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“DOCTOR DIETER GOEPFERT”. Por Walter Elías Álvarez Bocanegra, de Pallasca, Ancash, Perú.

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“Doctor Dieter Goepfert”.


Autor: Walter Elías Álvarez Bocanegra.

Pallasca – Perú.

 

Dos semanas, nada más, había invertido el funcionario en el Informe de Impacto Ambiental, una en trabajo de campo y otra en oficina. Y ahí estaba, otra vez, ahí tras del escritorio, en lo que él llamaba su oficina, en un edificio de siete pisos de La Minera, en Surquillo, sentado en el sillón que se balanceaba con el bambolear del funcionario minero de confianza de La Minera, ahí ojeando algunos papeles y contestando el celular con la portátil computadora abierta alertando me gustas y comentarios por el nuevo estado del funcionario “Los pobres del país por fin serán ricos gracias a la explotación del oro”, mientras sonaba persistentemente el teléfono fijo…


Sabía que la explotación minera llevaba implícita la idea de explotación del hombre en pro de una plusvalía del mineral para el crecimiento de La Minera, lo sabía muy bien pero no quería admitirlo, porque eso significaba contradecirse a sí mismo como profesional, y lo peor, dejar de ser personal de confianza de una de las empresas de clase A del país y que le había dado el estatus que se merecía permitiéndole vivir en uno de los barrios exclusivos de Lima Justamente allá en La Molina, donde se mimetizaba el alto costo de su vivienda con el perfume andino del nombre de su calle, él vivía en Los Eucaliptos, una casa con garaje y piscina, además de parrilla en una esquina del amplio patio cubierto con césped artificial. Para qué entonces pensar en la explotación del hombre por el hombre, si él estaba bien y muy bien, eso sí, a mucho orgullo porque era hijo de un obrero minero, un obrero que miraba a sus superiores como algo inalcanzable.

Pero lo malo de todo era, que Pedro Bermúdez Lavado, el ingeniero y personal de confianza de La Minera, se sentía atosigado tras del escritorio haciendo todo lo que ahora estaba haciendo, por todo eso que le estaba sucediendo, y más que atosigado invadido por el encuentro que tuvo, durante la semana de trabajo de campo, con el doctor Dieter. 
Fue la semana anterior a la semana de trabajo de campo que el Directorio de la Empresa le había encomendado la ingrata tarea de buscarle justificación a la explotación minera en el paraje de Magistral, en la puna, al noreste del departamento de Ancash, de tal manera que el impacto ambiental de la explotación no tuviera efectos negativos que lamentar en la población.

Él sabía que la contaminación era inevitable y a la larga arrasaría con la vida de todas las especies vivientes, especialmente de las truchas que tanto le gustaban, pero ni hablar, él tendría que convencer con su informe previo, convencer de que la contaminación unida a la gran tecnología no es contaminación, que el cianuro y el arsénico no son extremadamente venenosos, y que es más, las fuentes de trabajo y las ganancias obtenidas de la minería superarían con creces cualquier riesgo alertado por los quedados opositores de la minería.
Pero había regresado del trabajo de campo y de su excepcional encuentro con el doctor Dieter, regresó en tiempo record, cinco días incluido el largo viaje en camioneta, para que más. Había regresado, había elaborado y entregado el Informe, pero, estaba super perturbado, tan perturbado que ni la suculenta gratificación por fiestas patrias pudo equilibrarlo. Así que, entre lo que tenía que hacer dentro lo que le estaba sucediendo, es decir, entre la aburrida rutina diaria de oficina, ahora angustiosa por la llamada del teléfono fijo, y los recuerdos de Dieter, se armó una turbadora en su cerebro, una confusión de los mil diablos que, más turbado ya, no atinaba a qué hacer. Pero tuvo un mísero momento de lucidez y se paró para internarse en el servicio higiénico de su oficina, y ya dentro, luego de mirarse en el espejo, no encontró otra forma de entrar en lo maravilloso de aquel viaje que sentándose en el sanitario.
Antes de que le encomendaran aquella molesta tarea, se encontraba aturdido sentado en el mismo sillón del mismo escritorio con el mismo ajetreo de siempre y, además, una llamada de su esposa que le incitaba a comprar un nuevo televisor porque el que estaba en uso ya se encontraba fuera de moda, eso, ¡oye!, y también una portátil para mí ¡oye!, la computadora que tenemos es muy lenta y ocupa mucho espacio, ¡caramba!, pero no importa, esa la usan los chicos para sus tareas del colegio.

Sí pues, los hijos aún estudiaban la secundaria porque se casó algo viejón, muy cuarentón, con una joven limeña del cerro El Agustino mucho menor que él, pero que tuvo la suerte re removerlo todas las hormonas masculinas. Y ahora qué, agradeciera que la saqué a vivir en un buen lugar, que se cree la cojuda de mi mujer, ¡carajo! si supiera el estado de cuenta de mi tarjeta VISA, ¡ni hablar!, tendré que inventar un viajecito a la sierra. Qué inventar ni qué nada, la propuesta le llegó a pedir de pensamiento porque ése, era su trabajo.
Ingeniero Bermúdez, le habló por el teléfono fijo una voz entre inglesa y española, le estamos adjuntando por correo electrónico un Acuerdo de Directorio para que se encargue de dar inicio al Estudio de Impacto Ambiental, usted mismo es, ingeniero.
Entonces armó el viaje en una toyota 4X4 alquilada. Y bien que le gustaban los viajes de comisión en toyotas, no sólo porque él tenía una, ni por lo relajantes que le resultaban los viajes a la sierra a pesar de todo, sino porque, además, esos viajes significaban suculentos viáticos y reembolso de otros gastos de representación. Dinero adicional que le serviría para ponerse en onda con los requerimientos de su esposa, y lo mejor, esa noche tendría una esposa alegre y cariñosa por la noticia.

Y partió después del medio día, a toda máquina, que los neumáticos salpicaban el lodo del pavimento, era lunes de la segunda semana de julio, y lloviznaba en Lima. La panamericana en la variante de Pasamayo sería de tupida neblina, pero a él nada le inmutaba, estaba preparado, era proactivo por eso lo contrataron, no existía para él malos tiempos ni nada por el estilo, el generaba su propio tiempo, si llovía sólo tenía que pensar en que no llovía, así lo había aprendido en seminarios y cursos de capacitación pagados por La Minera. 
Pasó por la variante de Pasamayo y ni siquiera se percató de la tupida neblina.

Después de cinco horas llegaba a Chimbote, y luego de aprovisionarse de gasolina, cigarrillos y comestibles rápidos, penetraba en la sierra. Conocía la ruta, aunque hacía tiempo que no iba por ahí, por esa carretera de penetración ahora asfaltada, la noche entraba conforme el penetraba aferrado al volante con la mente recorriendo su infancia en la mina de Pasto Bueno, justamente por ahí pasaría ahora, pero antes se quedaría en algún hotelillo del pueblo de Pampas, en la casa de algún amigo de su padre, o por último unas horas de sueño en la misma camioneta, nada era imposible para él. ¡Ah!, y al siguiente día luego de un caldo de carnero en doña Ursula, compraría una caja de cervezas para tomarla con los lugareños que hubieran mientras el radiante sol en cielo azul, pero, mejor, no, será cuando regrese, primero está el trabajo, cuando regrese sí, pediré una caja, y no sólo una, quizá otra, para dejarla con los amigos. Les hablaré de mi buen empleo en La Minera, ellos se encargarán de hacer saber a los demás, ¡carajo!, dejaré en alto el apellido de mi padre. Y seguía compenetrado en sus ayeres lastimeros y en sus mañanas comentados por gente del lugar, que vean, pues, quienes somos los Bermúdez. Diría que sus hermanos tienen un estudio de asesoramiento minero, en fin, ya lo pensaría en el momento adecuado.

