atractivos, y el perro Motoso ahí, afuera del redil, no cesaba de darle vueltas mientras ladraba, y de cuando en cuando se posaba sobre sus ancas para aullar.
Timoteo colgó la geta en muestra de descontento sin dejar de ser solidario.
–A comer algo, amiguito –dijo Timoteo, casi ordenando y bajando los platos desde un pendiente tabladillo de delgados maderos atrincados con cabuyas.
Meneó la olla con el negruzco cucharón de palo y empezó a servir el primer plato para Pablo, el segundo para el perro y el tercero para él. Pablo lo recibió de muy buena gana.
–Gracias, amigo, pero no te molestes, ¿qué he dicho que no te ha gustao?.
–Nada, sólo que no me quieres enseñar lo que tienes en tu quipe.
–¡Coca!, ya te dije, mañana te daré un poco, ahora sólo quiero dormir en este corredorcito.
Timoteo, se puso triste y rabioso a la vez, su curiosidad por saber lo que había en el quipe quedó frustrada, la posibilidad de que fuera coca lo que contenía el quipe le llenaba de felicidad y sonreía al imaginarla porque la ración se le agrandaría y no tendría que mezclar lo poco que le quedaba con hojas de chamana, pero, y qué si no era coca, sólo de pensarlo su rostro se degradaba. Esa noche no dormiría, se conocía demasiado, tuvo miedo de aquel pequeño gordiflón chacotero, tuvo miedo, claro que sí, y ahora ¿dónde dormiría su visitante?, ni modo que en la tarima junto a él, ¿dónde tendería la gruesa carona para el amigo?, en el suelo, claro, dónde más, no había otra tarima sólo una en la que él dormía sobre dos gruesas caronas apuntaladas, ahora prescindiría de una para ofrecerla a Pablo, en el suelo, pero, ¿dentro o fuera de la cabaña?, afuera mejor y yo me tranco muy bien con la barreta, y si empuja la puerta, ¡me jodí!, mejor que se duerma el en suelo y junto a mi tarima, mejor en el suelo y lejos de mí. Timoteo estaba super confundido que no había captado el deseo de su visitante por quedarse en el corredorcito, y terminó tendiendo la carona afuera, bajo el pequeño techo saliente de barro de la cabaña y aturdidamente la terminó de tender a eso de las nueve de la noche cuando la luna aparecía por el oriente e ingresaba su luminosidad por la ventanita hasta la cabecera de la tarima. Tendió la carona afuera y le entregó una frazada raída, le dio las buenas noches y después de trancarse con la barreta se acostó, y le asaltaron los recuerdos del primer día en el pueblo de arriba, zozobrado, escondiéndose de los policías, buscando trabajo a cambio de comida, llegó desde allá, desde las alturas de Chingalpo en la otra provincia arriba del río Marañón, tres días después que le dio una tremenda pateadura a su mujer dejándola semimuerta, muerta para él, ¡eso creía!, en la chocita de la puna donde vivía, donde sobrevivía pastoreando el ganado del mejor comerciante del pueblo, así fue, pues, su mujer era joven y hermosa y por eso con rabia la pegó hasta matarla, pero no la mató, la dejó tirada, abandonó la choza y se quedó en la choza abandonada de más arriba para vigilarla desde ahí hasta que llegara el comerciante con las vituallas para la quincena, y sucedió que el comerciante llegó aquel día con su mujer y sus dos hijos y encontró a la mujer de Timoteo recuperándose de la pateadura, la sacaron caminando de la choza y la subieron sobre la mula del comerciante ante la incrédula mirada de Timoteo que no le quedó otra salida que huir, y a su mujer la llevaron hasta el precario hospital del pueblo donde rápidamente se recuperó y declaró que los terrucos se llevaron a Timoteo porque era de ellos y a ella lo masacraron mientras la culpaban de traicionar a su marido con el dueño del ganado, cuento que todos los que la escucharon se lo tragaron completito.
Acostado sobre la tarima se quedó recordando el incidente de la puna hasta la madrugada, tan concentrado en sus recuerdos que los desesperados ladridos de Motoso a eso de la media noche pasaron desapercibidos por él, entonces ya de madrugada lo asaltó la idea de que el hombre que dormía afuera podría estar tramando ingresar a la cabaña para matarlo, no podía permitirse morir entonces, tenía que vivir, aún tenía que vivir porque aún no había logrado su objetivo, no aceptaba eso de morir para que otros vivieran, quería su parte en este mundo, y lo lograría, esa noche quería estar seguro de que el visitante no era un terruco que lo mataría, él sabía que los terrucos mataban y asunto arreglado, no le preocupaba el porqué ni el para qué, sólo le preocupaba el qué hacer y el porqué en caso de que quisieran matarlo. Y como tenía que seguir viviendo salió cuchillo en mano para asegurarse de que así sería, abrió la puerta sigilosamente, el visitante roncaba plácido, completamente dormido por el cansancio, con el misterioso quipe de cabecera, Timoteo se inclinó para jalar el quipe en el que posiblemente se encontraría el arma homicida, y al jalarlo ¡el durmiente se puso de pie de un salto para sujetar su paquete!, Timoteo le clavó una estocada en el abdomen y con ambas manos en el cuello dio cuenta de aquel hombre que terminó cayendo pesadamente en el suelo y Timoteo encima de él. Se aseguró de que su indefenso contrincante estuviera bien muerdo y lo arrastró hasta un rincón de la cabaña, volvió por el quipe y lo colocó junto al cadáver, trancó la puerta con la barreta y se quedó regocijadamente dormido.
Las cabras abandonaron el redil a eso de las nueve de la mañana y Timoteo empezó a estirase y a dar gracias a Dios por el nuevo día. Dirigió la mirada al cadáver, y
–¡Buenos días amiguito!, eso te pasa por querer matarme.
Se levantó y lo primero que izo fue examinar el quipe del difunto, lo encontró, efectivamente con coca y dentro de ella un fajo con muchos billetes de todas las denominaciones, pero, además un paquete de un kilo de pasta básica de cocaína. No sabía cuántos ni de cuánto, pero sí sabía que eran billetes, sus ojos se desorbitaron al contemplarlos y su mente empezó a cautelarlos, y los ató en viejas bolsas plásticas para enterrarlos en una esquina exterior de la cabaña. Cogió el cuchillo y en una de las piedras del fogón lo frotó repetidas veces hasta entregarle un buen filo cortante e inmediatamente empezó a quitarle las ropas al difunto para seccionarlo, y un crucifijo de oro en cadena del mismo metal asido al cuello del infortunado llamó su atención y se detuvo en su empeño examinándolo minuciosamente, no había visto uno semejante, qué lo iba a ver si nunca conoció una esvástica, sin embargo ahí se quedó petrificado y luego se persignó para continuar con su tarea, delicadamente quitó el crucifijo y se colocó al cuello. El bolsillo derecho de la chaqueta llamó su atención por lo pesado del contenido, manoteó dentro de él y extrajo un revólver 38 de rutilante cacha