La camioneta comenzó el ascenso en zigzag y un aire frío penetró por la ventanilla a medio cerrar, Bermúdez lo sintió en la nariz con una alegría infantil y murmuró, ¡airecito de puna!, y apuntaló tarareando un huaynito. No era la puna, él lo sabía, recién empezaba el ascenso por las estribaciones de la sierra, pronto divisó unas luces de alumbrado público, ¡Llaymucha!, exclamó, y aceleró para hacer su entrada triunfal y se detuvo en la primera chingana abierta que encontró.
–Cigarrillos –gritó desde su asiento, dirigiéndose a los que estaban dentro.
Pero, para qué se paró con el pretexto de cigarrillos, si ya se había aprovisionado de ellos, ¿para qué, pues, si no para hacer notar que el ingeniero estaba pasando por ahí?. Los parroquianos se miraron mutuamente como preguntándose ¿qué dice el tipo ese?, Bermúdez no se inmutó y aceleró en neutro mientras pisaba el freno, apagó el motor y se bajó del vehículo cerrando la portezuela de golpe para dirigirse al que parecía el tendero, plantado tras de la mesa que hacía de mostrador. Entonces, disimuladamente accionó el control remoto de la alarma del vehículo y mientras sonaba pidió cigarrillos, naturalmente el interpelado no escuchó bien el pedido y con movimiento de cabeza se dirigió a los demás de ese ambiente, y todos rieron con grandes risotadas. Entonces Bermúdez cambió de táctica.
–Buenas noches señor –Le dijo al dependiente, soy el Ingeniero Bermúdez, me podría vender cigarrillos con filtro.
–Nacional, con filtro –respondió el tendero.
–No, no no no, eso no.
–Pal mal aire, ingeniero, pal aire de los pishtacos –corearon los parroquianos, burlonamente.
–Cuánto ha cambiado Llaymucha, antes vendían buenos cigarrillos aquí.
–¿Llaymucha?, esto es Ancos.
Efectivamente era eso, Ancos, un pueblecito fundado por los sobrevivientes de lo que fuera la mina Carbonera Ancos, Bermúdez se había desviado de camino siguiendo la carretera asfaltada, pero no quiso reconocerlo, y muy él se subió a la camioneta y siguió el ascenso, por ahí llegaría al mismo lugar sólo que, con mayor kilometraje, pero llegaría.

Aunque ya no se quedaría en Pampas, la tierra de su padre, se quedaría en Cabana la tierra de Toledo, del presidente Toledo, ¡qué carajo!, el que mandó asfaltar esta carretera. Bermúdez, ahora pensaba en Toledo siendo de García. Iré por Cabana, algún día estaré con Toledo y le hablaré de su tierra, esto está mejor que quedarse en Pampas, compraré unas cervezas que tomen los lugareños, ¡ay chucha!, el alcalde es choledista, qué bien, me quedaré en el Hotel del Municipio. Y enrumbó cuesta arriba, cigarrillo tras cigarrillo, pensando en el mal aire y en los pishtacos, y salpicadamente en el impacto ambiental de la explotación minera, qué mal aire ni que nada, invenciones de serranos, igual que esa de los pishtacos. Y qué si convencemos a los ignorantes comuneros con una fiesta con mucha cerveza y whisky, nos dejarían trabajar tranquilamente, se mueren por tomar con nosotros, y claro que se morían como se moría él por entrar al circulo de ingenieros de la mina esa en la que trabajaba su padre, y en eso tenía acierto, sin esforzarse por pensarlo. Pero ahora eso del mal aire por la falta de cigarrillos, el mal aire de los pishtacos, ¡claro!, ¡los pishtacos!, él conocía que en Llaymucha existió uno de gran fama, pero ahora no iba por ahí para suerte propia, más le temía al rebrote de los de Sendero Luminoso, esos sí que son pishtacos, se dijo para sí, lleno de miedo, y entonces, mientras soplaba la brisa por la oscura pradera de Cabraespina, se olvidó de su proactividad y quiso retroceder. Pero qué, le daba igual, ya había avanzado lo suficiente, estaba cerca de la colina, de la que se mira Cabana la tierra de Toledo, el presidente cholo, cholo como él también pue, y a mucho orgullo, pero Toledo no había nacido ahí, nació más arribita, en Ferrer, los cabanistas lo adoptaron como suyo porque necesitaban subirse al carro del cholo, y a quién más, si no había otro. Aunque al final, ¡la cagaron!, pero yo no la cagué, porque si supiera el cargo que ahora tengo hasta me felicitaría. Él no, pues, porque tenía otro patrón, pero sus dos hermanos, uno en el Ministerio de Producción y otro en esa inconclusa carretera asfaltada, sí, y qué bien. Y pensando en el alto cargo que tenía el miedo se le fue por un segundo, luego sintió que ensordecía, se le había subido todo el torrente sanguíneo a la cabeza y pensó en el mal aire, no le quedaba otra que empezar a rezar después de persignarse, encomendándose a todos los santos desde San Valentín hasta sanseacabó, porque se le acabó el miedo al entrar en la montura de la colina desde la que se divisaba Cabana.

Y aceleró su poderosa camioneta hasta entrar al pueblo de Tauca, alma madre de los mejores cocineros y bármanes, antes que Gastón Acurio, cuando el oficio era tal que al nombrarlo sonaba a desperdicio, que los enternados tauquinos de tal oficio con mucho dinero en las fiestas patronales, eso sí, se veían obligados a decir que eran administradores en esos tres y cinco estrellas en que trabajaban. Ahí, a la entrada del pueblo se detuvo un momento para llamar a su amada esposa e informarle dónde y qué bien se encontraba, el celular marcaba las diez de la noche. Bermúdez se engoriló, luego de la llamada, y se subió a la 4X4 dispuesto a llegar a Cabana a las once de la noche cuando más, pero apenas abandonó Tauca entró en polvorienta e irregular carretera y entraba al pueblo quince minutos después, sin ánimos de nada, y tuvo que hospedarse en el primer hotel que encontró a la entrada.

Ahí recibió la noticia, de parte del dueño del hotel, que Cabana era más que Toledo, era orgullosamente la tierra de los Pashas, una civilización Inca que Toledo y su doctorada gringa habían subestimado, y eso le amargaba la vida al anfitrión, pero Bermúdez, tan pronto terminó de cenar, cabeceaba de fatiga y pidió su cama. Apenas se quitó los zapatos se quedó dormido. 
Soñó que unas criaturas deformes lo degollaban, y así degollado como estaba lo hervían en una tremenda paila de cerámica inca mientras lo conjuraban a ebullición eterna, y en afán por explicar que era inocente se vio ahogado por su propia sopa y finalmente convertido en apacible vapor tranquilamente muerto. Muerto dormido hasta las ocho de la mañana del siguiente día.

Durante el desayuno, mientras el ingeniero hablaba del efecto positivo de la minería, el anfitrión se acomodó con una taza de café junto a él para seguir hablando de los Pashas, y de las lagunas de la puna, atractivos turísticos indiscutibles del pueblo.
–La fortaleza es toda de piedra, yo diría misma cultura Chavín. Tenemos un museo en la Plaza. Y las lagunas, las lagunas…
El ingeniero, seguía en lo suyo y en anfitrión en lo de él.

Terminado el desayuno Bermúdez abordó su vehículo. Ya al volante se acordó que debería dejar huella de su paso por ahí, y esa huella sólo sería visible si se pedía una caja de cervezas en la misma Plaza junto al municipio y pegado a la tremenda camioneta, para llamar la atención del alcalde y alardear sobre su trabajo como ingeniero minero, y fanfarroneó para convencer al anfitrión.
–¿Me acompaña a la Plaza?, señor, quiero conocer el museo, usted sabe, me interesa demasiado, a ver si les consigo algo del gobierno para colocarlo en el sitial que se merece como museo.
El anfitrión no necesitaba ser convencido, sin más se subió junto al ingeniero, y en la Plaza se estacionaron frente al museo, al ingeniero no le quedó más que seguir a su accidental guía y aguantar todas las explicaciones y emociones que éste resaltaba.
–Bien, ¡ahora llévame con el alcalde! –dijo el ingeniero.
–¿El alcaldeeeee?, no se encuentra, está de viaje haciendo gestiones.
¡Otro pendejo!, dijo para sí, el ingeniero. Pero no pasaría por alto eso de las cervezas, ya eran las diez de la mañana y el sol sofocaba refractando en el concreto de la Plaza, con sol o sin él, pediría las cervezas, ¡qué carajo! soy un Bermúdez, conozco mi trabajo, sé cómo lo voy hacer.

Y pidió las cervezas, mientras se arremolinaban los notables y poco ocupados pueblerinos, unas y otras después de la primera caja, era un bebedor que había cogido maestría, necesitaba de licor para templar sus nervios, sabía hasta dónde bebería, y así fue. Dejó escrito su buen nombre con buenas cervezas y alardes de grandeza, y partió a toda máquina, no se estacionaría en ningún ¡pueblito de mierda! hasta llegar a Pampas, su tierra natal, y claro que, él no había nacido ahí había nacido más arribita, pero ahí pediría unas cervezas más y nada más, a trabajar, ¡carajo!. Qué trabajar ni que nada, solamente necesito informar que no hay peligro alguno, luego el equipo de ambientalistas arreglará mi Informe al estudio de ellos, esos conchasumadres que se basan en estándares y proyectos modelo para ajustar su estudio definitivo, por último hablaré de frente con el más más de La Minera y le diré que entre trago y trago he convencido autoridades y comuneros para que se echen a nuestro lado, ¡ah!, y en Pampas tomaré con el Presidente de la Comunidad y el Alcalde, ¡carajo!, igual en Conchucos, esos ignorantes no saben nada de impacto ambiental, les ofreceré chamba para ellos y su familia qué más quieren, a ellos les interesa el dinero, lo demás es puro cuento. ¡A la mierda!, se me aclaran las ideas, porqué no darles algunos miles a cada comunero, unos miles nada más, que son como un sueldo mío, La Minera es transnacional, plata como cancha de maíz paccho, ni siquiera plata, cheques, nada más, compromisos de pago, cartas fianza sobre otras cartas, dinero electrónico, ¡uy, carajo!, no me había dado cuenta de esto, si no me despejo por aquí, no me daba cuenta.

Pero no pasó de un solo tiro hasta Pampas, se detuvo donde confluyen los ríos Pampas y Conchucos, apenas se detuvo y fue cubierto por la espesa polvareda que había ocasionado en su carrera. Pero para qué esperar que se disipara, sacó la filmadora y gravó la confluencia, ahí donde se juntan las aguas turbias del río Pampas con las cristalinas de Conchucos, turbias estaban pues, desde mucho antes que él naciera, desde que empezó sus labores de explotación la mina de Pasto Bueno, turbias y sin vida mientras en las cristalinas ondeaban algunas pequeñas truchas, “y pensar que la mina de Pasto Bueno muchos años ya que ha parado, pero bueno…, ¡Pasto Bueno volverá a trabajar!, de eso estoy muy seguro”.

Y llegó a Pampas, un pueblo de gente abajo del metro sesenta de estatura que ha vivido por siglos subyugado al penoso trabajo de mina con pobre alimentación y rico alcohol de caña, y ¡eh ahí el porqué de su baja estatura!. Llegó seguido por densa polvareda, auto encumbrándose en sus logros, a eso de las tres de la tarde, y buscó autoridades, el Alcalde había viajado para gestionar, pero el Presidente de la Comunidad, ahí. Se aproximaron otros, no necesitó ni siquiera gastar, le bastó con ofrecer buenos empleos, y mientras departía con los pobladores su cerebro urdía el Informe en base a uno que tenía como patrón y que conocía de memoria como padre nuestro. Así que, después de la borrachera se quedó dormido en el hotel de la Plaza, no tenía casa ahí, ni siquiera la tuvo su padre, vivían más arriba en campamento minero y bajaba con sus padres y hermanos cuando niño, y solo después, hasta ese pueblo, de paseo. Quedó placidamente dormido con una sonrisa entre labios, había logrado escribir su buen nombre con cervezas que ni a él mismo le costaron, todo le salió a cambio de promesas, en un país tan rico lleno de gente pobre, pobre de todo, sólo es necesario un poco de pendejada.


Al siguiente día armó el mismo ardid en Conchucos y entonces, ¡misión cumplida!, un día después regresó muy temprano por el mismo camino hasta Pampas y pasó a la mina abandonada de Pasto Bueno, donde había trabajado su padre como obrero de socavón. Menos mal que el viejo no era tan bruto, porque abandonó el socavón para convertirse en empleado de maestranza, nada menos que como jefe, por tener una hermana nada despreciable al gusto del Jefazo. 
Los deteriorados techos metálicos de instalaciones y campamentos reflejaban los rayos solares mañaneros del otrora asiento minero. Pasó por la planta procesadora ahora en sepulcral silencio, ahí el primer socavón del primer nivel colapsado, pasó frente a lo que fuera la instalación de la potente compresora de aire que insuflaba a los socavones y que veinticinco años atrás dejó de respirar, y luego le vinieron lágrimas porque pasaba frente a la maestranza a donde cuando niño corría, en cuanto podía, a abrazarse a las piernas de su padre, no quiso detenerse, aceleró dejando atrás tupida polvareda, y así pasó tratando de ignorar lo que era la sala de cine. Quiso seguir con la misma marcha rumbo a Magistral, una de las tantas minas de sus patrones y ahora motivo de su viaje, pero no, el recuerdo de sus días por ahí pudo más, y se estacionó frente al campamento en el que había vivido mientras estudiaba la primaria y más. O sea, loco que, o sea loco que mientras sus vacaciones cuando la secundaria y la facultad y no más, porque la mina paró cuando cayó la demanda de los minerales en el mercado internacional, del tungsteno más que todo. No obstante, no le cayó el optimismo de hacerse ingeniero aunque fuera para sentirse tal como se sentían los adustos ingenieros que admiraba por el buen sueldo que ganaban y las múltiples hembras que se les echaban. Le gustaría volver a trabajar en la mina La Buena Aventura en la sierra de Lima sólo por eso, por las hembras, pero qué, ya no ya, porque estaba en Lima, y en La Molina, por influencia de arriba y en Lima se quedó, y lo miraban para arriba y eso era lo importante, no importaba la limeña del Agustino que tenía como esposa y que administraba los ingresos que le venían, no importaba, porque él había vivido junto a sus padres y hermanos en Independencia, en la falda del cerro y muy cerca de la Universidad Nacional de Ingeniería. Y como no le cayó el optimismo para hacerse ingeniero de minas, ingresó cuando el prestigio de la carrera decrecía, justamente por la falta de empleo, que después los otrora adustos ingenieros tuvieron que migrar a la costa para establecerse y colocarse tras de un mostrador en negocios de poca monta, menos mal que el padre de Pedro Bermúdez se había jubilado junto con la mina y montó su propia chingana para ayudarse, si no, ¡sino que pue!. Y como la demanda de ingenieros se vino abajo, pudo ingresar sin mayor competencia a la universidad, y no a cualquiera, ingresó a la Universidad Nacional de Ingeniería, y cuando terminó marchó a la mina La Buena Aventura para realizar prácticas preprofesionales y ahí se quedó como Asistente de Seguridad Minera. Al finalizar el milenio la minería reaparecía con fuerza, entonces para la explotación del oro, y Bermúdez se hizo fujimorista. Lo de Ambientalista le quedó aquella vez que el Superintendente de La Buena Aventura le autorizó asistir al primer seminario internacional de impacto ambiental organizado por la embajada británica, luego asistió a diversos eventos de tal naturaleza, porque se hacía necesario e imprescindible que los Proyectos de Inversión estuvieran ligados a un Estudio de Impacto Ambiental que se ponía de moda en el país, y con la influencia de Fujimori en el poder ingresó a trabajar para La Minera. Así que ahora, enfrascado en su pasado, estaba frente al abandonado campamento minero de la mina Pasto Bueno, que fue como los demás campamentos, indistintamente de obreros y empleados comunes, ahí estaba, apoyado en el muro justo frente a la puerta del departamento que antes habitaba.