en la que se enmarcaba en alto relieve una S en forma de ángel cruzada sobre otra en forma de serpiente, sin duda una esvástica ¿oro?, Timoteo quedó paralizado, jamás había visto oro semejante, y cuando volvió en sí siguió buscando en los bolsillos de la chaqueta, en el izquierdo encontró una potente linterna de mano, y en el interno un estuche de cuerdo con documentos personales que él ignoraba por no saber leer. Escondió el revolver envuelto con el crucifijo en una abertura de la pared externa de la cabaña y lo tapó con barro y piedra, entonces se justificó de razón, ese hombre tenía el arma y quería matarlo, ese muerto que no era tan gordo ni tan pequeño como cuando estaba vivo porque lo desinfló con el cuchillo y se estiró mientras moría. Y no obstante haberse justificado de razón se armó la confusión dentro de sí. Pero qué importaba eso, él estaba vivo y el otro muerto eso era lo importante, y lo más importante para él, entonces, era desaparecer el cuerpo del delito, que si lo encontraban los otros terrucos lo destrozarían a balazos, y procedió a descuartizar al difunto. Extrajo las vísceras y las cargó en un saco juntamente con la pasta básica y el estuche de documentos hasta el río, dónde tranquilamente las lavó y arrojó el kilo de pasta y el estuche en la parte más estrecha y alejada del torrente, regresó y extendió las vísceras en un cordel de cabuya instalado afuera de la cabaña. Luego fue sacando uno a uno los miembros hasta el batan donde hábilmente los fileteaba para secarlos en el tendedero, finalmente, la cabeza entera la colocó en una gran olla de barro para cocinarla, a eso de las dos de la tarde se desayunaba junto con su perro con el suculento caldo de cabeza humana, luego puso la cabeza sobre el batán y de ella extrajo los ojos y la lengua y se los comió, cogió el machete y de un certero golpe abrió la cabeza en dos y lo entregó al perro para que se lo comiera, el perro devoró los sesos y se llevó el cráneo abriéndose paso entre los matorrales. En seguida llenó en la misma olla las manos y pies del cadáver y atizó el fuego con unos leños de molle, a eso de las seis de la tarde y después de echar de menos las cabras en el redil cogió la coca del difunto y se puso a rumiarlas hasta la media noche, hora en la que tomó su caldo de manos y pies y se acostó. Al siguiente día, después de entregar un gran hueso a Motoso, mientras se echaba la armada cocinaba los filetes más apetecibles del muerto, y cuando la olla empezó a hervir se desnudó por completo, cogió con la mano derecha el cucharón de palo y con la otra el cuchillo y empezó a interpretar su propia danza de agradecimiento por lo vivido emitiendo guturales sonidos infernales, de cuando en cuando se dirigía a la olla e introducía el cuchillo para probar la cocción de la carne y como el difunto no pasaba de los cuarenta no tuvo que esperar mucho para saborear completamente aquello, y se engulló los hervidos músculos voraz y desesperadamente como si fuera la última vez que lo hacía, y barriga llena se tendió panza arriba bajo la sombra de un molle y se quedó dormido hasta el crepúsculo.
Una semana después, cuando el sol calentaba desde el mismo centro del cielo, llegó Serafín Puntiagudo, el eterno policía del pueblo, hasta la cabaña, y al ver unas provocativas cecinas en el tendedero le pidió a Timoteo que le asara esas carnes precocidas por el sereno y el sol, y las degustó.
–¿Tienes plata que me prestes? –preguntó el policía.
–Dionde pue taitito, ¡dionde! –respondió Timoteo.
–Se ha perdido un comerciante –comentó el policía mientras saboreaba la carne azada.
–Yo he comido amiguito.
–JAJAJAJA! –carcajeó el policía– sólo un loco comería carne humana.
–Enton, somos dos.
El policía respondió con otra carcajada y se encaminó a buscar venados, mató uno en aquel atardecer, y cuando cayó el venado Timoteo llegó corriendo hasta el animal, lo tomó por el cuello, lo abrazó y lloró desconsoladamente, mientras el policía festejaba su presa entre risas y anécdotas de cacería, Timoteo lloró hasta la última lágrima y de un brinco se paró y clavó su mirada en el orgulloso policía para decirle:
–Yo, Timoteo Masa Rueda, te condeno al fuego eterno por matar a este pobre amigo que nada te ha pedido, hoy dime, ¿qué tea quitao este pobre animal, mal nacido?.
El policía encañonó a Timoteo y Timoteo se arrodillo ante él.
–¡No me mates por favor! –clamó el humillado.
–No te mato si cargas el animal hasta el pueblo.
–Así será, patroncito, mandiste nomá.
Esa noche, el policía, después de esposar a Timoteo por miedo a ser atacado, se quedó junto a su presa en la tarima de Timoteo y éste afuera de la cabaña, y al siguiente día llegó hasta el pueblo de arriba con Timoteo venado al hombro, y mientras tanto llegaban por la cabaña dos familiares del desaparecido y al encontrar la linterna de mano en la ventanita de la vivienda rompieron el endeble candado y buscaron dentro del cuartito, en un rincón encontraron los zapatos y la ropa del difunto y con la evidencia se encaminaron hasta el pueblo, Timoteo ya bajaba de regreso y tropezó con ellos, y después de charlas y preguntas Timoteo aseguró haber comido al dueño de esas prendas de vestir. Al siguiente día los dos familiares más dos policías llegaron hasta la cabaña y apresaron a Timoteo, le pusieron esposas y lo ataron y encima lo arriaron a golpes. Y luego del atestado policial lo cargaron en el asiento posterior de la camioneta para ponerlo a disposición del Juez, era la primera vez que subía a un vehículo , apenas avanzaron un kilómetro y empezó a vomitar, asqueados por el incidente los policías esposaron a Timoteo en la barandilla de la tolva de la camioneta, y llegó hasta el Penal envuelto en su propia bazofia sin contemplación alguna. El caso se ventiló en la Corte Superior y el Fiscal se dirigió al reo.
–Este hombre que ven aquí, aparentemente inocente, mató con premeditación ventaja y alevosía al comerciante Antonio Aguilar Sarmiento y se ensaño fileteando el cadáver para luego comérselo.
–No soy inocente, ¡yo lo maté pero con un cuchillo, no con lo que usted dice!, además no se llamaba Antonio Aguilar, se llamaba Pablo Centurión.
–¿Cómo era Pablo Centurión?.
–Vivo era bromista, pequeño y gordiflón. Muerto, era serio, estirao y desinflao.
–¿Porqué lo mataste?.
–Porque me iba a matar.
–¿Porqué te iba a matar?.
–¿Porque tanto me pregunta si ya dije que lo maté o quiere que diga que no lo maté?.
–Lo mataste y luego lo comiste, ¿porqué?.
–Lo maté y lo comimos porque teníamos hambre, los tres, yo, el perro y el policía.
–¿porqué crees que te iba a matar?.
–Porque tenía el arma como esas que andan los policías en su cintura, sólo que ésta era de oro, yo escondí el arma en un hueco de la casita.