Súbitamente llegó a su mente la misteriosa laguna de Pelagatos, la que se llevó a su amor platónico, aquella codiciada jovencita que era asediada por los ingenieros, y que subió con uno de ellos en un bote artesanal para pasear por la laguna, y como era tan bella la muchacha la laguna la atrapó devolviendo al feroz de su acompañante hasta la orilla. ¡Mierda!, tengo que ir, murmuró el ingeniero, y se subió a la camioneta. 
Se sentó al mismo borde de la laguna y lloró mientras su mirada se perdía en el otro extremo de la masa celeste. Y apareció por allá, por ese extremo, como saliendo de una luminosa neblina, una silueta informe, ¡Amatista!, exclamó el afligido hombre bañado en sollozos, la silueta se le acercaba tomando forma humana, ¡es ella!, exclamó el delirante. Y sí, para él, era ella. Pero cuanto la tuvo enfrente en tierra firme, sintió miedo, un gélido miedo que le produjo aturdimiento, no era ella, era él, un hombre con un gran crucifijo que pendía de su cuello, arriba del metro ochenta, mucho más alto que el robusto Ingeniero, un flaco desgarbado de frente prominente y cuadrada que con sonrisa franca le entregaba un ¡hola! amical. Se puso de pie como queriendo huir, pero, él conocía a ese gringo, bueno, para él todo rubio y alto era gringo, suficiente para sentirse subyugado. Como aquella vez cuando él apenas había terminado la secundaria, y no tan cincuentón como ya, lo vio por primera vez en la Plaza de Pampas, lo vio como a un Dios muy superior a todos los hombres superiores que conocía, los ingenieros mineros.

Y ahora lo tenía ahí frente a él, ¡el doctor Dieter!, el que jugaba ajedrez con los escasísimos y desocupados rivales del pueblo en una banquilla de la tranquila y casi desierta Plaza, y jugó con Pedrito como enseñándole, y Pedrito no aprendió el juego porque, mientras lo enseñaba, el muchachito se concentraba en el celeste de los ojos de aquel maestro forastero. 
Doctor Dieter Goepfert, así se hacía llamar aquella vez que entabló una no disimulada amistad cuando el ingeniero era sencillamente Pedrito, le dijo que andaba por ahí en busca de pacra, una planta de flor verde y carnosos pétalos que crece arriba de los cuatro mil quinientos metros sobre el nivel del mar, y que, los ganaderos de la puna administran vía oral para activar el erotismo del ganado. Dijo que trabajaba para la Academia de Ciencias de Alemania Federal, y hasta le entregó su dirección, Sudstr 17, Stockdorf, Munich (Munchen), Alemania Occidental. Pedrito se prendió del gringo y se ofreció acompañarlo hasta la misma planta de pacra, arriba de la laguna Pelagatos. Dejaron el ajedrez y se subieron a la tolva de un camión hasta llegar al campamento minero de Pasto Bueno donde vivía Pedrito, ahí la madre, la atenta madre del muchacho se las arregló para hospedar al gringo. Y al siguiente día partieron carretera arriba rumbo al objetivo. Ya arriba de la laguna, por camino de herradura, el gringo empezó a jadear y Pedrito se asustó. Regresa hombre, le dijo el gringo, yo iré solo, regresa antes que se haga muy tarde. Favor a tiempo, pensó Pedrito, y sin más ni nada dio media vuelta sin mirar atrás, conforme avanzaba el cargo de conciencia lo atormentaba, pero qué, regresaré mañana domingo con mi padre a socorrer al gringo, ¡qué carajo!, por último, qué mierda, se hace noche. Ya en el hogar y mientras la cena, informó a sus padres y a sus tres hermanos menores, dos varones y una niña cerrando filas, los informó que el gringo había preferido quedarse solo en el rancho de la china Rosha.
–¡Jajajajajaja!… –el padre se desató en carcajadas y los hermanos también–, qué gringo pa pendejo, se enpiernará con la pastora.
–Mal pensado –murmuró la madre, muy molesta y todos callaron.
Así que el domingo Pedrito no fue a buscar al gringo, y el gringo no llegó. Mas, en casa todos estaban tranquilos menos Pedro, esa noche no durmió y al siguiente día se levantó con la aurora a buscar a uno de sus amigos de confianza para contarle todo y marchar al encuentro del gringo. 
–No cho, no, y si está muerto nos echan la culpa, carajo. ¡Mi cocho me saca la mierda!, yo no voy, cho, tú conoces a mi viejo.
Y Pedro, se sintió muy solo, se culpaba por el incidente, ese día no almorzó, perdió el apetito.

Ya por la tarde, para aliviar su culpa, enrumbó carretera arriba, y cuando hubo avanzado algo más de un kilómetro su ánimo explosionó en alegría, en dirección opuesta venía el gringo con la mochila reventando por las plantas de pacra y otras yerbas de puna que contenía.
Un día más permaneció el gringo en compañía de la familia de Pedro, hablaba un castellano perfecto, instruyó que la gramática castellana era la más complicada de todas las gramáticas, pero que sin embargo, era la más florida. Además bromearon como si se conocieran de años, por la noche hasta se tomaron un gro para el frío, nada más que aguardiente y algo de jugo de limón diluidos en agua recién hervida, nada nuevo para el gringo porque en Alemania había tomado algo parecido.

Y al otro día muy temprano se trepó en un camión que iba por la puna rumbo a Trujillo. Y nada más pue, desde entonces no lo he vuelto a ver hasta ahora que lo tengo aquí frente a mí, esta igualito no ha envejecido para nada.
–Sí –respondió el gringo dejando confundido al ingeniero, “cómo pudo adivinar mi pensamiento”–, justamente desde aquella vez.
–¿Has vuelto por más pacra? –ahora lo tuteaba, porque lo veía menor en edad, un hombre de cuarenta como cuando lo conoció, lo tuteaba porque además ahora era un funcionario de alto nivel de una gran compañía.
–No, ahora estoy buscando una piedra.
–¿Cuarzo, amatista, piedras preciosas?.
–Piedra granito, piedra común y corriente, sólo que, sólo que tiene un grabado especial, un símbolo.
–¿Qué símbolo?.
–Una cruz.
–¡Va!, cualquiera puede tallar una cruz en una piedra bruta.
–Sí, claro, pero lo importante es cuando y para qué, mejor dicho, cuando y para qué fue tallada, ahí está la importancia. Es una piedra precolombina.
–Deberías buscarla por allá, por donde crucificaron a Jesús, los incas no conocían la cruz.
–Eso crees tú, toda cruz tiene un significado que va más allá de lo que todos conocen, es una revelación disimulada, todas las civilizaciones antiguas la tenían y las modernas se han quedado con el legado. La cruz cristiana, la esvástica, la griega, la hoz y el martillo, la Chacana. 
–¡La chacana!, claro, el símbolo del cholo Toledo, la gringa malhumorada de su mujer fue la que la eligió como símbolo del partido. Pero, ¿la hoz y el martillo?, no te pases, Doctor, nada que ver con la cruz, la hoz y el martillo es un símbolo de muerte.
–Igual que las demás. En las civilizaciones antiguas el primer hombre que cometía la osadía de hacer una cruz era condenado a morir atado a ella.