Penal de Cambio de Puente

Qué difícil resultó resolver aquel caso. El homicida confesó el crimen con lujo de detalles, se hizo la reconstrucción, tal y como, Timoteo quitó la piedra para extraer el revolver y crucifijo, pero habían desaparecido, el caso se tuvo que archivar por falta de pruebas. Timoteo salió libre por exceso de carcelería después de muchas sesiones, preguntas y repreguntas, durante siete años. Lo que parecía un caso simple se complicó, las investigaciones pusieron al descubierto que el desaparecido era un comerciante intermediario de pasta básica de cocaína que recién había salido del Penal de Cambio Puente con libertad condicional, que había tomado el bus en el terminal terrestre del litoral rumbo a la sierra para comprar ganado, y que se había bajado en una estación en las estribaciones de la sierra, justamente en una casita al borde de la carretera arriba del río Tablachaca y a eso de las nueve de la noche del martes 13 de diciembre, por lo tanto tenía que haber descendido hasta la cabaña de Timoteo en horas de la noche, contradictoriamente Timoteo afirmaba que el hombre que mató había ascendido hasta su cabaña después de cruzar el río en horas de la tarde de un día que no sabía reconocer que día era, y lo había matado a la luz de la luna y en la madrugada del siguiente día “era de madrugada porque Motoso temblaba de frío”. Se concluyó que el desaparecido había planeado su propia desaparición para huir de la justicia cambiando de identidad y posiblemente de nacionalidad, resultando acusados de asociación ilícita para delinquir los dos familiares del desaparecido, ¿y cómo no así, si el muerto había desaparecido por completo salvo sus prendas de vestir?. Perro y amo tuvieron una semana de comilona a todo dar, las últimas cecinas se las había comido el policía, y el perro enterró los huesos por allá, por donde ningún humano se atrevía a llegar por temor a ser sepultado, allá en el terreno mullido, atormentado y deleznable del borde de la quebrada, para roerlos después, cuando el hambre lo exigía, y después ni el mismo los encontró. No había modo de tipificar el delito del espeluznante crimen confesado por Timoteo como tampoco había modo de justificar el delito de asociación para delinquir.
Para Timoteo la vida en el penal era más atractiva que todos los días de su anterior existencia, no saldría de ahí ni por san puta, volvería a matar ahí mismo y delante de muchos testigos para quedarse, ahí dejó los llanques por los zapatos, el sombrero por la cachucha, los pantalones y chaquetas de lana por los de estilo vaquero, la faja por el cinturón y la nada por el calzoncillo, ahí pudo diferenciar billetes naciones y extranjeros, auténticos y falsos, ahí por primera vez la radio y televisión, la luz eléctrica y el agua en cañería, pero tenía algo más importante que hacer, más importante que la buena vida que llevaba en el penal y se perfeccionó en el uso del puñal. La buena conducta que observó en el Penal le venía por naturaleza, seguía siendo simplemente el hombre que no sabía que era bueno ni que era malo para los demás, pero sí sabía que era bueno para él, y para él lo mejor que tuvo fue su hijo, su hijo de ocho años.
Así que por el hijo quería regresar hasta la puna dónde había quedado su mujer, y regresó, pasó por la rivera del Tablachaca y en un descuido del nuevo pastor desenterró el dinero y lo camufló entre sus ropas, se encaminó hasta la puna, tomó todas las precauciones y empezó a vigilarla mientras el viento silbaba entre las pajillas, esta vez no fallaría, los sorprendería, esperó pacientemente y llegó el comerciante, pasó hasta la choza con la remeza y las golosinas de la hembra, Timoteo se fue acercando, los quejidos de la hembra traspasaban la muralla tejida con piedras y champas, ¡irrumpió el vengador!, le clavó una puñalada en la espalda al jadeante y a ella una en el pecho, y el se echó encima de los dos con las manos apretando el cuello de la mujer, cuando los cuerpos empezaron a enfriarse se sentó sobre el cuyero y se echó la armada, miró hacia arriba a las enmarañadas pajillas del techo, escarbó con su mano derecha y extrajo la pequeña botella de cocacola, la bebida preferida de su hijo de ocho años, el comerciante siempre le llevaba una de regalo para que atisbara circundando la laguna y volviera con la noticia de que si había o no truchas y en que parte, mientras Timoteo pastoreaba el ganado a medio kilómetro arriba de la choza, tan pronto el niño volvía hasta la choza con la noticia tan pronto regresaba en compañía del comerciante hasta la laguna y los dos se ponían a pescar en los lugares que el niño indicaba, y así se pasaban un gran día sellándolo con unas truchas fritas a eso de las cuatro de la tarde, y había truchas por montones. Un día el pequeño hizo el recorrido en menor tiempo que el previsto, y al regresar a la choza encontró a su madre quejándose debajo del comerciante, el niño pateó los tobillos del jadeante y lo amenazó con hacerlo saber a su padre, y la madre sentenció.
–Si lo haces el patrón no te traerá más cocacolas.
El niño calló, y agregó.
–Pero no vuelvas a pegarle a mi mama.
–El patrón dice que te traerá dos cocacolas –agregó la madre
–Eso –dijo el patrón– una la tomas mientras caminas por el entorno de la laguna, no vayas corriendo porque las truchas se pueden asustar, y la otra la tomas después, cuando tu quieras.
Y así fue, la siguiente quincena el patrón llegó con dos cocacolas más una bolsa de caramelos que el niño festejó con incesantes elogios al patrón.
–Esta botella te la tomas hoy –dijo el patrón– y esta otra con los caramelos guárdalos para después.
El comerciante repitió su jarana amorosa y se marchó sin esperar al niño para salir de pesca.
El niño se puso muy triste, esa tarde no compartiría con el patrón los chocolates rellenos mientras pescaban, esa tarde no habría truchas fritas, pero, luego sonrío porque tenía otra cocacola y una bolsa de caramelos para disfrutarlos, y sin pensarlo dos veces el niño empezó chupando los caramelos y luego rumiándolos, y antes que llegara Timoteo, su padre, destapó la pequeña cocacola y se tomó buena parte de ella para luego esconderla bajo su cama, y tan pronto la escondió empezó a gritar como loco, que sus gritos estremecían las montañas, la madre se quedó petrificada, Timoteo llegó para atender al pequeño, pero entonces espumaba y tenía el cutis morado, ¡y se moría!. Al siguiente día Timoteo encontró la botella bajo la cama del niño junto a media bolsa de caramelos, la olfateó, era repugnante, tenía el olor del insecticida que usaban para combatir las garrapatas de las ovejas, cautelosamente escondió la botella entre el enmarañado de pajas del techo, y ahora la sujetaba, la destapó, abrió la boca de la mujer y la llenó con el líquido, luego se dirigió a la cama que antes era de su hijo y ahora de otro niño, y extrajo otra cocacola, la destapó, la olió, y, ¡estaba envenenada!, la vació completamente en la boca de la mujer y salió corriendo al encuentro del niño aquel otro hijo de la mujer, lo encontró volteando la laguna, le entregó siete cocacolas que llevaba en su mochila y se encaminó rumbo a la tumba de su hijo sin prisas ni nada, después se entregaría a la justicia en el mismo Penal, llevándose con él las caricias de su hijo que eran como la suave y limpia brisa de la puna susurrándole al oído. Quitó una a una las piedras de la camuflada entrada a la cueva y destapó la tumba de su hijo, cuidadosamente fue quitando la cal, capa por capa, separando y sacudiendo las ropitas y los ponchos, por fin había terminado, ahí la momia sonriente, ahí la cabeza y patas de la oveja completamente secas, con mucho cuidado levantó entre sus brazos a la momia y la apretó en su pechó con la cabeza pegada a su oído, lloró mientras la tenía y con ella en abrazos se acostó junto a la tumba y se quedó dormido hasta el siguiente día. Cuando las guachuas surcaban la laguna y los cielos las avecillas festejando los primeros rayos de sol, vistió al deshidratado cuerpo de su hijo con las ropillas para luego envolverlo con los ponchos y finalmente apretujarlos con la faja, sacudió el pellejo y retiró la base de cal, esparció hojas de coca en la base de la tumba y sobre ellas extendió el pellejo, sobre el pellejo colocó con sutileza la pequeña momia, a su costado derecho colocó la cabeza y patas secas de la oveja. De su mochila extrajo chocolates, una cocacola y otras golosinas, y las colocó a la izquierda de la momia, habló entre sus narices por media hora y comenzó a sellar la tumba, cuando terminó de sellarla tapó camufladamente la entrada de la cueva y se marchó rumbo al Penal de cambio Puente, sonreía porque el penal le había dado una vida mucho mejor que aquella que llevaba en la puna, mucho mejor que aquella que llevaba en la rivera del Tablachaca, y lloraba, sonreía y lloraba, lloraba porque se alejaba de su hijo, quién podría entenderlo, era un hombre tan distinto, tan diferente a todos, tan sabio como idiota, tan loco como cuerdo, era todo y era nada, y no obstante preferir las fáciles migajas de la esclavitud al difícil pan de la libertad, era él.
Durante el trayecto en el bus, Timoteo seguía sumergido en sus recuerdos, sintió mucha rabia en aquel momento en que descubrió la pequeña cocacola envenenada que dio cuenta de la vida de su inocente hijo, entonces cogió el cuchillo para victimar a su mujer, pero, ahí estaba su hijo, y aunque ya muerto, ¿porqué tendría que presenciar aquella venganza?. Cubrió cuidadosamente al pequeño y esperó el nuevo día, con el cuchillo aquél degolló a la mejor oveja de la manada, era la primera vez que por iniciativa propia degollaba una oveja del patrón, la pishtó y en el pellejo fresco cuidadosamente extendido depositó una pierna de la oveja, y junto a ella la cabeza y las cuatro patitas del animal, las envolvió y, ¡y acomodó su quipe personal!, con el talego de coca bien compacto, el más grande, el de las largas caminatas, y al costado de todo acomodó al pequeño niño envuelto, muy cuidadosamente, con una colorida faja de lana de tres metros. Cargó el burro del patrón con la barreta y la lampa, la olla y los molidos, un par de ponchos muy raídos y encima de todo, lo envuelto en el pellejo, y marchó hacia arriba con el viento silbando entre los ichos, hasta lo más alto de la caliza montaña y se hospedó en una cueva. Al siguiente día bajó algunos metros hasta una depresión por la que fluía un hilo de agua y con la lampa construyó un pequeño pozo, al costado de éste amontonó muchas piedras caliza para construir con ellas un cono truncado con una pequeña abertura pegada al suelo, y lo rellenó con carcas de vaca, tantas como el relleno lo pedía, que tuvo que recorrer centenares de metros a la redonda para conseguirlas, las prendió fuego cuando el sol se ocultaba y se sentó para echarse un bolo mientras cocinaba su única comida del día con la pierna de la oveja, después de comer al calor de la hoguera se quedó dormido. Los primeros rayos de sol abrigaban las faldas orientales del cerro y curiosas viscachas retornaban a sus madrigueras, la tarea de Timoteo aún no concluía, se incorporó estirándose, miró las calcinadas y blanquecinas piedras y después de evacuar las cenizas por la pequeña abertura de la base, cogió la olla, la llenó con agua y la esparció sobre las piedras, y repitió la acción hasta quedar complacido . Subió hasta la cueva y en ella excavó una tumba, la encofró con selectas piedras, en la base depositó una capa de cal que cargó desde su improvisado horno, sobre ella colocó el pellejo de oveja y al costado la cabeza y las cuatro patas y en seguida extendió otra capa de cal, esparció hojas de coca sobre aquella capa, extendió uno de los ponchos sobre ella, y sobre él depositó el cuerpo desnudo de su pequeño hijo, sobre el cuerpo sus ropitas y la faja, y sobre todo extendió el otro poncho, se echó la armada y a manera de conversación reprodujo la vida del pequeño, desde que nació, ¡qué, desde que nació!, desde antes, desde que tu mama resultó preñada, tenía muchos antojos, pedía muchas golosinas, muchas cocacolas, y por eso te gustaban tanto, yo no tenía para comprarlas pero ahí estaba el patrón, tenía una gran tienda en el pueblo, llegaba quincenalmente a la choza y le contamos de esos antojos, ¡él nos traía, pue!, religiosamente como buen cristiano, ¡y naciste!, gracias a él en el hospital del pueblo entre camas muy blancas que olían a patrón, así poco a poco se fue adueñando de tu mama y de ti, yo nunca tuve dinero, un día te cogí en mis brazos y a ella le pedí que me siguiera, pero no, no me siguió se fue hasta el pueblo y me denunció, aquí pasé una semana contigo hasta que llegó tu mama con el patrón y dos policías, a mi me llevaron para encerrarme, me dijeron que de ese cuarto no me sacarían nunca. Quiero estar junto a mí hijo, les dije, entonces machucaron mi dedo sobre un papel y me dijeron: “Regresa con tu mujer y tu hijo y no vuelvas a escaparte con el niño porque si lo haces te matamos”.
Timoteo empezó a llorar al evocar aquello, en ahogado llanto, quería gritar pero no podía, empezó a lanzar maldiciones entrecortadas, esa quincena, después del funeral se vengaría, se nutrió con esa idea y continuó con el funeral depositando una última y gruesa capa de cal, selló la tumba con anchas piedras, sobre ellas echó tierra, y piedras, y tierra hasta anular la pequeña cueva, y entonces ya, y ahora listo para vengarse, primero ella y después él, pero él llegó acompañado por su familia, y ella no murió aquella vez, pero ahora sí, ¡y los dos!. Su rostro sonrío mientras el chofer del bus accionaba la bocina. Los dejó bien muertos sobre la cama, pero otro niño tenía la sinvergüenza y otro marido para cuidar las ovejas del patrón, ¿será del nuevo pastor o del comerciante ese?, no importa, lo importante es que el niño vive, tiene que vivir porque es niño, los que podrían matarlo ya están bien muertos, ya sé, culparán al nuevo pastor la muerte de los sinvergüenzas, pero para eso estoy vivo, confesaré todo, y ese infortunado hombre que ocupó mi lugar podrá ser feliz junto a ese alegre niño tan alegre y conversador como mi Timotito, corriendo por la vuelta de la laguna con esa cocacola en la mano, hubiera sido el último día de su vida si yo no llegaba, pobre niño, le di las siete botellas de las ocho que llevaba para la tumba de mi hijo, una por cada añito que tenía. Y le dio al pequeño las siete botellas mientras el hombre que pastoreaba el ganado estaba arriba, observando todo, con un cuchillo en la mano y detrás de esa misma piedra que antes observaba Timoteo, sudando frío y lleno de rabia por la impotencia de su pobreza. El bus se detuvo bruscamente luego de la bocina y con el motor en neutro el chofer aceleró escandalosamente, conforme acostumbraba hacerlo frente a esa casita al filo de la carretera donde siempre se estacionaba un momento, la casita aquella en la que una agraciada mujer expendía lo más indispensable para comer y apagar la sed. Timoteo habló protestando por aquella maniobra:
–¡La putasumadre! –así dijo, por primera vez, se lo había aprendido en el penal.
–¡Mí tío cocacolas! –se escuchó a todo pulmón la voz de un niño.
Timoteo tropezó con la mirada de ese niño tan alegre y conversador como su Timotito, iba en el mismo bus junto a su padre, el pastor aquel que ocupó el lugar de Timoteo y ahora se marchaba a la costa en busca de un nuevo empleo, y como si previamente se hubiesen puesto de acuerdo los tres bajaron del bus por un momento. ¡Y ahí estaba él con el celular pegado a la oreja!, con la camisa deliberadamente desabotonada para que se notara el imponente y peculiar crucifijo de oro, y además el rutilante revólver en su cintura con las SS del clan, claro que era él, ¡es Pablo!, pensó Timoteo, ¡no puede ser!, ¿estoy o estuve soñando?, pero, no era sueño, era Pablo Centurión el chacotero gordiflón, ahora elegantemente vestido, que había estacionado su tremenda camioneta en aquella estación para depositar un paquete, y luego que lo hizo reconoció a Timoteo y nerviosamente eludió su mirada para subir a su camioneta y arrancar.
– ¡Mujer venga la muerte de su hijo seduciendo a su victimario patrón! –exclamó el escandaloso chofer del bus leyendo en muy alta voz un diario que le acababa de entregar la mujer de esa casita –le clava el puñal por la espalda mientras lo tiene encima, luego ella se clava otro y para asegurase traga veneno con cocacola, la heroína venga de esta manera la muerte de su pequeño hijo que ocho años atrás fue envenenado por su patrón. A una semana del incidente las madres de todo el país se han convocado en la Plaza Mayor de Lima para pedir al Gobierno se declare madre heroica de todas las madres a Timorata Ponte Piccho y se erija un monumento en su memoria….