El doctor siguió hablando de las cruces de las diferentes civilizaciones, mientras el ingeniero lo escuchaba, y a medida que el doctor se compenetraba en el tema el ingeniero se distanciaba, porque aún le faltaba completar su trabajo de campo en la misma mina Magistral, yo que tengo que ver con curses, yo vivo de la mina, tengo que ir a filmar y levantar todo eso, qué me importa lo que diga este gringo de mierda…
–Ingeniero –interrumpió el doctor– son las diez de la mañana y tú tienes mucho que hacer, así que súbete a la camioneta y aquí te espero.
–Sí, claro, mañana temprano, aquí mismo.
¡El ingeniero!, el ingeniero aceleró la maquina dejando una montaña de polvo en el ambiente, generando su propio impacto ambiental, y llegó tan pronto como pudo para ordenar un almuerzo a base de truchas y filmar, levantar, lo que debería, además de conversar con el personal subalterno de la mina aún en labores de exploración. Esa noche, después de la cena, se emborrachó con el whisky que para casos especiales reservaba el Jefe de la mina.

Y al siguiente día después de un opíparo desayuno con truchas, mientras el encargado revisaba la camioneta para garantizar el viaje de retorno del ingeniero, con el frío de puna hasta los huesos se aferró al volante. Y aceleró cuesta abajo cual cometa sideral, muy tranquilo por la labor cumplida, y ahora sí al encuentro del doctor, que entonces ya no le parecía tan interesante como antes, le parecía un viejo loco, viejo loco con tremenda cruz en el pecho, claro, viejo y acomplejado, ¡carajo!, cuantas cirugías estéticas tendrá, debería reducirse esa horrible frente de Herman Monstruo, ¡mierda!, pero ¿cómo pudo caminar sobre el agua hasta llegar a mí?. Primero me pareció ver a mi amor imposible, Amatista, estaba tan confundido pensando en ella, pero más que todo en ese beso que ella me dio casi en la boca, por poco le doy un beso al gringazo ese, claro, él apareció mientras yo pensaba en ella, creo que la imaginé caminando sobre el agua, quién podría caminar sobre el agua, sólo Jesús nuestro Señor. Y ahora el gringo anda interesado por una cruz incaica, eso entendí, más loco que una cabra porque cree que la chacana es una cruz, ¡y la hoz y el martillo de los comunistas de mierda!, otra cruz. En un momento creí que adivinó mi pensamiento, pero luego me empezó a contrariar con su aburrido discurso, menos mal que se dio cuenta y fue él quien me sugirió continuar mi camino. Anoche con qué pastora se dormiría, le gusta la mugre al gringo este. En Alemania ¿no habrán mujeres?, ¡qué van haber!, aguachentas, quesos frescos, seguramente, si no porqué este gringo se viene a buscar hueco por aquí.
Y llegó el ingeniero, y luego de estacionarse cerca de la laguna prendió un cigarrillo muy tranquilamente, recorrió con la mirada todo su entorno, el gringo ni noticias. Así que se bajó de la camioneta y se sentó en el mismo lugar de ayer, y por allá, por el otro extremo de la laguna, agitándose dentro una impresionante neblina, cual aurora boreal, apareció una silueta, igual que ayer, e igual que ayer se acercaba, mientras muy dentro de sí, el ingeniero, percibía la voz del gringo amonestándolo “hombre de poca fe, te burlas de mí, pues aquí me tienes, trata de correr y no podrás porque te tengo controlado”. Lleno de miedo, el ingeniero, se preparó para huir de ahí a toda máquina, pero no pudo, estaba inmóvil, pegado al suelo, mientas el cigarrillo le quemaba los dedos, sin que pudiera percibirlo, ¡qué miedo!, “cuánto miedo tienen los soberbios incrédulos como tú, encumbrado ingeniero, te torturaría en tu propia cruz hasta que declines tu soberbia…”, aquella voz siguió en el cerebro de Pedro el ingeniero hasta que el doctor tocó tierra firme.
–Perdón, Doctor, no hice nada que le molestara.
–Mientras venías en ningún momento dejaste de subestimarme.
La respuesta hizo que el ingeniero entendiera perfectamente quién era el doctor, Dios, y nada más, para qué complicarse la vida, un Dios que lee el pensamiento y camina sobre el agua, un Dios que tomó la forma del doctor Dieter, un Dios que me está poniendo a prueba, lo sabe todo, no necesita buscar nada, para que buscar una cruz precolombina en piedra.
–No te confundas, no soy Dios, soy igual que tú, soy tu pasado.
–No más pruebas, Dios mío, aquí estoy y ahora me arrodillo ante ti, soy tu humilde siervo, puedes hacer de mí lo que sea tu voluntad, sólo te pido por mi familia y mis ancianos padres.
–Levántate no seas servil, ¡qué no soy Dios!, a Dios no le gustaría verte arrodillado, te condenaría al fuego eterno. Levántate, somos amigos, al menos yo me considero tu amigo, olvídate que soy Dios, por lo menos mientras estés frente a mí.
Entonces se abrazaron, en abrazo tan humano que el ingeniero así lo sintió, y sintió más, todavía, un Dios hecho hombre o un hombre hecho Díos.

Pero Bermúdez se consideró, en aquel momento, un hombre ilimitadamente afortunado, tenía la confianza de La Minera porque tenía la facilidad de treparse en cualquier carro, y ahora estaba en fuerte abrazo con Dios, no menos que Cristo quizá, y más afortunado que Monseñor Bambaren que había logrado la santificación en vida haciéndose pintar recibiendo la mano de Cristo en camino al paraíso celestial, nada menos que en el altar mayor de la Iglesia de Nuevo Chimbote de la provincia de Santa. Estaba feliz y todos los malos pensamientos se le despejaron.

Terminado el abrazo, y aturdidos por el frío, doctor e ingeniero se subieron a la camioneta.
–¿Y ese crucifijo?, antes, usted no lo llevaba –inició la conversación el ingeniero.
–Siempre, lo llevo conmigo , sólo que antes no lo mostraba.
–A propósito, me gustaría saber acerca de la cruz que usted está buscando.
–Es la aproximación más cercana a la esvástica, conozco la historia de la cruz sólo quiero ratificarla, sucedió en una sociedad antigua de por aquí –el doctor manipuló su crucifico y apareció una fotografía en un visor, tipo celular–, es ésta. 
–La tengo, Dios mío –dijo el ingeniero.
–¿Dónde la tienes, en tu casa?.
–¡En el museo de Cabana! – respondió en primera, no podía entrar en rodeos, el ingeniero, el doctor leería su pensamiento.
–Vamos a Cabana.
–Sí vamos, por ahí tengo que regresar, tres horas a Cabana.
–Que sean cuatro, para no contaminar el ambiente.
–Lo que usted diga, Doctor. Vamos.
–Vamos y trataremos de no entretenernos con los lugareños.
–Sí, de acuerdo. ¿Puedo preguntarle algo?.
–Sólo pregunta y te respondo.
–¿Sigue usted en Alemania?.
–Vivo en otro planeta, muy lejano a éste.
Mutismo en el preguntador, y miedo, incredulidad.
–¿Otra vez dudando? –dijo el doctor.
–No, no, no, cómo cree. No dudo para nada.
–Entonces sigue preguntando.
–¿Cómo llegó hasta la laguna?.
–Bueno, precisamente ahora no llegué, soy una réplica de mí mismo, estoy aquí y en otras partes si así lo quisiera.
–Como Dios en todas partes.