El bus reinició el descenso y Timoteo, muy ensimismado, tratando de ignorar esa noticia y con la mirada perdida en la triangulada ladera, recordaba su primer crimen, el paquete con la pasta y los billetes, el revólver, el crucifijo y la potente linterna, y aquel hombre que maté no era tan pequeño ni tan gordo como éste, era estirado y desinflado, pero con buena ropa como éste, y éste llevaba entonces ropa de pobre, ¿pero qué pudo haber pasado aquella noche si yo no estaba dormido y él sí?.

EL COLIBRÍ NOCTURNO, por Walter Elías Álvarez Bocanegra.

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El colibrí nocturno


Walter Elías Álvarez Bocanegra

Después de casi un siglo de espera, por dos generaciones, he podido comprobar que existe el colibrí nocturno, fue a eso de las ocho de la noche del seis de enero de este año dos mil doce que lo pude ver, me quedé inmóvil y maravillado contemplando aquella aparición, mientras revoloteaba picó con tranquilidad las tres flores del cactus que se ubica a dos metros y medio frente a mi ventana y cuando hubo cumplido su objetivo continuó su vuelo surcando los aires de la noche, era noche de invierno, noche oscura y nublada, y llegaba hasta mi la penumbra de la bombilla de alumbrado público que se ubica a veintiún metros de mi ventana, entre la bombilla y mi ventana se encuentra el orgulloso cactus que por fin me entregó la maravillosa aparición, era, es el más grande de los colibríes que he visto en toda mi vida y el único que he visto revoloteando y picando flores por la noche, es del tamaño de un zorzal y a juzgar por el tamaño y forma de la flor de su preferencia su pico puede medir entre diez y quince centímetros de largo, tiene el plumaje opaco, pero ¿quién podría distinguir el color de un plumaje en una noche oscura a través de la penumbra de una bombilla distante de alumbrado público?, claro que, por ahí, más distantes, hay otras bombillas que iluminan las calles del pueblo, pero ni aún así se podría distinguir el color de un pajarillo.

Era noche oscura, como esta noche veinticinco de enero en que por fin me animo a narrar lo visto después de averiguar sobre la existencia del picaflor nocturno, ¡y no hay nada sobre esto!, y por lo mismo nadie creerá lo que escribo, felizmente estamos en el siglo veintiuno, la tecnología ha puesto modernos equipos al servicio de los investigadores y, si alguien se interesa, pronto se hará galardonado descubridor del colibrí nocturno porque podrá documentar la evidencia con filmaciones sonidos y fotografías y hasta un ejemplar vivito y volando de esta especie, como aquel recompensado que descubrió lo que los aborígenes ya conocían sólo que no se permitían saquear, mejor dicho como aquel de quién decían y dicen que dijo que descubrió Machu Picchu.

Pero ¿qué importancia tiene un picaflor nocturno para que se ocupen de él?, son más importantes los chupa cabras porque destruyen, como importante es el abominable hombre de las nieves porque se parece a nosotros, aunque también son sumamente importantes los extra terrestres porque tenemos miedo de ser invadidos por ellos, ¿porqué tendrían que invadirnos si hace mucho tiempo ya que nos apartaron de su camino?, es por esta razón que se montan fotografías, películas y sonidos para hacerlos evidentes a la popular imaginación humana, pero, particularmente, a mí me place sobre manera ocuparme de un sencillo picaflor por cuya aparición esperé mucho tiempo.

Esto no es producto de la casualidad, no es una de esas diabólicas o celestiales apariciones, abrigué la esperanza que sucedería y por eso planté el cactus de siete venas frente a mi ventana en el año mil novecientos noventa y dos, hice mía la esperanza de mi padre después de su muerte, hasta puedo afirmar que soy la continuación de sus inquietudes y frustraciones, mi padre plantó un cactus en mil novecientos setenta y cuatro pegado al cerco limítrofe de nuestra casa, ahí mismo, justo tras del poste que sostiene la bombilla de alumbrado público que hice referencia y ahí está ahora ostentando hermosas flores; lo que me corroe la conciencia es que el pobre viejo me confió su inquietud por descubrir el color del plumaje del picaflor nocturno que de antaño lo conocía, pero yo sonreí incrédulo y con grotesca ironía ante aquella inquietud. 
Y a pesar de mi desinterés por lo que se proponía me contó que cuando niño y durante las vacaciones de escuela iba con su madre y abuela materna a vivir abajo en la chacra, en unas pequeñas parcelas que madre e hija supieron atesorar y que él bautizó como Emaús , y como era hijo de un padre que se casó con otra mujer el hermano de la madre de mi padre le tenía un maldito odio al pequeñín por haber venido de tal manera y más odio por estar económicamente desprotegido por el padre, y claro que ésta sÍ era la causa del infernal odio porque mi padre significaba una hambrienta boca más en la familia, así que cuando el iracundo tío llegaba hasta la chacra para quedarse mi padre desaparecía de su vista y tenía que pernoctar en la pequeña cueva al pie de la casa campestre, una cueva de la época de la abuela de mi padre que servía de hospedaje antes de que construyeran la casa y después, ya abandonada, nació frente a la cueva y antes que mi padre naciera un cactus de siete venas, uno de esos cactus conocido como San Pedro que llegan a medir hasta cinco metros de altura y usan los brujos del norte del País para preparar una bebida que hace delirar a los infortunados embrujados. Y esto del cactus frente a la cueva y las noches solitarias de mi padre en ella, esto sí fue una casualidad, porque en una de esas noches de enero vio por primera vez al picaflor nocturno “Es tan especial el animalito que sólo busca las flores vírgenes”, me dijo al final de su relato mientras plantaba pegado al cerco de la casa el cactus de siete venas. Desde el seis de enero hasta ahora he vigilado el cactus frente a mi ventana que ya tiene nuevas flores y no he vuelto a ver al misterioso picaflor, ¿qué señal dejan estas avecillas en las flores de cactus para que no sean visitadas por otras de su especie? ¿son, acaso, tan escasas que nadie las conoce?, ¿quién podría buscarlas por dos generaciones para confirmar lo que he visto?.