Y ahora estaba multiconfundido, el ingeniero, no podía dejar de dudar y creer a la vez. El doctor lo dejó sumido en dudas y cavilaciones, no quería interrumpir porque al ingeniero le resultaba imposible comportarse de otra manera, el doctor lo sabía, era la naturaleza humana, la misma que él tenía, dejó que la mente del ingeniero se portara como tal, iba al volante y otro golpe de sorpresa podría hacer que perdiera el control de la camioneta. Por fin volvió a preguntar.
–Aquella vez que le conocí ¿también fue una replica de usted mismo?.
–Aquella vez llegué en mi propia nave que estacioné en la laguna de Pelagatos.
–¿Cuántos años demoró en llegar?.
–Horas, menos horas que a Cabana.
–¿Tan cerca está el planeta de donde viene?.
–Infinitamente lejos.
Y nuevamente el infernal mutismo lleno de dudas en el ingeniero, mientras se desplazaban por la polvorienta carretera, que pasó de largo por el pueblo de Pampas sin fijarse en la multitud que lo esperaba, y eso estaba bien, funcionaba el viaje sin interrupciones sin que siquiera pudiera darse cuenta el ingeniero. Y ya en la serpenteante y polvorienta carretera que va a dar a la confluencia de los dos ríos para dar origen al Tablachaca, volvió a preguntar.
–¿Cómo se puede llegar tan rápido de un planeta infinitamente lejano, doctor?.
– Sé que conoces algo de magnetismo.
–Vagamente, muy poco, casi nada.
–Suficiente. Vine por un carril electromagnético, en otras palabras, por líneas de fuerza de diferentes campos magnéticos.
–Creo que tendré que estudiar mucho de magnetismo, mientras tanto no podría entenderle perfectamente.
–Te comprendo.
–¿Qué combustible usa su nave?.
–Ninguno, fuerza magnética. Aunque a veces se hace necesario usar hidrógeno.
Campos magnéticos, líneas de fuerza carril en el vacío, todo eso totalmente inalcanzable para un ingeniero de minas ensamblado para transformar rocas en minerales, pero seguiría preguntando porque ya se estaba acostumbrando a escuchar esa realidad, abstracta para él, y común y real para el doctor.
–

Doctor, ¿o sea que aquella vez que abordó el camión rumbo a Trujillo, usted se fue a la laguna?.
–Exactamente.
–¿Y si yo le hubiera ido a buscar en Alemania, no le hubiera encontrado?.
–Sí, porque tenía que entregar la pacra allá, era parte de mi misión.
–¿Y su nave, se quedó en la laguna?.
–No, me estacioné en un lago de los Alpes. Ya había estado antes, ahí, y en otros lagos, también.
–¿Sabía usted que por esos días desapareció una muchacha en la laguna de Pelagatos?.
–¡Amatista!, sí, volví a la laguna para llevarla a mi planeta y regresé para establecerme en Alemania. Amatista era una criatura inocente aún, que merecía ser rescatada de este planeta. No, no sientas celos, no la llevé para mí, la llevé para salvarla, ella vive allá y es muy feliz.
–La buscaron en la laguna hasta agotar todos los medios, y ni rastro de ella, los buzos dijeron que posiblemente fue atrapada y digerida por las plantas acuáticas de lo más profundo de la laguna, los ingenieros decían que fue atrapada por un remolino que hay al fondo y al otro extremo de la laguna y que da origen a una corriente de agua subterránea, pero otros decían que fue engullida por un monstruo acuático que tiene un solo ojo como faro de camión y que por las noches emerge desde allá desde el otro extremo de la laguna para inspeccionar su dominio.
–Lo siento por todo lo que ocasionó su desaparición, pero fue por su bien, y si tú no me abandonabas aquella vez en la puna, también hubieses ido conmigo. ¡Caramba!, vieron el faro de mi nave como el ojo de un monstruo, interesante, eh. 
Pensar en esa pasada posibilidad le entregó un mundo de felicidad, imaginando su vida a lado de la mujer que amaba, hubiese sido su primer hombre y ella su primera mujer, en un paraíso desconocido que aún no imaginaba.
–¿Cómo era esa nave suya, la tenía sumergida en la laguna?.
–Ahora está ahí, y no sumergida, aunque podría estarlo.
–No la he visto.
–No podrías verla, nuestras naves tienen un camuflaje que refleja todos los rayos de luz y absorbe las ondas sonoras. En verdad, son naves muy simples, ¿no crees?. Son de forma cónica regulable, compuesta por troncos de cono huecos y concéntricos, que se alargan y se acortan según se necesite despegar, estacionar o navegar, y funcionan con energía magnética. Inicialmente, nuestras naves no respondían a la energía magnética cuando entraban a la atmósfera de los planetas, entonces se hizo imprescindible el uso de hélices y propulsión a reacción dentro de la atmósfera, usando hidrógeno como combustible, hélices para controlar el descenso, ascenso y movimiento radial dentro del planeta, y propulsión a reacción para despegar. Ahora nuestras naves, además de energía magnética, siguen usando hélices y propulsión a reacción en desplazamientos internos dentro de los planetas, como alternativa de diversificación de uso. Podríamos haber ido al museo de Cabana con la nave, pero, para qué, si además tiene sesenta metros de diámetro. Siempre nos hemos estacionado en lagos y mares para obtener el hidrógeno que necesitamos, pero preferimos los lagos de agua dulce porque la salada es corrosiva.
–¿Cómo es el planeta en el que vive?.
–Muy parecido a éste, sólo que un poco más grande.
–¿El doble?
–Sólo un 20 % más .
–

Quiero preguntarle algo, pero no lo tome a mal.
–Sí ya sé, me ves igual que antes, para ti no he envejecido nada, es que nuestro promedio de vida es de mil años.
–¡Ay chucha!
Esa edad si le era familiar porque procedía de padres católicos y se formó en un mundo católico, y bien lo sabía por eso que registra la Biblia sobre Matusalén y los otros hombres bíblicos de larga vida.
–

Justamente, lo que estás pensando, ahora comprenderás el porqué te dije que soy tu pasado.
–En un inició acepté la existencia de esos hombres de Dios, pero, después razonando un poco, pensé que los años de aquellos tiempos eran algo así como los meses de ahora.
–Razonamiento equivocado, porque aquí me tienes.
–¿Y porqué ahora nuestra vida es más corta?.
–La de los humanos terrestres, pero no la mía ni la de los demás de mi planeta, tengo cuatrocientos treinta y cinco años.
¡Cuatrocientos años!, con cuatrocientos años Pedro Bermúdez sería dueño del planeta tierra, para qué más, todo un planeta para el solito, a todo lujo y a todo dar, y hasta me lanzaría al espacio con mi propia nave a la conquista de otros mundos, ya quisiera yo tener la larga vida que tiene este…
–

Justamente, la codicia, el egoísmo, la desmedida ambición y todo eso, propio de ustedes, han desgastado la vida de los terrenales, tú mismo lo estás explicando en tu pensamiento, mi querido ingeniero.
–Perdón Doctor, mi Doctor, Dios mío, he pecado de pensamiento.
–Pero también de obra.
–Perdón, no fue mi intención.
–No pidas perdón, es tu naturaleza moldeada en este planeta.

Su pensamiento se concentró en Amatista, la temprana mujer que removió su corazón, qué estaría haciendo por allá por ese planeta tan lejano, cuanto de vida tendría.
–Amatista vivirá mil años, si eso te tranquiliza.
–Me gustaría vivir con ella, dejaría todo en este mundo y me iría para allá si usted me concede el favor.
–Estás demasiado contaminado para ir allá pero no imposibilitado.
–Entonces, ¿me llevaría?.
–Primero vayamos a Cabana, quiero ver esa piedra, mientras tanto puedes seguir preguntando algo que quieres saber.
–Eso de que Adán fue hecho de barro y Eva de la costilla de él, me parece muy ingenuo –dijo eso, el ingeniero, y se persignó.
–Bueno, no precisamente fue hecho de barro, arcilla moldeable, es una forma de explicar que el humano es moldeable, adaptable, social y ecológicamente, lo cual explicaba la adaptación de mis antepasados en la tierra después de repetidos intentos. Luego, eso de la costilla, no es más que una explicación disimulada de lo que ustedes llaman ingeniería genética que tuvo que aplicarse para la adaptación en este planeta, ya que existía el antecedente de que todas las mujeres que antes vinieron en pareja en misión de colonización se aterrorizaban hasta no más en este mundo, que terminaban pariendo hijos de igual apariencia terrorífica. Eran sus hijos extrañas criaturas que se lanzaron a poblar las junglas.

Qué explicación era ésa que tiraba por la borda sin asco alguno todas las teorías del origen del hombre en la tierra, el ingeniero admitía que el hombre fue creado por Dios, pero también admitía que el hombre descendía del mono, pero jamás se preguntó el porqué Dios no sigue haciendo hombres tan puros como el primer hombre, como jamás se preguntó el porqué los monos no siguen originando más hombres. Estaba acostumbrado a trabajar con normas, normas técnicas y administrativas, normas de calidad, de calidad total, bajo las cuales debería enmarcarse, estaba acostumbrado a que lo impusieran, aunque nadie le había impuesto trepar y subordinar a como de lugar, lo practicaba porque era una norma impuesta de hecho por la sociedad, pero entonces nadie le imponía nada y no tenía porque aceptar la explicación.

Perdón, Doctor, pero no me convence.
–No tengo porqué convencerte.
–No, no, usted es Dios. No hay más que comprender. Le he visto caminar sobre el agua.
–Bueno, sí, se puede levitar tranquilamente sobre el agua por magnetismo controlado por un ordenador, recuerda que el agua es un buen conductor de electricidad, y si a esto sumamos el poder magnético de la montaña, entonces también se puede levitar fuera del agua.
–Bueno, eso si no está a mi alcance, sinceramente.
…
–Usted dijo “Eran sus hijos extrañas criaturas que se lanzaron a poblar las junglas”, ¿ me podría explicar con mayor detalle?. 
–Con todo gusto, pero, pero para la camioneta para que puedas escucharme perfectamente.
–Justamente, me moría por un cigarrillo.
Frenó y estacionó la camioneta al costado derecho de la carretera, venía tan compenetrado en aquella conversación de otro mundo que no tenía ojos para admiran los campos amarillentos prometedores de buena y madura mies que tenía al frente, y le pareció que la camioneta había levitado hasta estacionarse ahí donde ahora estaban, porque no pudo percatarse de su paso por abajo por la confluencia de los dos ríos. Ahora estaban ya frente a la campiña de Shindol, en una saliente de la ladera, y por abajo circulaba el turbio río Tablachaca, que más turbio se tornaba con la avalancha de rocas y tierra que caían a su cause desde la misma cima del cerro Parihuanca. Ahí trabajaba otra minera a tajo abierto en busca de oro, y arrojaba sus desechos al río, la Minera SS, no de las cámaras de gas, sino, la de los ambientes de polvo, trabajaba por las noches para disimular la polvareda, y por eso los campos amarillentos y no por la mies madura. ¡Qué estupidez!, exclamó el doctor mirando al Parihuanca, eso y nada más, dijo, porque tenía que complacer al ingeniero.

–Ponte cómodo. Bien. Cuando mis antepasados se enteraron que nuestro planeta quedaría desierto en cinco millones de años, perfeccionaron la navegación espacial y empezaron a buscar planetas similares al nuestro para colonizarlos, y encontraron éste, entonces de exuberante vegetación, agua y agua limpia en todas sus formas, aves y más criaturas que las que ahora tiene.

Los cosmonautas nunca regresaron porque les tomó casi toda una vida llegar hasta aquí, pero reportaron lo que encontraron. Con toda la información obtenida los científicos optaron por mandar hasta aquí jóvenes parejas de humanos en sendas naves, que controladamente se reproducían en el trayecto. Ya aquí, se estacionaron en diferentes lagos y mares entre lo que ustedes llaman trópicos, la reproducción arrojaba crías deformes en lugar de humanos, era de esperarse, porque el proceso de reproducción se estaba dando en condiciones diferentes a la naturaleza del planeta de origen, así que el humano deformó gradualmente hasta llegar a lo que ustedes llaman monos.

Y ahí quedó todo, porque, mientras tanto, mis antepasados habían encontrado un planeta semejante al nuestro, y además unido a él por un carril magnético que reducía notablemente el tiempo de viaje. Y abandonaron el planeta de origen antes de que fuera demasiado tarde.
–¿O sea que usted?.
–Sí, yo vengo del planeta conquistado, el planeta moribundo gravita alrededor de un planeta de masa ochenta veces mayor.
–¿Y no tenía vida el planeta ese?.
–Sí, y tan cerca del planeta de mis antepasados, poblado con criaturas gigantescas, entre ellas seres que dominaban ese mundo, parecidos a nosotros, pero con un solo ojo.
–¿Porqué no lo colonizaron?
–No fue posible vivir ahí, los que iban quedaban pegados a la superficie, la adaptación hubiese sido muy penosa, ni hablar, además estaba superpoblado.
–Usted dijo “Y ahí quedó todo”.

Si ahí hubiera quedado todo, usted no estaría aquí.
–Claro, quise decir que ahí quedó el intento de colonización de la tierra, pero, además, la tierra ya era parte nuestra, habíamos enviado aquí a nuestros semejantes y degeneraron, y vino la inquietud por ellos, el querer saber que pudo haberles pasado. Nuestra navegación espacial había alcanzado ya gran nivel, habíamos superado en eso a otros habitantes de otros planetas, y empezamos a venir como de paseo. Se dio inicio a un proceso de adaptación, ya te he mencionado, lo que aquí se llama ingeniería genética, se puso en práctica en eso que ustedes llaman Edén, se puso en práctica en lo que ahora se llama Europa, Asía, África y América, en épocas diferentes, estaban vigilados por nosotros.

Y algunos milenios después los colonizadores perdieron la capacidad de comunicarse mentalmente, no resultó la adaptación conforme lo esperábamos. Los terrestres obtuvieron rasgos diferentes según sus colonias, se habían formado razas, las que todos conocen. No trabajaban, ¡para qué en un mundo de abundancia!, la ociosidad los llevó a inventar juegos para entretenerse y nació el odio entre contrincantes hasta destruirse mutuamente disputándose la supremacía. No atendían nuestros consejos y se sublevaron contra nosotros porque nos consideraban extraños, extraños pretendiendo apoderarse de la tierra que la consideraban suya. Por su rareza y maleabilidad les enseñamos a trabajar el oro, nada más para que se entretuvieran, y consideraron que nosotros estábamos interesados en el metal para construir nuestras naves, era natural que pensaran eso, las naves, ocasionalmente, brillaban y aún brillan como el oro, ya te había dicho que reflejan todos los rayos luminosos. Inspirados por el reflejo de nuestras naves se lanzaron a la conquista del oro, en todas las colonias, para construir sus propias naves y seguirnos, y al no poder construirlas le dieron al metal un trato divino, y lo apostaban durante sus juegos. Hubieron escasos humanos que conservaron intacta su naturaleza primigenia, así que con ellos manteníamos reuniones en nuestras visitas, y nos apartamos de las muchedumbres, sólo manteníamos comunicación con nuestros escogidos. Oro y más oro, se formaron grupos delimitando territorios, y se inventaron guerras para conservarlos, y para ganarlas reclutaban a los jóvenes ¡a la fuerza!, las madres lloraban estos arrebatos porque sus hijos no regresaban con vida, y se apoderó en ellas el miedo por procrear que de tanto miedo por perder lo mejor de lo creado, perdieron su capacidad de ovulación, aquella capacidad de procrear de por vida, y lo peor, en ese infierno de guerras sin sentido se les acortó significativamente la vida. Teníamos el poder para destruirlos, pero no es nuestra naturaleza usar tal poder, así que, los nuestros, para hacerse escuchar, tuvieron que decir que eran hijos de un Ser todopoderoso, creador del universo y dueño de las criaturas de la tierra, pero los líderes de los otros, en ciego afán por dominar, también se hicieron llamar hijos de Dios. Los dominantes sabían de nuestra existencia, y decretaron leyes que impidieran a los terrestres todo acercamiento con nosotros. Empezamos a recuperar a los nuestros, pero se quedaron los intermedios, ¡y nos imploraban!, y en sus manifestaciones artísticas disimuladamente nos perennizaban con la esperanza de que los llevásemos con nosotros, pero no podemos llevarlos a todos los que quieren, sino, a los que nosotros elegimos.