Conscientemente yo ya me había olvidado del colibrí nocturno, pero mi mirada no se había olvidado y cada noche mientras paseaba meditabundo por mi habitación, tratando de descubrirme a mí mismo, de enero a mayo mi mirada chocaba con las bellas flores del cactus frente a mi ventana. 
¿Pero que importancia podría tener un colibrí nocturno sin importar el color de su plumaje?, miro a través de mi ventana y observo las dos plantas de cactus, la que sembró mi padre y la mía, la curiosidad me domina, tomo la linterna de mano y me dirijo a ellas, las observo por largo rato, ambas lucen espléndidas flores blancas, completamente abiertas con el sexo desnudo y desafiante a los apetitos reproductivos de la noche, quizá en espera de algún colibrí nocturno que hábilmente se desplaza en la oscuridad y que no tiene un pico de diez a quince centímetros conforme yo lo había supuesto al contemplar de día las flores semiabiertas. Me imagino la cantidad de cactus silvestres que hay en Emaús y en otros lugares de similar ecología y que florecen de enero a mayo con la humedad de la lluvia y conforme voy imaginando voy concluyendo que hay muchos colibríes nocturnos por ahí que prefieren la flor del cactus que se abre completamente por la noche, pero, ¿qué importancia puede tener la flor del cactus?.

Es catorce de febrero, día de sol como el día de ayer, no obstante el tiempo cambia desordenadamente, no es el invierno tradicional, hay días sorprendentemente nublados y de llovizna como sorprendentemente soleados, y también, dos a cuatro días seguidos de lluvia como tres a seis días seguidos de sol, noches parciales de neblina y noches cubiertas de neblina, puedo decir que en este invierno hay más sol que lluvia, pero las lluvias se producen tan intensas como extensas y ¡he aquí el peligro!. El cactus frente a mi ventana tiene nuevas y espléndidas flores y otras en botón, lluvia y sol, humedad y fotosíntesis. La noche llega, se apaga el día publicitado del amor, la pichuchanca en el pino del patio anuncia las siete de la noche, minutos después prendo la tele, inconscientemente, únicamente por el burdo hábito de prenderla, aburrido apago la bombilla de mi habitación, me desplazo inconscientemente por ella y luego mi mirada se dirige a la ventana sur, y ahí está el colibrí picando la flor oriental del cactus, es un colibrí más pequeño que el del otro día, apago la tele y me pego al cristal de la ventana, contemplo la aparición y luego salgo al balcón para escuchar el revoloteo, el colibrí pasa por sobre mi cabeza recorriendo el ala del tejado para luego posarse en el pino del patio, ingreso apresuradamente a mi habitación en busca de la linterna de mano, tan pronto la encuentro mi mirada cruza el cristal de la ventana, y ahí está, nuevamente, esta vez picando la flor occidental del cactus, con la linterna de mano descubro que se trata de una rutilante avecilla cual antracita recién exfoliada y más pequeña que la del otro día, ahí flor y picaflor en extasiado idilio, ¿quién se resiste al delicioso aroma de tal flor?, finalmente él se va acariciando el ala del tejado y ella, quizá, ¡no quiere que se vaya porque todavía son las ocho y media de la noche de su primera y única entrega!.

SHUGUL, por Walter Elías Álvarez Bocanegra., de Pallasca, Ancash, Perú.

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Walter Elías Álvarez Bocanegra

SHUGUL

 

Allá en la Corte Superior de Trujillo, mientras se ventilaba un caso de violación, el fiscal preguntó al reo.
–¿Cómo la violaste?.
–Ha la gandola –respondió el reo, tartamudeando, deletreando, mientras miraba una inscripción hecha en el dorso de su mano izquierda.
Silencio en la Corte, la frase “a la gandola” no la digerían los magistrados, todos se quedaron perplejos, repentinamente a un vocal de mucha apariencia serranil se le ocurrió preguntar al reo.
–¿De dónde eres?
–De Shullugay.
–¿Dónde queda eso, en que pueblo en qué provincia?.
–En el pueblo de Shullugay, en la provincia de Pallasca –respondió con evidente nostalgia.
Alivio en la Sala, los magistrados cruzaron miradas y hablaron al unísono: ¡El Doctor Murphy!.
….

Algunos lo conocían como Shugul, otros como Shugúll, los lugareños que habían pasado mucho tiempo en el litoral peruano lo llamaban Chugul y los más acriollados Chuguy, tan acriollados que al pollo lo llamaban poyo, y al contemplar el poyo de barro en la rústica cocina del hogar primigenio, antes de sentarse a comer, ya no sabían que decir, porque hasta entonces lo único que se habían aprendido como serranos acriollados en el litoral era el reemplazo de la “elle” por la “ye” en la pronunciación de las palabras. De piedrecillas irregulares que si alguien las pisaba rodaba por el camino rompiéndose la crisma, piedrecillas desintegradas provenientes de grandes pizarras mezcladas ahí con tierra del color del crepúsculo vespertino y de consistencia arenosa, así era el lugar, extremadamente accidentado y con espinosos arbustos por doquier, así sigue siendo Shugul, un paraje en el pueblo de Pallasca.

“Creí que no volvería por ahí, por esas tierras donde mi madre, en condominio con sus hermanos, las conducía, claro que los hermanos no vivían en el lugar ni mucho menos en el cercano pueblo, ellos se establecieron por el litoral, donde el dinero producto de la pesca abundaba por entonces, era mi madre la que las administraba y compartía los productos agropecuarios con sus hermanos, y yo me preocupaba por capitalizarlas con cultivos permanentes además de la conservación de cercos y acequias de regadío. Ahí, al pie del condominio, vivía el Chaspao, un cuarentón, agricultor, él, en unos retazos de esas tierras…”.