No hubo más, el doctor lloraba y el otro , el otro roncó su camioneta y a Cabana, inundando el ambiente con polvo de carretera. 
Ingresaron al museo, y el doctor acarició la piedra cuadrada recorriendo el grabado en bajo relieve. Y lloró como un niño. No era más que una hélice de cuatro aletas, idéntica a las hélices de las naves que él muy bien conocía. Y una escultura de piedra, ni más ni menos, la cabeza de un cosmonauta. Y todos esos gravados curvos en cerámicas y otras piedras, formas aerodinámicas, fluidos aerodinámicos, corrientes de aire expulsadas por las hélices. Y portezuelas, y añadiduras de naves espaciales, todo eso que cualquiera no podría ver. Celular a la oreja, el Alcalde y su séquito llegaban en busca del ingeniero, “unas cervezas antes del almuerzo”, corearon. El doctor Dieter, dijo el ingeniero, qué doctor ni que nada, ellos no podían verlo, sólo el Ingeniero. El doctor se subió en la camioneta y el ingeniero también, dejando perplejos a los demás, e iniciaron el retorno. Aún había interrogantes.
–Doctor, porqué te portaste insolente, ése era el Alcalde.
–Era inútil, ingeniero, ni él ni los demás podrían verme.
–¡Oh!, mi Dios, perdón, pero, ¿qué encontró usted en ese museo que se puso a llorar?.
–La cruz, mejor dicho la hélice, de esas que tienen nuestras naves, cosmonautas y mucho más.
–Bueno, sí, claro, lo que resaltan esas dos piedras, parecen hélices, pero no son más que molinetes de maíz de los indios. Pero, ¿cosmonautas y más?.
–¿Cosmonautas?, creo que no te diste cuenta, hay gravados que evidencian cosmonautas, pero hay una escultura reveladora semejante a las que ustedes llaman cabeza clava de Chavín. Por ahí, talvez se encuentre un cosmonauta en tamaño natural, parecido al lanzón de Chavín, expresión fundida de un cosmonauta y su nave.


Se le aclararon las ideas al ingeniero, se acordó, inclusive, que los fundadores del imperio incaico salieron del lago Titicaca, y el Dios de los mochicas, del mar. Todo estaba claro, ahora. Y el doctor, no era más que un científico de Alemania que había alardeado de su procedencia extra terrestre, y recién de su invisibilidad para los demás.
–¿Otra vez dudando?.
–Sí pues, Doctor, cómo es eso de que usted es una réplica de usted mismo.
–Es muy simple, me he subido en mi planeta a un ordenador y me he disparado por todo el universo donde hay una nave como la que tengo en Pelagatos.
–¡!.
–Se nota que no te has dado cuenta cómo funciona eso que ustedes llaman Internet.
¡Otro mutismo!, y ahora hasta llegar a la misma loma de Ferrer, la tierra de Toledo, ahí se paró el ingeniero, sin saber porqué lo hacía, sólo se detuvo en plena loma.

El doctor manipuló la cruz que llevaba al pecho, y le dijo:
–Esta cruz, así como la esvástica, la hoz y el martillo, la cruz cristiana y tantas otras, son hélices muy bien disimuladas por artistas, hélices empotradas en las bases de nuestras naves. Ya te he dicho que se decretaron leyes para alejarlos de nosotros, se instituyó el terror en nombre de Dios, aquel que osaba revelar la verdad era condenado a morir. Bien, y de todas las cruces conocidas, la del museo de Cabana es la más reveladora, es idéntica, tallada por un gran hombre que no le temía a nada, lo rescatamos y vivió con nosotros. Ese hombre, ese hombre era mi bisabuelo, y por lo mismo, yo amo a este planeta.
Y manipulando la cruz apareció en la pantalla, ¡Amatista!, la mostró al ingeniero, y él la vio como en aquellos tiempos, muy hermosa, como en sus primaverales años. Sonó el celular del ingeniero, ¡Piter!, dónde estás, Piter, Piter porqué no llamas, nosotros por aquí preocupados y tú, ¡nada!… Sí, mi amor, mi reina, mira ve, es que, nada…
Nada, pues, nada se hizo el doctor desapareciendo en silencioso relámpago rumbo a Pelagatos, mientras el ingeniero enmudecía por la sorpresa.
Pero qué, no pasó mucho tiempo y salió de su ensimismamiento.
Dos de la tarde, se dijo el ingeniero, mientras guardaba el celular.

Hinchó el pechó y se subió a la camioneta, ahí se detuvo un momento para decidir el viaje a Lima, ¿por Cabana o por Llaymucha?, mejor por Llaymucha, así tendré que pasar por Pallasca y hablar con las autoridades, no está demás, que me vayan conociendo por si La Minera tenga algo por ahí, sólo un saludo y nada más, debo llegar a Lima como sea. Mejor, ¡machete en tu vaina!, nunca dejes lo seguro por lo incierto, me repetía mi padre. Medía vuelta, carajo, pasaré veloz por Cabana, qué almorzar ni qué nada, tengo galletas y gaseosas, por aquí cocinan que es un asco. ¡A Chimbote! y luego a Lima.
Llegó a Lima, a la misma Molina, a las tres de la madrugada del siguiente día.

Y la siguiente semana trabajó perfilando el Informe. La última de las siete recomendaciones contemplaba:
“Entregar veinticinco mil soles a cada comunero para aliviar la pobreza en la que se encuentran”.
No era una recomendación técnica, no encajaba en la plantilla que tenía como modelo, lo recomendó porque en fin, porque no tenía más que recomendar, y porque se le había ocurrido en el viaje. Lo recomendó sin imaginar que seis meses después La Minera compraría la felicidad de los lugareños con veinte mil soles por cada comunero. Llegaron en helicóptero para entregar el dinero, y los comuneros aplaudieron a rabiar desde antes que aterrizara hasta después que despegó y se perdió rompiendo el horizonte. 
Pedro Bermúdez Lavado, el ingeniero, había remitido un Informe de cien páginas, con fotos, estándares, monitoreos, mapas y tantos otros anexos de relleno.

Dos semanas, nada más, había invertido el funcionario en el Informe de Impacto Ambiental, una en trabajo de campo y otra en oficina. Y ahí estaba, otra vez, ahí tras del escritorio, en lo que él llamaba su oficina, en un edificio de siete pisos de La Minera, en Surquillo, sentado en el sillón que se balanceaba con el bambolear del funcionario minero de confianza de La Minera, ahí ojeando algunos papeles y contestando el celular con la portátil computadora abierta alertando me gustas y comentarios por el nuevo estado del funcionario “Los pobres del país por fin serán ricos gracias a la explotación del oro”, mientras sonaba persistentemente el teléfono fijo… Descolgó el teléfono, y ¡oh!, ¡sorpresa!, desbordante alegría, lo felicitaba por el Informe el mismo Presidente del Directorio, para que vean quiénes somos los Bermúdez, sí, pues, pero, también, de otro lado, el mismo Presidente lo destacaba a trabajar en Magistral como Jefe de Seguridad Integral, y esto, esto sí que lo catapultó.

Comprendió que era el inicio del fin, luego lo despedirían, por eso entró en angustioso aturdimiento, y recordando se quedó dormido para siempre, muerto, sentado en el retrete.


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