Abajo en el chorro pena el alma de don Ricardo, comentaban los chacareros después del asesinato del anciano. Don Ricardo vivía en la comarca del frente luego de la profunda quebrada, tan lejos que don Ricardo demoraba medio día en llegar hasta la casa del Chaspao y tan cerca que de una vivienda a otra tío y sobrino a gritos charlaban amenamente. Don Ricardo era tío en enésimo grado del Chaspao, sólo que don Ricardo pudo atesorar durante toda su vida el precio de una yunta de bueyes, mientras el Chaspao se quemaba de sol a sol en unos sembradíos de pan llevar que matizaba cultivando algunas cebollas de rabo para poder venderlas y comprar la sal para el cushal y para de vez en cuando sazonar un apetitoso cuy que su mujer criaba en su corredor y dentro de la cavidad inferior del fogón. El apelativo “Chaspao” le vino de aquella vez que prendió una fogata al costado de la era después de la trilla de cebada para llamar al viento, y luego que la prendió el viento sopló tan fuerte que propagó el fuego abrazando a la parva y al infortunado chacarero que después de la convalecencia tuvo que soportar la terrible sensación de aparecer ante sus conocidos con el rostro parcialmente deformado por las quemaduras, muchos apelativos se ganó luego del terrible incidente y finalmente quedó como “Chaspao” que equivale a decir quemado por la parte exterior. Así que, sabedor del apetecible botín con cariñosas tretas se dirigió a don Ricardo para que lo prestara a una tasa de interés que estimuló la codicia de don Ricardo y accedió al préstamo. Cada mes recibía religiosamente los intereses y al llegar el cuarto mes el Chaspao se negó a pagar lo convenido, don Ricardo se acaloró en el reclamo y el Chaspao sacó un machete y a machetazo limpio dio cuenta de la vida del pobre anciano, no se inmutó y llenó el sangrante cadáver en un saco de lana y lo llevó doscientos metros allá, hasta el despeñadero, aflojó el saco y tiró el cadáver que de tumbo en tumbo fue a dar a la quebrada. Don Ricardo fue buscado al siguiente día por sus familiares y lo encontraron bien muerto en el fondo de la quebrada, para poder levantar el cuerpo tuvieron que dar cuenta al Juez de Primera Instancia que sin pérdida de tiempo ordenó al Juez de Paz del lugar el levantamiento del cadáver, pero al Juez de Primera Instancia no se le cocinaba que fuera un accidente natural el que dio cuenta de la vida de don Ricardo, así que mientras hicieron llegar al occiso al pueblo el Juez de Primera Instancia ya venía en camino, y cuando estuvo frente al cadáver pudo notar profundos cortes en el rostro del infortunado que motivaron su atención y sin pérdida de tiempo hizo llamar al Chaspao y le preguntó a quemarropa cuántas noches ha escuchado al alma del difunto penando en la quebrada, y él le dijo que tres, sin darse cuenta el criminal habló por su boca, y entonces el Juez siguió preguntando hasta acorralar al preguntado que finalmente terminó confesando su culpa. “¡Oígaste!, habiasido que las almas penan”.

El crimen sucedió cuando el que quería contar esta historia y no lo hizo porque no podía, aún era niño, ahora, Eulalio, que así no se llama pero así debería llamarse porque lo establecía el almanaque, ya pasó para cincuentón hace buen rato, y cuando era niño los corrales del condominio cercano a la casita del Chaspao los administraba un hermano de su madre, que por esas ironías del destino resultó enredado en amores con la hija del Chaspao que aún era menor de edad y Eulalio ya entraba a la pubertad. El enredo fue de película, sucedió que un ocasional pretendiente de la mozuela, nacido en el pueblo y acriollado en Lima y entonces de visita en el lugar, la encontró en dulce coloquio con el tío de Eulalio en el condominio de éste y los amenazó con vengarse, fue hasta abajo a la casa del Chaspao que purgaba condena en el penal, pero ahí estaba su esposa, doña Griselda, de cuarentonas rabias dentro de tres amplias polleras de lana de carnero, y como testigo presencial el pretendiente le contó una historia de entrega sexual, urdida por él, entre el tío de Eulalio y la hija de Griselda; Griselda y sus dos hijos mayores se constituyeron hasta la casita que habitaba el tío de Eulalio, un hombre poco tolerante de mediana estatura y de tez blanca de nombre Melquíades que así sí se llamaba por sobre todos los nombres del almanaque porque su padre casi liberal que estudió en el Colegio san Nicolás de Huamachuco así quiso que se llamara. Así, pues, que, con la rabia a chorros desde la nuca hasta los talones y esputando polvo, basurillas y piedrecillas, Griselda y sus dos hijos llegaron a la vivienda de Melquíades que haciendo gala de buen jinete abordó de un brinco a su azabache y los eludió a todo galope aumentando la rabia de sus perseguidores.
Griselda y su corte familiar regresaron hasta su casita con la venganza reventando en sus cabezas, se ubicaron el la cocinita del corredor y se sentaron en los troncos de maguey.
–China, tray tu tunto y siéntate a mi lado –ordenó la matriarca de la familia a la hija mientras sus dos hermanos la miraban con potente menosprecio–, ¡abre las piernas!.
La madre auscultó.
–¡No tiene nada esta puta e mierda! –agregó.
Pero, no titubeó ni un mísero momento y atrapó un cuy que se desplazaba por bajo sus amplias polleras, como impulsada por un brío sobrenatural cogió del poyo un cuchillo y dio cuenta del roedor sobre la sonrosada flor cartucho en eclosión de la muchacha, chisguetearon las malogradas arterias ahí mismo, en las piernas y en la ropa de la virginal, e inmediatamente la iracunda madre preguntó:
–¿China, dónde has dejao tu calzón sucio?, ¡eso si no has de saber so puta de mierda!.
La misma madre se apresuró a buscar el único calzón de la muchacha, lo extendió sobre el estrado del fogón y se arrastró por debajo de él, atrapó otro cuy, salió de retroceso, se paró, lo mató y dejó que cayera en la rosasucia prenda toda la sangre del animal, y, en el acto se marcharon al pueblo “¡A la autoridad a la autoridad! ”.
Así que con el fabricado cuerpo del delito el Comisario armó un atestado de la GP y ordenó la captura de Melquíades, mientras tanto Griselda marchó hasta la capital de la provincia y se presentó ante el Juez de Primera Instancia para reforzar la denuncia entre sollozos y maldiciones que bien le arderían las orejas a Melquíades, el Juez, que ella muy bien conocía porque era el mismo que encausó a su marido hasta el Penal de Huaraz, lo escuchaba incrédulo mirándola por sobre sus anteojos.
Melquíades llegó hasta la capital con fuerte resguardo policial, entre rubores y náuseas cruzó la plaza eludiendo las miradas de sus conocidos, el cortejo se paro en plena Plaza frente a lo que se llamaba La Cárcel, el tiempo que Melquíades demoró en desmontar y pasar las rejas fue para él el tiempo más amargo de su existencia.
Durante el comparendo el Juez preguntó a la ultrajada.
–¿Cómo ha sido?.
–Me ha tucushido con su aparato –dijo ella mientras miraba a su madre ahí presente.
–¿Y cómo ha sido? –preguntó el Juez a Melquíades.
–Estuve ¡HALAGÁNDOLA!.
El único médico de la capital de la provincia andina, el único médico del lugar en toda su vida no se encontraba para que certificara la violación, gozaba de sus vacaciones en la capital, así que el Juez habló con el supuesto violador.
–A falta de médico aquí, tendré que elevar el caso inmediatamente a la instancia superior, ahí hay muchos médicos, mientras tanto tú seguirás detenido, eso sí, tenlo muy presente que allá en el Penal los violadores son violados. Pero, te propongo una salida, ¡cásate y ya!.
–Me caso –dijo Melquides, le aterraba la idea de ser violado por reos macerados en penetrante lejía ávidos de descargarla en el orificio del violador con el pretexto de hacerse solidaria la justicia ajena, y, y le glorificaba la idea de ser el primer hombre de aquella muchacha con olor a tierra mojada, así que prefirió aceptar matrimonio y quedó impregnado en las mentes de las los pueblerinos más sencillos que una violación conforme lo había confesado Melquíades llevaba al matrimonio y no a la cárcel.

Melquíades se casó con Anastasia y se fueron a vivir al condominio que conducía Melquíades, luego su temprana mujer resultó embarazada. Anastasia no tenía día que no visitara a su madre, doña Griselda, que vivía como a medio kilómetro abajo de la casa de campo que habitaba el nuevo matrimonio, por camino zigzageante, sólo una propiedad, la propiedad de doña Petrona que vivía por Lima, separaba la casa de Griselda del condominio con la vivienda en la cabecera. Y uno de esos días.
–Hoy no irás a visitar a tu mamá hay mucho trabajo –Sentenció Melquíades a su mujer.
Fue suficiente para que la bronca en el naciente matrimonio empezara , con el dime que te diré y el pégame que te pegaré, y por fin, sin permiso ni nada, ni más ni menos, Anastasia se largó a la casa de su mama. Pasó uno, dos, tres, seis días, y no regresaba. Melquíades fue a buscarla, y cuando llegó Griselda meneaba de pie el tostador dentro del tiesto de barro y mientras lo hacía sus amplias polleras abanicaban los excrementos de los cuyes en el piso de tierra, miró a Melquíades disimuladamente de costado, escupió sobre el costado del fogón, lo invitó a pasar al corredor y le ofreció el asiento de tunto, y en seguida empezó a llamar a sus hijos. Los guapos llegaron más rápido que inmediato con la hermana tras de ellos, cogieron los garrotes del montón de leña y le propinaron a Melquíades tremenda paliza que lo dejaron tirado panza abajo. Cuando pudo recuperarse de la masacre caminando como borracho llegó hasta el pueblo, meses estuvo en la casa de su madre sin poder aliviarse completamente, viajó a la costa, su madre tras él, la madre enfermó y murió, a él lo internaron en un sanatorio y murió.
Luego de la muerte de Melquíades fue doña Asunción, hermana de Melquíades y madre de Eulalio, la que se ocupó de administrar el condominio.
Eulalio amaba a esas tierras, las amaba tanto como a su madre, que cada centímetro de ellas tenían el olor de su sudor, que de tanto amor moriría por defenderlas, y las defendió aquel día que descubrió a Santiago tirando las piedras de la cerca limítrofe de ambas propiedades.
Y por defenderlas aquel día estuvo a punto de hacerse criminal, Santiago era del pueblo, un poco mayor que Melquíades, sin propiedades ni nada pero añoraba tenerlas porque le encantaba la idea de ser algún día un pequeño criador de vacunos, ¡eso sí!, por lo mismo un día marchó treinta kilómetros a pie para trabajar en la minas de tungsteno con el único fin de ahorrar dinero para adquirir una propiedad, y lo hizo para comprar la parcelitas de doña Petrona en Shugul, entre el Chaspao y el condominio que regentaba el infortunado Melquíades, y en ese afán de esforzado trabajo para ahorrar dinero se accidentó dentro del socavón, desde entonces quedó deforme con el espinazo desviado, por eso lo llamaban “El Güecro”, “El Torcido” “Jarro Chancao” “Golpéao de Aguila”, y tantos apelativos más que de sobra compensaban las limitaciones espirituales de los apodadores. De chacra, de sol a sol, de vivir en Shugul bajo diez metros cuadrados de rústico techo, de comer chiclayo a diario y no sufrir de la próstata, ¡era Santigo!, y en esos menesteres veinte veces más productivo que Eulalio que vivía en el pueblo junto a su madre y acariciaba aquel condominio nada más que como un hermoso legado de sus antepasados, Eulalio no tenía ambiciones productivas, era un hombre que se pasaba horas y horas haciendo poesías que las echaba al viento para que se encargara de diseminarlas y en tal afán se ausentaba del pueblo. Bueno, aquel día Eulalio regaba esa parcela limítrofe, Santiago, físicamente insignificante pero decidido a conseguir lo que se propuso arrojó las piedras del muro y en actitud desafiante marchó hacia la “toma” del agua de riego y la encausó hacia su propiedad, Eulalio se olvidó de lo hermosas que le resultaban las poesías y marchó a enfrentarse con su ocasional retador, Santiago blandió un machete que llevaba con él y lo descargó sobre Eulalio, éste esquivó el tajo y sometió a su adversario que cayó de largo en lardo en la acequia, Eulalio le pisó la cara para mantenerlo dentro del agua hasta ahogarlo, en ese momento le llegaron a su mente los gritos de auxilio de don Ricardo y Eulalio se apartó de su contrincante.
Mucho tiempo pasó sin que Eulalio y Santiago cruzaran palabra alguna, mucho…, Eulalio tuvo que abandonar el pueblo con su anciana y enferma madre, mucho tiempo pasó sin que Eulalio y Santiago cruzaran palabra alguna, hasta aquel día que después de muchos meses de ausencia Eulalio regresó al pueblo sin la anciana madre, llegó a la propiedad y la encontró invadida por los hermanos de ella, con tristeza contempló como los árboles que él y su madre habían plantado eran talados por los usurpadores sin que pudiera hacer nada para evitarlo. Eulalio fue en busca de Santiago y sin mediar palabra los dos se abrazaron.
“Creí que no volvería por ahí, por esas tierras donde mi madre, en condominio con sus hermanos las conducía, claro que los hermanos no vivían en el lugar ni mucho menos en el cercano pueblo…”
Pero volvió por ahí, por esas tierras, y tan pronto quiso contar lo que sintió al contemplarlas las palabras se le atragantaron, dos lágrimas rodaron entre tumbo y tumbo por los pliegues de su curtido rostro.

¡El Doctor Murphy!, hablaron al unísono los del jurado, él es de esa provincia y fue Juez de Primera Instancia ahí.
El jurado suspendió la cesión y mientras tanto se constituyó hasta la Presidencia de la Corte Superior de Justicia de la Libertad, allá en Trujillo.
–¡Doctor! –dijo un magistrado– ¿Usted que es Pallasquino sabe que significa “A LA GANDOLA”?.
El alto magistrado dejó de leer, giró sesenta grados a su derecha sobre el sillón a la par que se quitaba los lentes de lectura y un abultado vientre apareció, luego volteó la mirada a la izquierda para dirigirla a sus interlocutores, y de aquella boca con sonrisa franca en el marco de visible rostro sonriente de amplia frente y nariz aguileña, salió una sola palabra.
–¡HALAGÁNDOLA! .

POEMA “ES ELLA” DE WALTER ELIAS ÁLVAREZ BOCANEGRA

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  Es ella Vigila vigila sin prisa me tiene acorralado. Se asoma por mi almohada resuella, resuella en mis oídos y se desliza suavemente hasta mis pies. Los acaricia, besa, los abraza y los besa nuevamente, disfruta mucho al hacerlo. Contemplo horrorizado tengo miedo que los muerda. Sube lentamente hasta mi rostro ¡los besa!, besa […]
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